martes, 9 de febrero de 2010

CONVENTOS, PALACIOS Y PLAZAS, EL OTRO LEGADO QUE NADIE VE (LA CÓRDOBA OCULTA)

PATRIMONIO CULTURAS 19

Varios expertos descubren la enorme riqueza patrimonial con la que cuenta la ciudad, más allá de la Mezquita. Una herencia que por falta de promoción y de propuestas atractivas pasa desapercibida para los cordobeses y turistas

Sara Arguijo Escalante

s.arguijo@lacalledecordoba.com



Hace unos días, Manuel Pérez Lozano, profesor de Historia del Arte de la Universidad de Córdoba quiso enseñar a sus alumnos cuál es el patrimonio de la ciudad que se proyecta en el mundo. Para ello, utilizó como ejemplo una de las herramientas más usadas hoy día, el google earth. Pues bien, como él mismo explica, las imágenes que van apareciendo son de la Mezquita –mucho–, la judería, plaza del Potro y Cristo de los Faroles –algo– y, “de lo demás, prácticamente nada, como si el resto del legado no existiese”.

Es más, por extraño que parezca, los distintos expertos entrevistados por El Semanario coinciden en que la mayor parte del enorme patrimonio con el que cuenta la ciudad pasa desapercibido ante los ojos no sólo de los turistas sino también de los propios cordobeses.

Muchas Córdobas que ver

Es decir, el hecho de contar con uno de los monumentos más espectaculares del mundo, como es la Mezquita-Catedral, ha provocado que se deje de lado a otro sinfín de edificios, conventos, museos, plazuelas, palacios, iglesias, callejuelas que tienen un valor envidiable por sí solos, “como si por tener resuelto el problema del turismo ya no hubiera que interesarse por nada más”, matiza Pérez. Por eso, historiadores del arte y guías turísticos recuerdan que no sólo hay una ciudad que ver, sino muchas, porque, en palabras de Pablo Rabasco, doctor en Historia del Arte y profesor en la UCO, “somos herederos de muchas cosas y las calles están salpicadas de ejemplos de la Córdoba romana, la musulmana, medieval, barroca o renacentista, todas diferentes, y de las que queda un patrimonio importante”, opina.

Sin embargo, la realidad es que pocas personas conocen, por citar algunos ejemplos, la espectacularidad de la Iglesia de San Agustín, el incalculable valor de las pinturas de Valdes Leal que se esconden en la Iglesia conventual Carmen Calzado, conocida popularmente como Carmen de Puerta Nueva (junto a la Facultad de Derecho), la belleza de muchos de los conventos de clausura, las tradiciones o leyendas que rodean fuentes como la Piedra Escrita o Fuenseca, la autenticidad de las callejuelas de Santa Marina, San Lorenzo o San Andrés o, hechos curiosos como que una de las fotografías más importantes de la historia, El Miliciano de Robert Capa, fue tomada en Cerro Muriano.

La ciudad-decorado

Claro que el verdadero problema por el que existe una Córdoba oculta no es que la Mezquita le quite un protagonismo lógico al resto del patrimonio cordobés sino que en vez de aprovechar este icono mundial “como punto de inicio para descubrir una ciudad llena de rincones especiales”, comentan, se use “como punto final”. Así, para estos expertos no tiene sentido que se presente a Córdoba como una ciudad-decorado en la que todo gira en torno al citado monumento y sus alrededores. “Es alucinante ver cómo todo el turismo se concentra desde la Mezquita hasta la Puerta de Almodóvar y, sin embargo, por otras calles de la ciudad no te encuentras a nadie”, critica María José Sanz, una de las guías turísticas de la ciudad.

De hecho, para muchos de ellos, es lamentable que “se invierta sólo en lo que genera riqueza y por tanto en los bienes inmuebles que entran en el circuito pensado para el turista, que son los que se promocionan porque económicamente interesa que se queden ahí”, sostiene Rabasco. Sobre todo, porque además, según coinciden, con esto se está menospreciando o malentendiendo a un visitante al que también le interesa conocer la verdadera Córdoba, la que hay detrás de ese “parque de atracciones”, como la define el historiador del arte. En este sentido, Sanz cuenta que cuando lleva a los turistas por los barrios antiguos de La Axerquía se van encantados porque, además, tienen la oportunidad de ver tabernas auténticas, mercados de abasto, “calles sinuosas, casas encaladas” y, sobre todo, el encanto y el sabor de cómo vive la gente aquí, “que es lo que muestra la verdadera idiosincrasia de un lugar”.

