viernes, 20 de agosto de 2010

LA GENTE DEL HAMBRE NO LLEGARÁ

La gente del hambre no llegará nunca
a ser más que niños
a medio crecer.
Tienen el esqueleto flexible como una mimbrera,
cubierto apenas por la arpillera de la piel.
Sus pisadas son tan tenues
que sus marcar parecen huellas de hojas.
Toda la fuerza parece concentrada
en la áspera y negra
espesura del cabello.

Avanzan tambaleándose
como si estuviesen medio dormidos,
nunca están despiertos del todo.
(El hambre es como un humo denso
que les impide despertarse y ver claro.)
Con sus estómagos hinchados
parecen estar todos embarazados:
niños sin sexo preñados con nuevos niños.
Una serpiente dibujada en piedra basta
para hacerles caer al suelo de rodillas.
Ungen a los dioses, que quizá también
pasen hambre,
con un poco de saliva alrededor de la boca.

El campo yace encadenado
en una oscura red de grietas.
Las cobras atormentadas por la sed
son tan mansas como los animales domésticos.
Crujen insomnes
bajo la seca hojarasca
del árbol del pueblo.
El adivino descifra bostezando destinos humanos
tan iguales entre sí coo los juncos de una alfombra.
Se considera que dormir
con una piedra como cabecera
proporciona sueños que resultan ciertos.
La dificultad estriba en recordarlos por la mañana.

El río ha caído enfermo y el agua ya no quiere correr
se ha cubierto de una lámina grisácea
como un ojo muerto.
Las serpientes de agua están acostadas sobre las piedras blancas
y defienden el lecho del río.
Las jorobas de los bueyes cuelgan
como bolsas sin dinero.
Las hienas arrancan las mejillas
de los niños dormidos.

Por la noche se ve un bosquecillo
envuelto en llamas aunque no arde.
Hay un hombre de pie,
el oscuro viento
hace ondear su blanca cabellera.
Él se ha convertido en un árbol
que espera lluvia.
Se entrega al rayo
con los pies
hundidos en la tierra.
Otro hombre se deja atar a unas piedras
para que lo bajen a un pozo.
A los tres días lo sacan del agua, vivo y lozano
como un tallo de loto.
Pero no,
no ha conseguido influir
en las decisiones de los dioses.

La locura libera a algunos del tormento
de ser hombres.
Sus ojos asemejan los de las fieras
y
todos se apartan de ellos.
Un niño encuentra una pelota de tenis
y la esconde:
una fruta que quizá madure.
Los excrementos humanos
arden mal
por mucho que se hayan secado.
caen tijeretas en la fría olla de hierro.
Derramados por el suelo
hay unos montoncitos de azafrán
como si fuesen la última siembra de esperanzas.

Sin embargo, allí donde todo es una roca de fe
no hay ningún motivo de desesperación.


Artur Lundkvist

UN CHARCO DE AGUA NO ES NADA DESPRECIABLE

Un charco de agua no es nada despreciable, no,
ni siquiera un charco de agua.
Allí beben los gorriones y tienen un pecho
de hermoso terciopelo. Tuercen un poco la cabeza y
la perla de un ojo se refleja en el charco.

El charco puede ser gris como el barro, azul
como el cielo, blanco como un cristal
opalescente o hielo temprano, tenue.
El charco no bebe, es bebido, y una vez bebido
queda únicamente la glotona boca de la tierra.

El charco traga con rapidez una rueda y después
muestra únicamente una huella semejante
a un muelle sobre su superficie.
No hay violencia que pueda violar a un charco
ya que se abre simplemente sin resistencia ni protestas.
Un charco en calma levanta su mirada como el ojo
transparente de la tierra.
Quizá sienta nostalgia, pero no conoce las desesperación.
Puede llevar días y días en su pecho una flor perdida.
Unas briznas de heno flotan por allí como el pelo
de un ahogado.
un caminante suficientemente sediento podría tumbarse y beber en él.
El charco puede darle una vuelta de campana
a un fábrica con su chimenea, nubes de humo
y todo lo demás, sin el menor esfuerzo.

Los niños vadean los charcos para ver si sus botas
de goma hacen agua.
El aceite derramado extiende sobre el charco
una lámina parecida a una película abstracta en color.
La chica abandonada ve su imagen en el charco
y le vuelven las lágrimas a los ojos.
Pero si el charco te hace feo o hermoso depende de ti.

El charco no está en deuda, no debe nada a nadie.
Viene y desaparece casi imperceptiblemente,
sin que nadie le espere o lo eche de menos.
Todavía mientras está allí ya ha sido
lo que pronto va a volver a ser.

El charco es despreocupado y desleal
en un mundo de niebla y de hierro.
El charco y el pozo viven en tiempos y espacios
diferentes, pero nada les impide encontrarse
a veces y hacerse uno.
Hasta que se separan de nuevo
para volver a ser charco y pozo,
cada uno por su lado.



Artur Lundkvist