jueves, 3 de julio de 2014

DE LA DEFENSA DE LA REINA DE GRANADA HECHA POR DON ALONSO DE AGUILAR, DIEGO FERNÁNDEZ DE CÓRDOBA, ALCAIDE DE LOS DONCELES, GONZALO CHACÓN Y DON MANUEL PONCE



Por dar algún alivio al lector y entretenerle algún tanto con una gustosa y bien pintada historia, la quisiera referir como está escrita y aunque en todo no sea verdadera.
Pero la verdad es que la defensa de la reina se hizo por estos caballeros. Y pues a Córdoba le toca por haber sido defendida por dos hijos suyos y en este tiempo tendrá aquí su lugar y servirá de entretenimiento.
Había en Granada, en tiempo de los reyes de ella,  32 linajes de caballeros moros principales que son los siguientes:

Almoradis
Alquifaes
Banegas
Gomeles
Abenamares
Audallas
Azarques
Abenjiohares
Alhanares
Adoradinos
Alageres
Galuces
Zegríes
Bencerrajes
Aliatares
Hacenos
Alarifes


Sarracinos
Almanzores
Reduanes
Alabeses
Benarales
Baraguis
Muzas
Albayados
Cangentes
Aben  Hamizes
Mafariz
Abidbares
Mazas


Y hubo siempre bandos reñidos entre los Zegríes, que eran descendientes de los reyes de Córdoba, y los Abencerrajes que venían de los reyes de Marruecos, ambos linajes de mucha gente, nobleza y de valerosos hechos pero entre sí muy contrarios, tanto que mil veces estuvieron para trocar los juegos de cañas en lanzas. Los Zegríes, movidos de envidia de ver la estima y valor de los Abencerrajes y el caso que de ellos se hacía, les levantaron un testimonio que la cabeza de ellos, Albín Hamete Abencerraje, hacía traición al rey con la reina Zelma, mujer del rey de Granada, y que trataba de matar al rey y alzarse en el reino.
Creído el rey moro a los Zegríes y juntando un día gran número de ellos en la Alhambra envió a llamar a una sala donde él estaba a  Abencerrajes, uno a uno, y les fue cortando las cabezas, y acabara con todos si no permitiera Dios que un paje de uno de ellos muerto saliese a avisar a los que quedaban y a Muza de la traición. Alborotáronse todos y Granada de la desdichada muerte de tan valerosos caballeros. Y juzgando ser traza de los Zegríes juntos en tropel fueron a la Alhambra a matar al rey y a los Zegríes, e hiciéranlo si el rey no huyera. Vengáronse en los Zegríes, que mataron más de 200 caballeros y parte de los Muzas y Gomeles. Aunque después se apaciguó el rey y, arrepentido del hecho, volvió a reinar por medio de su hijo, el valeroso Muza, pero no quiso recibir a la reina hasta que se averiguase la verdad y que los acusadores saliesen al campo a defender lo dicho y hubiese quien los contradijese. La reina se determinó darse la muerte primero que aguardar caballeros que la defendiensen, porque en caso que no fueren vencidos los acusadores la reina quedaría desfamada y la habían de degollar, como consta de la acusación hechay de lo que junto de las guerras civiles de Granada el que tradujo al moro Aben Hamín. Añade que, estando la reina resuelta de matarse, una cristiana cautiva llamada Costanza de Hita le dijo que ella se volviese cristiana y le daría cristianos caballeros muy valerosos que la defendiesen. Tocada de Dios la reina dijo lo haría si cristianos la sacasen de este conflicto. Escribió la reina y la cautiva su determinación a Gonzalo Chacón, caballero valeroso en tiempo de los Reyes Católicos. Respondióles que estaría con otros tres caballeros en la plaza de Granada el día determinado para defenderla y, hablando un día con otros caballeros, como algunos Abencerrajes se habían venido al rey don Fernando y se habían vuelto cristianos, leyó la carta que había tenido de la reina. Movió el pecho de tres caballeros para ir en su compañía a la defensa que fueron: Don Alonso de Aguilar, cabeza de la casa de Córdoba, gran soldado y capitán, Don Manuel Ponce de León y Don Diego de Córdoba, alcalde de los Donceles y señor de Lucena. Todos los cuatros se resolvieron de partirse con Gonzalo Chacón a la defensa de la reina. Y por los que resta cuenta bien el autor dicho, lo referiré por sus palabras:



