martes, 9 de enero de 2024

LOS DEPORTES ANTIGUOS Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol. 9 (1928). Ricardo de Montis

 

LOS DEPORTES ANTIGUOS


Córdoba, en honor de la verdad sea dicho, nunca demostró gran afición a los deportes; sin embargo, en mayor o menor escala, con más o menos entusiasmo, practicó todos los que la moda impuso y de ellos sólo uno consiguió verdadero arraigo, el de la natación. Este, sin duda, es el más antiguo y al que más afición han demostrado siempre los cordobeses.

Hace medio siglo, antes que a leer se enseñaba a los muchachos a nadar y había personas dedicadas exclusivamente a tal enseñanza. Durante los meses de verano, hombres, mujeres y chiquillos iban a zambullirse en el Guadalquivir, donde realizaban prodigios de natación, constituyendo un bonito espectáculo, el cual era presenciado por numeroso público desde el paseo de la Ribera.

Los muchachos nadaban como peces; cuando algún forastero transitaba por el Puente Romano acercábansele muchos rapazuelos y le invitaban a que arrojase unas monedas al río para cogerlas. Detrás de ellas lanzábanse al Guadalquivir desde el muro del Puente, perdiéndose un momento bajo las aguas y pronto aparecían con las monedas en la boca.

Había entonces gran número de barcas, destinadas a la pesca y al servicio del público, y en determinadas fechas, como las veladas de San Juan y San Pedro y la feria de Nuestra Señora de la Fuensanta, celebraban regatas muy lucidas en el trayecto comprendido entre el molino de Martos y el Puente.

Otro deporte que adquirió gran desarrollo en nuestra ciudad durante el último tercio del siglo XIX fué el de la equitación. Innumerables jóvenes de la buena sociedad, entre ellos muchas señoritas, acudían a los picaderos de los hermanos Cañero y del popular Paco Cala para aprender a montar a caballo. Por la tarde, en el paseo de la Victoria, constituían un cuadro muy pintoresco los grupos de lindas muchachas que, con el elegante y severo traje de amazona, cabalgando en briosos corceles, discurrían por la calle central, siempre rodeadas de muchachos distinguidos que les dirigían piropos y madrigales.

Esos jóvenes demostraban su agilidad, su destreza, sus excepcionales dotes de caballistas en las carreras de cintas, uno de los espectáculos más brillantes que antaño se celebraban en nuestra Plaza de Toros.

A fines de la última centuria adquirió cartas de naturaleza entre nosotros el deporte del ciclismo. Chiquillos y jóvenes, entre los que figuraban encantadoras muchachas, aprendían a montar en bicicleta y en calles y paseos estábamos continuamente expuestos a ser arrollados por una de dichas máquinas, como hoy lo estamos a que nos deje tuertos de un pelotazo un jugador de balompié.

Entre los festejos de nuestras ferias siempre figuraban, con beneplácito del público, carreras de biciclos y bicicletas, que primeramente se celebraban en un velodromo provisional situado en el Campo de la Merced y después en el construido, cerca del barrio de las Margaritas, por don José Simón Méndez, alma del deporte a que nos referimos, en Córdoba. Tomaban parte en dichas carreras, no solamente los mejores ciclistas de nuestra ciudad, sino algunos de Madrid, Sevilla y otras poblaciones.

El velodromo inmediato a la barriada de las Margaritas destinábase no sólo a carreras de bicicletas, sino a la enseñanza del mencionado deporte y tenia numerosos alumnos, entre los que figuraban jóvenes y algunas personas de edad madura. La ausencia del señor Simón fué entibiando los entusiasmos de los ciclistas hasta tal punto que hoy es raro ver una bicicleta en nuestras calles.

Cuando el juego de pelota genuinamente español traspasó los limites de las provincias vascongadas para extenderse por toda la península, también fué implantado en Córdoba, pero aquí no despertó el entusiasmo que en otras poblaciones. Uno de los patios del Círculo de la Amistad convirtióse en frontón y muchos socios de aquel centro, provistos de cestas y palas, distraían sus ocios entregándose a dicho deporte.

En el Colegio de Santa Clara también se estableció un frontón donde los alumnos de aquel dedicaban diariamente algunas horas al juego en que nos ocupamos, uno de los que más y mejor contribuyen al desarrollo físico. El deporte citado no logró popularizarse en nuestra capital y tuvo una vida más efímera que el ciclismo.

Finalmente, una señora de la buena sociedad cordobesa implantó otro deporte desconocido en esta población, el de los patines. La dama aludida celebraba reuniones en su hermosa vivienda de la plaza de San Juan, en las que, no sólo las personas jóvenes, sino algunas de edad respetable, se dedicaban a patinar; deslizándose con rapidez vertiginosa por el magnífico patio de la casona señorial, sin temor a caídas ni accidentes más o menos cómicos.

Tanto se desarrolló la afición a los patines que distinguidos jóvenes crearon una sociedad titulada Squetin Club, la cual construyó una pista para patinar en terrenos contiguos a la prolongación del paseo del Gran Capitán, que entonces acababa de realizarse. Allí se daban cita muchachos y muchachas para pasar agradablemente las veladas veraniegas, entregados al deporte de moda.

El reinado de este no fué más largo que el del juego de pelota y el local del Squetin Club transformóse en salón de espectáculos de cinematógrafo y variedades. Tales fueron los deportes implantados en Córdoba, de los cuales, exceptuando la natación y la equitación, ninguno logró arraigar entre nosotros.

¿Ocurrirá lo mismo al balompié que hoy trae de cabeza a grandes y chicos? El tiempo lo dirá


Agosto, 1924.


Hoy,

experimentados charlatanes de feria,

deformes gañanes de finos labios

pintados de purpurina gris

y uñas arregladas,

presuntuosos personajes

sacados de alguna fosforescente cloaca

en la que infames roedores de dos patas,

recorren veloces las piedras húmedas

de las silenciosas calles del extrarradio

buscando, alguna victima desesperada,

dispuesta a vender su vida por un fajo

de grasientos billetes usados,

llenan el éter azulado de luz inútil

y polvorientas palabras descabezadas,

las oquedades vacías,

de hipnotizadoras cajas tontas

donde todo el sinsentido humano

explota invadiendo de desfasados colores aguados

las oscurecidas paredes de habitaciones,

y los eternos segundos del sueño primario

caen despacio como los granos de un reloj de arena

que lentamente invade los ojos que no ven

en un oxidado bote metálico.


Hoy,

quizás mañana o tal vez ayer,

apagadas lámparas

alumbrarán las mortecinas ventanas

donde nuevos rostros envejecidos

apoyaran sus codos

buscando la luz perdida

en inacabables noches abandonadas

entre dobleces amarillentos

de sábanas manoseadas.


Hoy,

los pájaros callaran sus voces,

olvidaran su vuelo,

temblaran bajo el infame humo

de esas altas torres metálicas

que afanadas hasta el final

como especializados

jornaleros suman su último esfuerzo

en apagar la luz del sol.


Hoy,

los profesionales impostores del engaño,

llenan de forma imperceptible

los segundos,

que caen muertos

en grasientos e iluminados lodazales

donde desnudos cuerpos

se embadurnan con el cieno

de sus palabras

mientras la catódica luz azul

de sus extrafinas

cajas electrónicas

invade como un virus mortal

sus mentes calladas.


Enero 2024 Amado