jueves, 9 de junio de 2011

POESIA ESPAÑOLA DEL SIGLO DE ORO

Escrito está en mi alma vuestro gesto
y cuando yo escribir de vos deseo
vos sola lo escribisteis, yo lo leo
tan sólo que aun de vos me guardo en esto.

En esto estoy y estaré siempre puesto
que aunque no cabe en mi cuanto en vos veo,
de tanto bien lo que no entiendo creo,
tomando ya la fe por presupuesto.

Yo no nací sino para quereros;
mi alma os ha cortado a su medida;
por hábito del alma misma os quiero;
cuanto tengo confieso yo deberos;
por vos nací, por vos tengo la vida,
por vos he de morir y por vos muero.

GARCILASO DE LA VEGA (1501-1536)

PASEOS POR CÓRDOBA (EXTRACTO)

El río Guadalquivir

Tanto por todo el lado norte como por el este, confina el Campo de la Verdad con el río Guadalquivir, el cuarto en importancia, el quinto en longitud y el sexto en tributarios de cuantos nacen en España.
Estrabón da a este río diferentes nombres, pero nosotros sólo vemos claro el del Betis, con que lo conocieron los romanos, dando nombre a la Bética o Andalucía, y con el que siguió hasta que los árabes dieron en llamarle Nahrálatdim y Wadilquebir. Ambas palabras significan río grande, habiéndole quedado la segunda, aunque alterada, o sea, el titularlo Guadalquivir.

Nace este río en las sierras de Alcaraz, Segura y Cazorla, y desemboca en el océano inmediato a Sanlúcar de Barrameda, después de haber recorrido ochenta leguas de extensión y haber ocupado con su cauce 1.605 cuadradas, en las provincias de Jaén, Córdoba, Sevilla y Cádiz. Concretándonos a la nuestra, entra en ella por entre el este y el noroeste, y sale por entre oeste y sudoeste, atravesándola en una distancia de 22 leguas, en que fertiliza los términos de Villa del Río, Montoro, Pedro Abad, El Carpio, Villafranca, Córdoba, Almodóvar, Posadas, Hornachuelos y Palma del Río, aumentando su corriente con los ríos de las Yeguas.

La navegabilidad del río

Mucho es lo que se ha hablado y escrito sobre la navegación del Guadalquivir, alegando como principal razón el haberlo sido en tiempos de los romanos y de los árabes y después hasta fines del siglo XV, sosteniéndose gran comercio entre Córdoba y Sevilla por medio de balsas o barcos planos, que fue lo que siempre usaron, arrastradas casi todas por la silga, nombre de las cuerdas de que tiraba cierto número de caballerías, y sin duda debía ser de este modo, porque los ingenieros que por orden del Gobierno realizaron los estudios para la navegación aseguran que una de las principales dificultades es la rápida pendiente de este río, que sería preciso contrarrestar por medio de grandes presas, costosísimas en su construcción, y después en conservarlas.
Además, calcúlanse necesarios 1.500 ó 2.000 pies cúbicos de agua como mínimo para la navegación, y el Guadalquivir sólo tendrá 1.700 después de incorporársele el Genil, y antes unos 1.100 a 1.300, cantidad que se va disminuyendo conforme se acerca a Córdoba, y que es considerada insuficiente. En estos estudios, hechos de 1842 a 1844, se calculaban las obras en 15.040.000 reales, y se indicaba que su conservación, unida al gasto de la empresa, superaría tal vez a los derechos que se establecieran.

La navegación en tiempo de los romanos y de los árabes y aun bastante tiempo después de la conquista está justificada en casi todos los historiadores; tal vez, entonces, el mayor caudal de aguas y la falta de otra comunicación más rápida, con que actualmente contamos, haría preferible aquélla en economía de gasto y tiempo. Fernán Pérez de Oliva, uno de los hijos más sabios de Córdoba, leyó ante la Ciudad, en las casas hoy café Suizo, una extensa memoria sobre este asunto, en que expone muchos y curiosísimos datos, como puede verse en la colección de sus obras. En el Archivo municipal, donde tantos y tan interesantes documentos se conservan, hemos visto varios privilegios de los reyes don Sancho, don Fernando el Emplazado y don Alfonso XI mandando a los dueños de corrales y azudas dejasen el paso franco a los barcos, sin peligro para sus conductores.