“ Los cuatro caballeros van a defender a la reina. Resueltos los cuatro caballeros en ir a defender la parte de la reina sultana ordenaron de partirse de secreto, echando fama de que iban a una montería. El astuto guerrero alcalde de los Donceles dijo que sería bien que fuesen en trajes de turcos porque en Granada no fuesen conocidos. Y así, aderezadas ricas libreas a lo turquesco y previniéndose de armas y caballos, solos y encubiertos, sin entrar en poblado, llegaron a la vega de Granada dos días antes que se cumpliesen el plazo. Llegando al soto de Roma descansaron el día antes de la batalla tratando de la orden que en ella habían de tener. En amaneciendo el día tan deseado de los de Granada se vistieron encima de sus fuertes armas las vestiduras turquescas y, subiendo en su briosos y fuertes caballos, salieron a lo raso de la vega donde se iban acercando a Granada. Encontraron un moro en el camino de Loja con el cual habló el alcaide de los Donceles en arábigo, que lo sabía muy bien y mejor que sus compañeros, de quien supieron el testimonio de la reina haciendo que no lo sabían y ofreciéndose a salir a la empresa de defenderla. Y diciéndoles el moro que no podía ser porque la reina había dicho que no quería moros que la defendiesen sino cristianos, respondieron que ellos eran turcos jenízaros, hijos de cristianos, y que la reina sin duda gustaría. Hablando en semejantes plática iban caminando apriesa a Granada.
Aquella mañana hizo el rey moro aderezar el teatro que estaba hecho en la plaza de Bibarambla donde estuviese la reina y los jueces, que eran Muza y Binazar y otro Aldoradin. Ensartaron el tablado y, puesto todo a punto, los jueces subieron a la Alhambra acompañados de la nobleza de Granada vestidos de luto. Entró Muza a hablar a la reina que era hora saliese al tablado y que le pesaba mucho no hubiere señalados caballeros moros que la defendiesen, pero que no tuviese pena que si faltasen en los que confiaba él saldría con otros tres caballeros. Agradecióselo la reina y salió de la Alhambra toda cubierta de luto, llevando en su compañía a la cautiva cristiana y con muchos caballeros que la acompañaban cubiertos de luto y llorando. Llegando a la calle de los Gomeles estaban en las ventanas dueñas y doncellas haciendo mil muestras de tristeza y llanto, maldiciendo al rey y a los Zegríes. Y todos los demás que estaban por las calles hacían el propio sentimiento. Llegó al tablado donde había un estrado de paños negros donde se sentó, afligida y llorosa por ver que en pública plaza había de ser juzgada, donde fue universal el llanto y sentimiento de toda la ciudad que había concurrido en la plaza.
Sentarónse los jueces y de allí a poco espacio se oyeron venir trompetas de guerra . Y mirando lo que era vieron venir los cuatro acusadores de la reina que tenían bien armados, puestos a punto de batalla, y en poderosos caballos traían sobre las armas marlotas verdes y moradas, pendoncillos y plumas de lo mismo. Traían en las adargas unos sangrientos alfanjes con una letra en contorno que decía: “Por la verdad se derrama”. De esta forma llegaron los cuatro mantenedores de la maldad acompañados de todos los Zegríes, Gomeles, Mazas y de los demás de su parcialidad hasta llegar a su grande y espacioso palenque que estaba hecho junto al tablado, que era tan largo como una carrera de caballo y muy ancho. Y abierta la puerta del palenque entraron y se pusieron al lado izquierdo del tablado porque al derecho estaban los deudos de la reina. Estuvieron desde las ocho de la mañana hasta las dos de la tarde muy confusos por no venir los defensores de la reina. Ofreciéronse muchos caballeros viendo que tardaban a la defensa. Agradecióles la voluntad la reina y dijo que si dentro de dos horas no viniesen tomarían la causa por suya, pero dentro de media se comenzó un gran ruido y alboroto y vieron entrar en la plaza cinco caballeros muy galanes, los cuatro vestidos a lo turquesco y el otro a lo moro, el cual fue de todos conocidos que era Gazul. A los demás tuvieron por extranjeros. Así llegaron al cadalso donde estaba la reina y los jueces que deseaban saber la causa de su venida. Dieron una vuelta al palenque haciendo cortesías a la reina y damas y uno de ellos dijo en turquesco si podía hablar a la reina. No entendiéndole dijeron que hablase arábigo y lo dijo en algarabía. Y Muza dijo que sí, que subiese. Subió don Gonzalo Chacón al tablado y haciendo su cortesía a la reina, habló en voz alta, que todos lo entendieron, diciéndole cómo eran unos caballeros que habían arribado al mar de España y desembarcado en Adra, y que venían con intento de escaramuza con los caballeros cristianos.