El patrimonio de barrio

Un lugar que muchas veces tampoco conocen los propios habitantes. Para María Ángeles Jordano, también historiadora del arte, es muy triste que los cordobeses no conozcan lo que esconde su ciudad y que la mayoría, por ejemplo, “viva en calles que ni siquiera sabe por qué se llaman así, algo que les permitiría valorar mucho más lo que tienen al lado, en sus propios barrios”, dice.

A este respecto, los expertos lamentan que exista tan poco interés por investigar y perderse paseando por la ciudad ya que, como explica Sanz, lo común es que “la gente se mueva por su barrio y vaya al centro sólo para comprar. Tengo muchos amigos que cuando los llevo por el casco histórico me comentan que no habían pasado nunca antes por esas calles”, explica Sanz. Por eso, creen que desde las instituciones se debería de potenciar el conocimiento de este legado y repetir iniciativas como la del proyecto Lucano en la que universitarios explicaban las iglesias del barrio a los vecinos, y “fue todo un éxito”, destaca Pérez.

Propuestas para pasear

Y es que, para los entrevistados, esta ciudad tiene casi tantos recorridos como se quiera y una prueba de ello es que las propuestas de María Ángeles Jordano, María José Sanz, Pablo Rabasco y Manuel Pérez son todas distintas. La primera, por ejemplo, destaca el patrimonio que se oculta en la Capilla de San Bartolomé, situada dentro de la Facultad de Filosofía y Letras. Después de mucho tiempo cerrado al público, este edificio, exquisita muestra de arquitectura mudéjar de los siglos XIV-XV, abrirá sus puertas antes de Semana Santa dejando al descubierto finas yeserías, zócalos de azulejo, restos de pintura mural y un envidiable retablo barroco.

María José Sanz, por su parte, recomienda cualquier rincón de la zona de El Realejo o los barrios San Andrés, San Lorenzo, San Agustín, etc. donde –asegura– “siempre hay algún detalle que descubrir”. Del mismo modo, Rabasco opta por el entorno de La Magdalena o San Pedro, “zonas apasionantes, muy proclives para el paseo y tomar algo a cualquier hora”. Por último, Manuel Pérez, se queda con los alrededores de Santa Marina y la mencionada parroquia de Puerta Nueva, aunque al igual que el resto, mencionan calles como Encarnación, Rey Heredia, Cabezas u Horno del Cristo, museos como el arqueológico, el Bellas Artes o del desconocido Arte sobre Piel, las puertas y murallas, el paseo del río, los molinos, la plaza de Séneca o del Indiano, el ex convento de los Padres Capuchinos o la Casa de Los Luna, por citar lugares en los que nadie repara.

Saber venderse

Todo porque para revalorizar lo que Córdoba puede ofrecer hace falta “promocionar, divulgar y vender bien el producto”, describen. Dicho de otro modo, es necesario que se pongan en marcha propuestas atractivas que hagan que quien venga a la ciudad “no se vaya pensando que viendo la Mezquita, probando el salmorejo y paseando por la judería lo ha visto todo”, afirman.

Hace falta, según los expertos, paquetes que combinen el patrimonio con el ocio, es decir, la entrada en museos y monumentos con la asistencia a conciertos o espectáculos, “como Córdoba Ecuestre que tiene mucho tirón entre los extranjeros”, cita Jordano. Del mismo modo, ven interesante importar ideas que ya funcionan en otras ciudades, como la de los paseos teatralizados o las visitas organizadas en las que se ofrece música o tapeo. Tambien hay quienes, como Rabasco, ven fundamental modernizar la imagen de la ciudad poniendo en valor la obra de artistas como Pepe Espaliú o el arquitecto Rafael de la Hoz, reconocidos internacionalmente, y seguir el ejemplo de ciudades como Vitoria o Salamanca donde el pasado histórico convive con el contemporáneo “y esto les ha servido para promover un turismo cultural, que muchas veces es lo que lleva al turista a acudir a la ciudad”.

