sábado, 24 de junio de 2017

CERCA Y RINDE CÉSAR A ATEGUA, CIUDAD GRANDE, A CUATRO LEGUAS DE CÓRDOBA

Fue Ategua una grande y fuerte ciudad a cuatro leguas de Córdoba, vese hoy su sitio despoblado en el camino derecho a Castro del Río donde se ven sus ruinas famosas y en ella se han hallado no pocas veces cantidad de dineros romanos, moneda de plata de valor de diez cuartos nuestros, testigo soy de vista de buen número de ellas. Refiere casi el nombre antiguo llamándose hoy Teba la Vieja. Tierras son del mayorazgo de don Luis Hinestrosa, caballero principal de Córdoba de quien diremos adelante. Vese en el asiento del lugar en muy alto, cercado todo de dos fuertes murallas con buena copa de torres.
Era la mayor fuerza que tenían los hijos de Pompeyo, como refiere Hircio, tenían en ella muchas provisiones de guerra. Deseando grandemente César ganarla y así, viendo a los dos hermanos ocupados en Córdoba, pasando por el puente de Alcolea con todo su ejército muy en orden hace mención Hircio de dos lugares famosos a cuya vista corrió César la tierra. E primero es Castro del Río llamado entonces Castro Julii del nombre del mismo Julio César, villa hoy de las más ciudadanas que hay en Andalucía, cercada de bien fuertes muros que ya con el tiempo padecen ruina. El otro lugar se llama Espejo y en aquella edad, como se ve en Hircio, Ucubi. Otros le llaman Lucubi, patria de Anneo Vero, excelente caballero, padre de un emperador del mundo como diremos adelante. El tercero es Attubi, que no sé quién pueda ser el sitio, que se echa de ver era más cercano Ategua y ambos muy cerca del río Guadajoz, llamado en la dicha historia río Salado.


Asedió César con terrible cerco a Ategua. Vino volando Cneyo Pompeyo a socorrerla y defenderla porque le iba la vida en ello. Trajo consigo nueve legiones, a 5500 hombres, pero la mayor fuerza estaba en las cuatro. Hacíale Cesar ventaja en la caballería y así Pompeyo no osaba darle batalla. Entreteníanse en varias escaramuzas. La tierra, dice Hircio, era a propósito para guerras; alábala de su fertilidad, bien conocida es la campiña de Córdoba. Dice había muchas atalayas a la usanza africana, sin duda les enseñó esta costumbre Anibal, como se ve en Florián de Ocampo (lib. IV, cap. 10). Dilatábase la guerra y jornada estándose ambos ejércitos a vista sin acometer, aunque el uno nunca dejaba de apretar la ciudad y el otro la favorecía. Tenía César gente en unos montes cercanos, vino contra ellos Pompeyo desde Castro del Río donde era el asiento de su ejército. Acudió César con tres legiones, peleó con la dicha y el valor que solía y, muertos mucohos pompeyanos, hizo que los demás volviesen infamemente las espaldas.
Otro día llegó de Itálica Arguecio, caballero romano con buen número de gente a caballo y cinco compañías de Monviedro. Con el nuevo socorro de su contrario desmayó Cneyo Pompeyo, como refiere Hircio, y aquella noche pegó fuego al real y se partió huyendo a Córdoba. Salióle al camino un rey llamado Indo, que no se sabe quién fue, se metió entre los pompeyanos con poca consideración y él y los suyos fueron pasados a cuchillo. Cogió en el camino unos legados de los cesarianos que dentro en Córdoba vivían, y enviólos al César a quien iban cortadas las manos. Por estas crueldades desampararon el bando pompeyano Marcio, tribuno de una legión, y Cayo Fundiano y se pasaron a César, el cual tenía muy apretada Ategua, derribada ya una parte del muro delantero. Los vecinos se daban a partido pero César no los quiso porque eran con ventajas grandes del contrario. Dio la vuelta a su puesto Cneyo Pompeyo reforzado de más gente, puso su real de la otra parte del Guadajoz de donde trabó varias escaramuzas. Dice Dión, autor grave, que envió Pompeyo por general a Ategua, que tenían falta de buena cabeza que los rigiese, a Munacio Flaco, el cual, llegando sólo de noche a las primeras centinelas del César, les persuadió era sobre ronda. Creyéronlo fácilmente viéndole venir solo, a los que le seguían fue fácil hacerles creer les enviaba César a Ategua, donde entrando halló los vecinos muy alborotados porque unos se querían huir, otros rendir a César aunque, como valerosos cordobeses que eran siempre combatidos, se rebatían sus enemigos con fuegos artificiales y piedras haciendo en ellos mucho daño. Minacio Flaco, como cruel e inhumano, subió a todos los aficionados de César a vista del real en los muros y allí los hizo degollar echando sus cuerpos en el campo con gran lástima de los presentes. Y como añade Valerio Máximo (lib. IX, cap. 2) mandó matar todas las mujeres de los que andaban en el real de César y las echaron del muro abajo diciendo a voces sus nombres. Mayor crueldad usó con los niños, matándolos en el pecho de sus madres, y echándolos de alto los hacía recibir en las picas o clavarlos con ellas en el suelo. Pasara muy adelante esta matanza si Junio, un soldado honrado, no se la afeara mucho.
Otro día salieron dos hombres principales de Ategua, Tberio Tulio y C. Antonio, que era natural de Extremadura, y presentándose delante del César dijo Tiberio:
Pluguiera a Dios que yo hubiera sido tu soldado y no de Pompeyo y que esta constancia que he tenido con él la hubiera mostrado en tus victorias, pues veo que tus promesas han venido a parar en que, sufriendo nosotros tanto en este cerco, él nos desampara y quita la vida con tanta crueldad; desamparados de Pompeyo y vencidos de tu valor suplicamos la vida a tu clemencia, pidiendo te muestres tal con tus ciudadanos y sangre cual te han hallado las extrañas naciones.”
No dice Hircio la respuesta que llevaron, que está algo oscuro el lugar. Sucedió, pues , que defendiéndose valerosamente de dos asaltos y viéndose sin remedio, echó una carta por el muro pidiendo la vida de merced y que le sería leal soldado. Volvieron a salir los embajadores suplicando solamente otorgase la vida a los vecinos y se darían, César les respondió:
“Yo soy Julio César y aguardaré lo que debo a quien soy.”

Entregarónle la ciudad de Ategua a dieciocho de febrero, de donde le saludaron los soldados y vecinos con nombre de emperador. Dión refiere los perdonó a todos con su natural clemencia, aunque Hircio, con hallarse presente en toda esta jornada, no le hizo memoria del perdón.

fuente: 
HISTORIA GENERAL DE CÓRDOBA DE ANDRÉS DE MORALES (TOMO I)
ADELINA CANO FERNÁNDEZ Y VICENTE MILLÁN TORRES
EDITA AYUNT. DE CÓRDOBA, ÁREA DE SERVICIOS CULTURALES Y TURISMO, EDIC. COFINANCIADA POR LA EXCMA. DIPUTACIÓN DE CÓRDOBA

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