“Buscándolos en la vega y no hallando ninguno vinieron a aquella ciudad y alcanzónos en el camino un criado de vuesa alteza nos dijo el conflicto en que estaba, aguardando caballeros cristianos que la defendiesen y que tardaban. Yo y mis compañeros unos turcos jenízaros, hijos de cristianos, y doliéndonos de vuestra inocencia y adversa fortuna y movidos de piedad pedimos nos admitáis a vuestra defensa, y que prometo a ley de caballero por mí y mis compañeros que hagamos en este negocio todo lo que pudiéremos”.

Tenía el caballero la carta de la reina en la mano y dejóla caer en el suelo sin que se reparase en ello. Y como cayese el sobre escrito arriba pidió la reina a su cautiva, conoció ser su carta y aquellos los caballeros cristianos de su defensa. Disimulando dijo:

“Y he estado aguardando caballero que me dio palabra por letra suya de estar hoy aquí con otros tres caballeros, y pues es tarde y no viene admito el ofrecimiento”.

Besóle las manos a la reina y díjole:

“Yo me prefiero hacer lo que ese caballero haría y no le reconozco con ventaja, ni es mejor que yo ni los había de traer consigo son mejores de los que traigo conmigo”.

Los jueces mandaron se escribiese  todo y ellos pidieron licencia. Subió en su caballo y dijo a sus compañeros:

“Nuestra es la batalla, comencémosla luego antes que sea más tarde”.

Los caballeros, en compañía de los parientes de la reina, dieron vuelta a la plaza al son de chirimías, añafiles y dulzainas, tomarónles pleito homenaje de que harían el deber. Iban vestidos de ropas turquescas, de marlotas de paño fino azul guarnecidas con franjones de oro fino y plata. Llevaba cada caballero un turbante de toca de seda listada de oro y azul hecho de unas lazadas curiosas. De parte de arriba del bonete en punta puesta media luna de oro, plumas azules, verdes y rojas en los turbantes puestos. Los pendoncillos de las lanzas eran azules y en ellas lar armas de sus escudos porque Don Gonzalo Chacón llevaba una flor de lus en su pendoncillo, y en el escudo un cuartel de sus armas: un lobo en campo verde que estaba despedazando un moro y encima del lobo había un campo azul en flor de lis  que decía: “Por su mal se desbara”, significando que aquel lobo se comería aquel moro por el testimonio que de la reina había levantado.
Don Manuel Ponce llevaba en su escudo el león rampante de sus armas en campo blanco, no quiso aquel día poner las armas de Aragón, y el león entre las uñas tenía un moro a quien estaba despedazando con una letra que decía:

“Merece más dura suerte
Quien va contra laverdad
Y aún es poca crueldad
Que un león le de la muerte”.
En el pendoncillo que era azul llevaba un león de oro.

Don Alonso de Aguilar no quiso aquel día poner cuartel de sus armas por ser muy conocidos.  En el escudo llevaba un águila en campo rojo, las alas abiertas como que volaba al cielo y en las uñas una cabeza de un moro bañada en sangre y una letra que día de esta manera:

“Lo subiré hasta el cielo
Porque de mayor caída
Por la maldad cometida
Que cometió si recelo.”