En 1559 se dieron unas ordenanzas para los barcos, y ya por este tiempo apenas serviría el río cuando Felipe II da una pragmática tratando de hacerle navegable, idea que nunca se abandonó, toda vez que en 27 de abril de 1621 se mandó que todos los dueños de las azudas abrieran en ellas pasos para los barcos, con cuatro varas de ancho y dos de fondo. En 23 de diciembre de 1626 nombró el rey un superintendente especial para los trabajos de navegación y se señalaron los pueblos que habían de contribuir a su costo y los arbitrios de que dispondrían. En 12 de abril de 1629 la Ciudad de Córdoba autorizó a una comisión de veinticuatros y jurados para que tomasen a censo cierta cantidad con destino a los gastos de las obras del río. El expresado superintendente publicó en Sevilla un bando, fecha 30 de junio de 1768, en que obligaba a todos los dueños de terrenos contiguos al río a que rozasen el taraje y demás maleza que había obstruido el camino necesario para la silga de que antes hablamos, operación en que la Ciudad gastó 15.381 reales y 17 maravedises, por lo que correspondió a sus baldíos.

Por último, en nuestros tiempos se hicieron los estudios de que antes hablamos. Sin embargo de todo lo expuesto, creemos que, lejos de pensarse en la navegación del Guadalquivir, deben utilizarse sus aguas en canales de riego, como convendría hacer con casi todos los demás ríos de España, aumentando por este medio el valor de los terrenos que recibieran tan gran beneficio.

Azudas, molinos y vados

En el término de Córdoba cortan también el río varias azudas o represas para los molinos harineros, que la surten casi en totalidad de las harinas necesarias, aun cuando hoy existe una máquina de vapor próxima a la Estación del ferrocarril, y se hace gran consumo de las que vienen de Castilla.
Aquéllos son los siguientes: Albolafia, Escalonías, la Alegría, Casillas, Jesús María o de Enmedio, Salmoral, Pápalo Tierno, San Antonio, San Rafael, Martos y los de Lope García.

También tiene dentro de este término diferentes vados, que toman los nombres de las heredades cercanas, y son los de las Quemadas, del Haza de la Monja, Lope García, del Adalid -de que volveremos a hablar-, Casillas y la Reina. Y por cima del Arenal hay una gran barca, cuyos derechos de pasaje se arriendan, y facilita el paso de la sierra a la campiña hacia el camino de Castro.
El trayecto entre el puente y la azuda de Martos es conocido por el Tablazo de las Damas, porque es el sitio que han elegido siempre las cordobesas para sus baños y sus paseos en las pequeñas barcas que aún sirven para aquéllos, y como medio de comunicación entre Córdoba y el barrio del Espíritu Santo.

Festejos y pesca

Esta parte del Guadalquivir ha sido muchas veces destinada a festejos públicos, efectuándose las regatas, que en otras partes llaman tanto la atención de los forasteros. Se han figurado combates navales, atacando desde los barcos a un castillo formado sobre otros dos unidos y sujetos con un tablado encima; otras veces se ha figurado tomar algunas al abordaje, y otras han pasado muy de prisa para alcanzar algunos objetos colgados en diferentes puntos, dando lugar a que varios mozos tomen un inesperado baño, que a veces ha puesto en peligro sus vidas. Tal sucedió en 1651 en las fiestas que se hicieron para celebrar la colocación del San Rafael que está a la mediación del puente.
Péscanse en el Guadalquivir muchas clases de peces, algunos muy grandes y otros muy buenos, habiendo ocasiones en que se han cogido sollos, aunque esto se ha considerado siempre como una rareza.
También se ha utilizado este río en muchas ocasiones para el transporte de las maderas de Segura hasta Sevilla, operación que siempre ha llamado mucho la atención, llevando a sus orillas multitud de curiosos, como ha sucedido en el presente año, 1876, que han bajado unas 70.000 traviesas para la empresa del ferrocarril de Málaga.