Y, desde luego, sea como fuere, contar con el “gancho” que suponen los guías turísticos. Más que nada para demostrarnos a nosotros mismos y a quienes nos ven que aquí hay huellas de un pasado que otros no tienen y que esta no es una ciudad souvenir.

PUNTO DE ATENCIÓN

El patrimonio que se cae a cachos

Si algo tiene claro la historiadora del arte de la UCO, María Ángeles Jordano, es que para vender el otro legado de Córdoba es necesario “que estos lugares luzcan en todo su esplendor y no se deje que estas joyas se vayan cayendo”. Es decir, desde el punto de vista de los entrevistados, no se puede permitir, que se dejen de cuidar estos otros elementos que le dan valor a la ciudad.

Así, un ejemplo de uno de estos casos es, para Manuel Pérez, el de la Iglesia Regina que, “pese a contar con uno de los mejores artesanados de Córdoba está en ruinas”. Algo, especialmente flagrante si se tiene en cuenta, como comenta Pérez, que se sitúa en una zona con pocos monumentos y que, por tanto, su restauración podría servir para revitalizarla. “Hasta el cartel de las obras está en malas condiciones”, añade. Asimismo, muchos de los edificios, palacetes, casas típicas o conventos están cerrados al público y hay museos, como el taurino o el Diocesano, que no se pueden visitar porque llevan años arreglándose, tal y como señalan todos.

Por otro lado, hay que destacar que también hay ejemplos de recuperación con excelentes resultados como es el caso de la Iglesia de San Agustín, el Centro de Interpretación de Medina Azahara o el Molino de Martos, “que ha quedado genial”, dice Jordano. Aunque para la mayoría, estos casos son aún insuficientes, sobre todo, porque si se quiere ganar la capitalidad cultural –dicen– “hay que aprovechar al máximo lo que tenemos”.


Fuente: 2000-2010 © Copyright El Semanario la Calle de CÓRDOBA

CÓRDOBA - UN APASIONADO DEBATE: LA SUPERPOSICIÓN DE LA CATEDRAL A LA MEZQUITA

La gran mayoría de los visitantes de nuestra ciudad acuden a ella atraídos por un edificio único en el mundo por su gran belleza y majestuosidad, la Mezquita. Pero además de apreciar esta joya del arte musulmán quedan impresionados a su vez por la hermosura del crucero de la Catedral que se alza en el centro de la Mezquita. Dos obras de arte extraordinarias en sus respectivos estilos, superpuestas. Hay opiniones de diversa índoles sobre la oportunidad o no de esta superposición, y esta polémica ya saltó a la palestra cuando en 1523 el cabildo municipal fue consciente de lo que se estaba iniciando por el eclesiástico.
Fue el obispo Alonso Manrique quien el 22 de julio de 1521 propuso al cabildo eclesiástico que para que el coro no estuviera en un rincón de la iglesia se construyera en el altar de Santa Catalina que estaba en el centro de la misma. Consultado este tema con maestros de cantería y personas entendidas, lo consideraron viable, y el cabildo aprobó la propuesta. En 1523 comenzó la obra. Al cabildo municipal le pareció nefasta, pues consideraba que el eliminar columnas para incrustar la catedral era mutilar el magnífico edifico legado por los árabes; por ello se hizo un requerimiento al cabildo eclesiástico "sobre el edificio nuevo que en esta Iglesia se face del Altar mayor, y Coro y entre Coro; con que se pretendió estrobar". La ciudad apelaba a que en un intento anterior la católica doña Isable se opuso enérgicamente a ello, y por tanto esto no se podría lleva a cabo sin el consentimiento del rey. Según la ciudad, la obra debía pararse inmediatamente.