Así mismo llevaba en el pendón de la lanza este bravo caballero el águila dorada como en el escudo.
El alcaide de los Donceles llevaba por divisa en su escudo en campo blanco un estoque, los filos sangrientos, la cruz de la guarnición dorada y en la punta del estoque tenía clavada una cabeza de un moro goteando sangre con una letra en arábigo que decía así:

“Por los filos de la espada
Quedará con claridad
El hecho de la verdad
Y la reina libertada.”

Muy maravillados se quedaron todos los caballeros circunstantes en ver la gallardía de los caballeros, sus divisas, que venían de propósito y a cosa hecha y pensado. A este tiempo el alcaide de los Donceles llegándose a los caballeros acusantes les dijo en alta voz, que oyó toda la plaza:

“Caballeros, ¿por qué sin razón habéis acusado a vuestra reina y puesto mácula en su honra?”

Mahomad Zegrí respondió:

“Acusámosla por haber cometido delito de adulterio y por volver con la honra de nuestro rey lo manifestamos.”

El valeroso alcaide le respondió:

“Cualquiera que lo dijere miente como villano, y pues estamos en parte donde se ha de saber la verdad apercibíos todos que habeis de morir confesando lo contrario.”

Y brindando su lanza don Diego Fernández de Córdoba le dio con ella un encuentro a un zegrí, tan terrible golpe en los pechos que sintió la fuerza de su valeroso brazo y quedó lastimado, y si fuera el golpe con el hierro sin duda muriera. El zegrí, corrido y afrentado, revolvió su caballo y fue a herir al alcaide. Como hombre experimentado en la guerra y en escaramuzas se retiró a un lado y, revolviendo sobre el moro, comenzaron una trabada escaramuza. Las trompetas tocaron haciendo señal de batalla a la cual se movieron los demás caballeros, los unos contra los otros; a don Manuel le cayó en suerte Alí Hamete; a don Alonso de Aguilar Mahadón y a don Gonzalo Mahandín. Reconociendo cada uno a su contrario comenzaron una sangrienta y cruel batalla. Don Gonzalo Chacón fue herido en un muslo y aguardando que volviese a segundarle otro golpe, viniendo muy lozano y gozoso el moro, diciendo a voces en algazara:

“Ahora sabrás, turco, si hay granadinos para pelear y resistir a todos los caballeros del mundo.”

Y viéndole venir se arrojó a él y se encontraron los dos de suerte que pareció haberse encontrado dos montes. El moro no se pudo tener y así cayó del caballo y fue herido malamente del golpe de lanza. Púsose el moro con gran pestreza en pie y, echando mano a su alfanje, se vino derecho a su contrario, y aunque pudiera desde el caballo alancearlo por tener enristrada la lanza, saltó del caballo con gran ligereza y desechando la lanza puso mano a su espada y embrazado el escudo se estuvo afirmando aguardando al enemigo. Comenzaron de nuevo los golpes, que con ellos saltaban las astillas de los escudos, y de esta refriega sacó el moro dos heridas. Apartándose para cobrar aliento volvió de nuevo a las manos de su contrario el cual le tiró un golpe de revés que le corto la adarga y le hirió mortalmente en el hombro, que por poco cayera por quedar medio sin sentido. Lo cual, visto por don Gonzalo, arremetió a él y le dio un encuentro con el escudo. Cayó por tierra el moro, luego le dio una cuchillada que le llevo una pierna y, viendo que había alcanzado victoria de su enemigo, alzó los ojos al cielo y dio gracias a Dios. Tomando un trozo de la lanza se arrimó a él porque le daba gran dolor la herida del muslo y llegándose a una parte del palenque se puso a mirar la batalla. Celebraron la victoria los músicos con instrumentos y puso ánimo en los tres cristianos caballeros compañeros suyos y cobardía en los moros.

Los tres caballeros moros y cristianos que quedaban dentro del palenque se combatían con tan fieros golpes que parecía en aquel instante comenzaba la batalla. Mahandón, como vió a su hermano Mahandín en el suelo lleno de sangre y hecho pedazos, dijo a don Alonso de Aguilar:

“Permitid caballero voy a tomar venganza del que mató a su hermano y después concluiremos vos y yo la batalla”.