Las ríadas del Guadalquivir

Unas veces las recias y continuadas lluvias y otras el deshielo en la provincia de Jaén, han hecho que el Guadalquivir aumente sus aguas de tal manera que ha puesto en gravísimos peligros a los vecinos del Campo de la Verdad. De estas crecientes o riadas, como las llaman en Córdoba, citaremos las que encontramos anotadas en algunos manuscritos que hemos podido registrar.
En 1481 anduvieron los barcos por las calles de los Lineros, la Curtiduría, la Fuensanta y Puerta del Puente. En 1544 sucedió lo mismo, y además entró el agua en varias bodegas del Campo de la Verdad, causando considerables pérdidas. En 1554 fue tan grande la creciente que rompió por el murallón de San Julián, dejando aislado el barrio del Espíritu Santo, tanto por la espalda como por la conclusión del puente. Hubo por consiguiente algunos barcos en diferentes puntos de la ciudad. Aquellos vecinos se asustaron tanto que sacaron sus muebles y los pusieron sobre carretas en el alto que forma la parroquia.
En 1604 sucedió lo mismo que en la anterior. En esta ocasión se cogían muchísimos peces, algunos de veinticinco libras de peso.
En 1618 anduvieron también los barcos por la Fuensanta y la calle de Lineros. En 24 de enero de 1626 entró el agua a cubrir la plazuela de las Cinco Calles, donde hubo barcas sacando los muebles de algunas casas.
El año 1684 es, sin duda, uno de los que más hicieron subir el río, y en el que, a no venir la lluvia a intervalos, se hubiera desbordado, inundando gran parte de la población, puesto que se sufrieron catorce avenidas, siete hasta la mitad de los molinos y las otras siete en esta forma: del 19 al 25 de diciembre de 1683 llegó el agua a lo alto de los molinos de en medio; a 28 de dicho mes quitó un cuchíllete o entibo del puente y se llevó varias cruces de un calvario que había al principio del camino de Castro; el 3 y 5 del 84 se llevó las cruces que habían quedado; el 22 del mismo año hundió el arco del puente en que faltaba el cuchíllete y se llevó la mitad de la casa ermita de San Julián, que estaba del lado allá de aquel barrio; en 5 de febrero cubrió el molino de en medio, bajando en el mismo día; al siguiente subió mucho más, y entre la infinidad de objetos que pasaron fue un barco que debió recoger en otro punto; en 10 de febrero se llevó la otra mitad y parte de la ermita de San Julián.

La causa de estas avenidas fue la continuación de las lluvias durante tres meses, que tuvieron a los molinos sin funcionar dieciséis días y a los pobres sin poder trabajar en el campo por mucho más tiempo, siendo tal la necesidad que muchos se cayeron muertos en las calles. Se dispensó guardar la Cuaresma, y muchos se comían las reses que se morían en el campo, porque el ganado pereció en gran número, tanto, que sus dueños lo ponían a la venta y llegó el caso de valer una vaca 30 reales y un buey 50. Había burros hasta a 10 reales y caballos muy buenos a 150, según afirma el popular escritor Martín López, de quien tomamos estos apuntes, quien además cuenta que habiéndose aislado dos veces el Campo de la Verdad, pusieron de corregidor en él a don Fernando Villarroel, con un alguacil, y que el primero asistía a misa en aquella parroquia, donde tenía asiento de preferencia. Dicho escritor compara este año con el de 1677, en que dice valió una gallina 17 reales, el trigo 110 y la cebada a 66, que es como si ahora valiese a cuatro veces esas cifras.
En 21 de enero de 1687 volvió a subir el río, llevándose otra parte de la casa ermita de San Julián, la que desapareció del todo en otra avenida en 19 de febrero siguiente.
En 20 de noviembre de 1691 hubo otra gran creciente como las ya anotadas, con corta diferencia.
En 1692 llegó el agua a la ventana entre alta y baja que tiene la sacristía de la parroquia de San Nicolás. El Sacramento se sacó oportunamente y se llevó a la iglesia de la Caridad, hoy Museo. En esta creciente se perdió por completo la ermita de San Julián.
En 1693 hubo otra creciente muy considerable. En 1697 subió el rio hasta las tierras de labor por el lado de la campiña. En 1698 fue tal la creciente del río que no pudiendo salir el agua del barrio de San Lorenzo, se anegó éste y hubo barcos en la calle de la Rejuela y en San Juan de Dios, como dijimos al visitar estos sitios.
En 1739 creció tanto el río que se llevó el puente que había cerca de la villa de Palma. En 14 de enero de 1751 hubo otra grandísima creciente. En 1785 hubo una de las avenidas más grandes que se han conocido, y que causó muchísimos daños en todas las posesiones cercanas al río. En 26 de diciembre de 1821 llegó el agua a la ventana de la sacristía de San Nicolás, y anduvieron barcos por la Puerta del Puente, calle de Lineros y otros varios puntos.
Después de la del año 21 han tenido lugar otras grandes avenidas, siendo la más notable en 1860, si bien no entró el agua en Córdoba, consistiendo principalmente en que, habiéndose destruido el murallón de San Julián, las aguas se extienden por aquel lado, y además en que la calle de Lineros, la salida de la Puerta del Puente y otros puntos están a más altura que otra veces, por los terraplenes que se han variado. En esta última avenida ocurrió la desgracia de que habiéndose quedado un pastor aislado se subió a un árbol, de donde no fue posible bajarlo, pereciendo cuando las aguas llegaron a aquella altura.