Ante la negativa del cabildo eclesiástico a parar la obrar, la ciudad acordó el 4 de mayo del mismo año pregonar públicamente que "ningund albanil, ni cantero, ni carpintero, ni peón, ni otra persona alguna, no sean osado de tocar en la dicha obra en deshacer ni labrar cosa alguna que más sea su serviçio, so pena de muerte...". Por su parte, el obispo Manrique contestó a la ciudad con la excomunión fulminante contra quién se opusiera a su proyecto con violencia. Entre tanto se envió información de todo al rey.
El 14 de julio de 1523 recibió la ciudad una real provisión dad en Loja en que se accede a la obra y se manda al vicario, bachiller Cristóbal del Llano, que "asuelba a todas e qualesquier personas que por esta cabsa tenga descomulgados y alçe qualesquier çensuras e descomuniones e entredicho tenga puestas...". Con el asentimiento real la obra prosiguió. Cuando el 11 de marzo de 1526 Carlos I se dirigía a Sevilla a celebrar su boda con doña Isabel de Portugal, se detuvo en Córdoba y al contemplarla manifestó su profundo pesar: "Yo no sabía lo que era esto, pues no hubiera permitido que se llegase a lo antiguo; porque haceis lo que que puede haber en otras partes, y habeis deshecho lo que era singular en el mundo".
La obra del crucero fue encomendada al arquitecto Hernán Ruiz, maestro mayor del cabildo, pero en ella trabajaron tres generaciones de este nombre. Esta obra, que comenzó en 1523 se acabará en 1617, y fue tan laboriosa como costosa. El interés por ella de los obispos de cada momento así como del cabildo eclesiástico fue tal que continuamente buscaban fuentes de financiación para que no se detuviera. En 1529 elevaron al pontífice Clemente VII una petición para que concediese que una serie de beneficios que se percibían para atender a las iglesias en general, se aplicaran a la fábrica de la Catedral. El obispo Leopoldo de Austria dedicó en 1550 una cantidad anual de 6.000 maravedíes para este efecto, y el cabildo eclesiástico y el deán ofrecieron dinero y trigo.



La fábrica iba avanzando lentamente con el aporte de dinero procedente de limosnas a nivel institucional y particular. Debido a esta lentitud, lo realizado se iba deteriorando, y concretamente el coro, que estaba sin cubrir, sufría daños con los temporales. Por tanto, en 1567 el cabildo eclesiástico hizo una doble petición: al rey que le permitiese publicar un jubileo antiguo para conseguir limosnas, y al pontífice que concediese al obispo la facultad de "absolver casos reservados" a los que contribuyesen con limosnas. Ambas gracias se obtuvieron, y aunque fue por poco tiempo se consiguió adelantar considerablemente la obra con lo obtenido por ellas.
En 1571 se concluyó la capilla mayor. En 1583 se hizo la capilla del Sagrario. Sin embargo la obra del crucero esta sin acabar por la falta de medios, por lo que en enero de 1584 este mismo obispo propuso al cabildo municipal hacer una petición conjunta al rey para que les diese la facultad de poner unos arbitrios, con cuya recaudación se pudiera acabar la obra. Se consiguió la facultad real, pero la recaudación fue escasa, y por tanto no logró acabarse. Un gran esfuerzo económico supuso conseguir 1500 ducados, que estaban destinados a fábrica de iglesias en general, para renovar la torre que había sido arruinada por el vendaval de 1589, y siguiendo la traza de Hernan Ruiz se encomendó en 1583 a Asensio de Maeda, maestro mayor de Sevilla. En febrero de 1599 se subió la primera campana a la torre, aún sin acabar.
Al obispo Francisco Reynoso se le debe un nuevo impulso a la obra, que le llevó a conseguir que en abril de 1599 se concluyera el crucero. Para darle realce a este hecho asistió a la colocación de la última piedra, mientras repicaban las campanas y sonaba la música.

M.I.G.C.


Fuente: LA CAJA Obra Cultural (Caja Provincial de Ahorros de Córdoba)

LA CONDITION HUMAINE


¿En quién se podría confiar aquí?
Nadie se puede permitir el lujo de reflexionar.
Cada uno coge lo que puede
tan pronto como ve una oportunidad.
Si uno espera, el pez del instante se libera
llevándoes además el cebo.
Ahora mismo nos está haciendo guiños
la oportunidad como una lámpara roja,
en seguida se cortará la corriente.
Al existir tan pocas posibilidades
se cuenta la prudencia entre lo superfluo.
Tanto la felicidad como la desgracia se hacen esperar,
la vida es dura de ordeñar.
Pero basta que algo suceda,
basta con que la tómbola se ponga en movimiento
para que nazca la posibilidad de premio.
Nadie puede sentrise seguro.
Pero si se inicia una relación amorosa con peligro
quizá se sobreviva y se reciba una herencia.
¡Pedid siempre, pero no demasiado!
¡No dejéis descansar los naipes!
Dios existe para todos, como dicen los negros.


Artur Lundkvist