Al cual dijo don Alonso:

“No dudes de verte en el mismo estado que tu hermano.”

Y diciendo esto le acometió y le hirió con la lanza en el costado. Revolviendo el moro colérico le arrojó la lanza y viéndola venir don Alonso le hurtó el cuerpo al golpe revolviendo el caballo con ligereza. No pudo ser tan a tiempo que no llegase la lanza y clavase la mano del caballo el cual, sintiéndose herido, comenzó a dar bufidos y brincos. Viendo don Alonso que no aprovechaba su diligencia determinó arrojarse en el suelo. Aunque estaba su contrario a caballo le aguardó con la espada en la mano. Sintieron grande contento de verlo en el suelo los Zegríes que le consideraban vencido y muerto. Fuese hacia el moro que arremetiendo con el caballo para atropellarlo y herirle con el alfanje. Don Alonso era muy ligero y estuvo quedo, como que le quería guardar, mas al tiempo que llegó dio un salto y se apartó y el moro paso de largo sin hacerle daño alguno. Don Alonso le dijo:

“Desciende moro del caballo sino quieres que te lo mate”.

Parecióle buen consejo y apeóse, y embrazando su adarga vino a don Alonso diciendo:

“Sin duda me diste el consejo por tu mal”.

“Dítelo – respondió don Alonso – por darte la muerte justamente merecida”.

Arremetió a él y comenzóse una reñida batalla porque ambos eran muy valientes y animosos caballeros. Anduvieron más de media hora hiriéndose por las partes que podían y cada uno deseoso de vencer a su contrario. Don Alonso, muy enojado y casi corrido de ver que le durase tanto su contrario, se acercó a él lo más que pudo y alzando el brazo señalo de quererle herir en la cabeza. El moro acudió al reparo con la adarga pero salióle incierto porque no le ejecutó el golpe en la cabeza, sino rebatiendo la mano le hirió el muslo de una mala herida que le cortó gran parte del hueso. El moro que se halló burlado y herido descargo un desapoderado golpe encima del bonete de don Alonso que el águila partió por medio, y rompiendo bonete, turbante y casco le hirió en la cabeza; aunque no fue tanto como el golpe le dejo medio sin sentido. Ayudó el ser de corazón fuerte y animoso. Viéndose de esta manera se metió con una estocada de suerte que le entró la espalda cuatro dedos por el pecho y, como estaba medio desangrado de la herida del muslo, cayó en tierra. Arremetiendo don Alonso y poniéndole la rodilla en el pecho no le cortó la cabeza por estar ya medio muerto. Levántóse, dio infinitas gracias a Dios y apretándose la herida de la cabeza con el turbante buscó su caballo y como le vio muerto tomó el de Mahandon. Subiendo en él fue donde estaba don Gonzalo Chacón el cual le abrazó y dándole el parabién de la victoria oyeron celebrarla por las dulzainas.
Don Manuel Ponce no era menos sangrienta la batalla que tenía con Alí Hamete, zegrí. Estaban a pie por estar ya cansados los caballos. Don manuel tenía dos heridas y el moro cinco, andando siempre buscando por do poderle herir. Dábale ánimo el ver sus compañeros vencedores y que el alcaide de los Donceles traía a maltraer a su contrario. Llegándose cerca de él le dio un golpe tan terrible en la cabeza que, aunque acudió al reparo con la adarga, no importó el todo sino parte y quitándole el sentido y quedando herida la cabeza dio de manos entre tierra sin poderse valer. Mas volviendo en sí, teniéndose de su contrario no se gloriase de conseguir la victoria, se levantó y sacando fuerza de flaqueza dio in desatinado golpe en el hombro a don Manuel el cual, en retorno, le dio otra herida junto a la que tenía en la cabeza con que dsatentado cayó en tierra y derramando mucha sangre murió. Los añafiles de la reina celebraron la victoria y buen suceso. Tomó don Manuel su caballo y fuese con sus dos compañeros.