En todas las avenidas algunos vecinos del Campo de la Verdad se ponen en la orilla del río, y con un gancho atado a una cuerda recogen cuanta leña pueden de la mucha que arrastra la corriente, teniendo algunos la mala costumbre de atarse dicha cuerda a la cintura para hacer más fuerza cuando el leño es grande, habiendo ocurrido, más de una vez, el ser arrastrados y sucumbir entre las aguas.
En las reseñas de las crecientes que hemos extractado se hacen muchas descripciones de haber visto pasar multitud de animales muertos y otros objetos; pero son tan parecidas todas y en general tan pesadas, que hemos creído lo más acertado hacer sólo estas ligeras indicaciones.

Víctimas del río

Muchas son las víctimas que cuenta este caudaloso río, puesto que puede calcularse en seis el número anual de los que mueren entre sus aguas, sin retirarnos de las cercanías de Córdoba. Por consiguiente, en el transcurso de los siglos suman una cantidad fabulosa. Entre otros, debemos anotar que el 18 de marzo de 1684, cuando aún estaba el río bastante alto, quince o veinte forasteros se empeñaron en pasar la tarde paseando en un barco por el Tablazo de las Damas, y sin que se averiguase claramente la causa, aquella pequeña nave se volcó y todos cayeron al agua, salvándose únicamente cinco que pudieron recoger en otros barcos y a fuerza de mucho trabajo. En este mismo año una mujer, tal vez demente, arrojó por el puente a una hija suya de doce a catorce años de edad, salvándose milagrosamente en la azuda de los molinos inmediatos. Este caso se ha repetido en uno de estos últimos años con otra niña recién nacida, por lo que su madre fue encausada.

También se han dado casos de suicidios, arrojándose desde el murallón de la Ribera o desde el puente, como lo hizo de éste último, en 7 de diciembre de 1827, un cura y músico de apellido Leiva, natural de Málaga.
Entre el puente y el molino de Albolafia existe aún multitud de material de guerra que los franceses arrojaron desde San Pelagio, donde tuvieron el parque de artillería, cuando apresuradamente abandonaron Córdoba.
En la isleta que forma el río por bajo de los molinos fueron quemados algunos de los infelices que sentenció la Inquisición, recién instalada en Córdoba, a ser víctimas de las llamas.

Dos sitios hay en este río que nuestros antepasados reverenciaban por haber arrojado en ellos a muchos de los cristianos que sufrieron el martirio por defender nuestra sacrosanta religión; aquéllos eran la parte frente al Campo Santo y huerta del Alcázar, y por cima del molino de Martos.

Las sequías y estiajes

Aunque no en el número de las crecientes, ha tenido, sin embargo, el Guadalquivir ocasiones en que, a causa de las continuadas sequías, ha disminuido su caudal, hasta el punto de no poder funcionar los molinos. Tal sucedió en 1683, en que durante un año no llovió, escaseando el pan de tal modo que hubiera faltado del todo si el corregidor don Francisco Ronquillo y Briceño, de quien ya nos hemos ocupado, no hubiese sacado 15.537 reales del producto del vino forastero en la Alhóndiga, para hacer unas cuantas atahonas que moliesen todo el trigo necesario.
Se hicieron multitud de rogativas implorando el beneficio de la lluvia, sin conseguirla, dando lugar la sequía a que muriese la mayor parte del ganado que tenían los labradores, quienes consiguieron una provisión consintiéndoles no empanar más que la tercera parte de sus tierras; mas el corregidor Ronquillo hizo saber a los propietarios de los cortijos que ellos habían de empanar las restantes, no siendo preciso llevar a cabo ni una ni otra disposición, porque el otoño se presentó muy bien, animando a los labradores, que al fin lograron una siguiente buena cosecha.

Teodomiro Ramírez de Arellano y Gutiérrez de Salamanca
Paseos por Córdoba