No andaba menos valeroso al alcaide de los Donceles con su contrario que peleaba como hombre aburrido y afrentado. Así daba tajos  y reveses a diestro y siniestro y como el alcaide, viendo que sus compañeros habían ya vencido, apretó las espuelas y arremetió al zegrí y él hizo lo mismo. Fue tan terrible el encuentro de los caballos que cayeron en tierra y, viniendo a las manos, eran tan grandes los golpes que se daban que muchas veces quedaban rendidos. El zegrí arremetió al alcaide para venir con él a los brazos y luchar, donde hizo cada uno lo que podía y sabía para derribar a s contrario, pero cada cual echaba el resto de sus fuerzas.. El zegrí, como era grande de cuerpo y fuerzas, levantaba al alcaide por dar con él en el suelo de golpe. Ninguna vez pudo porque parecía que tenía echadas raíces en la tierra. Reconociendo el alcaide su intento de su contrario arrancó de un puñal y dióle tres golpes por debajo del brazo izquierdo, y tales que el moro dio dos grandes gritos sintiéndose herido de muerte y sacando otra daga le dio al alcaide otras dos heridas. Como era ancha no fueron las heridas penetrantes. Correspondióle el alcaide con otra en la espalda izquierda con que cayo al suelo. Luego le puso la rodilla en los pechos y le dijo:

“Date por vencido y confiesa la verdad, sino te acabaré de matar”.

El zegrí viéndose tan mal herido dijo:

“Detén la mano que yo diré la verdad, sabrás que habiendo muerto algunos de mi linaje los abencerrajes, valiendo tanto con los reyes y que no nos podíamos vengar de ellos ordené esta traición y que fuesen muertos sin culpa, la reina está inocente y no bien castigada.”

Todo lo que el Zegrí decía estaban oyendo caballeros de ambas partes. Bajaron os jueces a oír la confesión y, acabada de escribir, murió el moro. Oyóse grandes voces de alegría en la plaza y los instrumentos musicales de chirimías y añafiles.

Los caballeros vencedores fueron sacados del palenque con grande acompañamiento y honra de la mayor parte de los caballeros. Primero llegaron a la reina a ofrecer en su servicio. Pidióles se fuesen con ella a palacio, aceptaron la merced y subieron a la Alhambra donde fueron curados y regalados. Llegándose ls reina a los caballeros cristianos les dijo en secreto:

“El  alto Jesucristo y su bendita madre, que  lo parió sin dolor quedando virgen por divino misterio, es de salud entera y vida larga, y os pague la buena obra que a esta triste y desventurada reina habéis hecho habiéndome librado de una muerte tan infame y afrentosa, más fue la voluntad de Dios el librarme y que cristianos fuesen el instrumento de mi libertad. Así  os quedo obligada por lo que la vida me durare la cual gastaré en vuestro servicio. Deseo ya verme cristiana por servir a Dios, a su madre y a los que tanto bien me han hecho, y creerme que la mayor parte de caballeros de esta ciudad están deseosos de verse cristianos, no aguardan sino que el rey don Fernando comience la guerra”.





Pidió le dijesen sus nombres y cada uno dijo el suyo. A todos les fue dando las gracias y ellos se fueron a recoger; y porque el bando de los muertos no hiciese aquella noche algún agravio, Muza puso cien caballeros de guarda en la calle y casa. Como los Zegríes y los Gomeles vieron que no podían salir con su intento desistieron de su propósito que era de matar a los caballeros cristianos. Venida la mañana se fue la gente de la guarda y los cuatro caballeros determinaron de irse porque no les echase en menos el rey don Fernando. Pidiendo licencia a la reina para partirse, queriéndolos detener por estar heridos y cansados, diciendo ellos la importancia de su partida y el peligro que corrían si el rey supiese la ausencia que habían hecho les dio licencia y se volvieron. Y como se curasen en sus casas no se pudo saber el caso por la ausencia que de ellas hicieron. Quedó toda la corte espantada, y del rey, y respetados del reino.”






HISTORIA GENERAL DE CÓRDOBA DE ANDRÉS DE MORALES

Adelina Cano Fernández y Vicente Millán Torrres


Ediciones de la Posada