miércoles, 16 de marzo de 2022

EL ALMA EN PENA DE DON JULIÁN (LEYENDA POPULAR)

 

En la ciudad de Córdoba, había un lagarero honrado, que estaba en la sierra, «gente», pidió a los guardas de la Puerta del Rincón que le abriesen la puerta, porque tenía mucho que hacer en su lagar. Por ser muy conocido y amigo de todos, lo hicieron.

Iba con su caballo y lanza, y enllegando a la puerta del Convento de la Merced, que está en el campo buen trecho de los muros, le habló un hombre que estaba a caballo y le dijo:

- Hidalgo, lléguese acá y hablemos un poco, que es muy temprano y no han dado las doce, y yo también tengo que negociar, y en dándolas, luego nos iremos.

Espantado el lagarero que fuese tan temprano, se allegó donde estaba el caballero y comenzaron a tratar de la sierra de Córdoba y de su fertilidad. Preguntóle si había todavía jardínes y naranjales y si había todavía las acequias de agua clara que en sus tiempos, porque al gusto de hombres discretos no había semejante fertilidad en el mundo. A esto le respondió el lagarero:

-Señor, parte de eso ha quedado, pero va todo de caída porque las alcabalas son tantas que los esquilmos no llegan, y así se va perdiendo todo. Si no no son las heredades de mayorazgos y canónigos, que tienen renta, no hay otra cosa lucida ni bien tratada; los demás, todos se van perdiendo.

-Es así – dijo el lagarero - ; nada va en aumento antes, en los pocos años que tengo, echo de ver que se caen edificios que honraban esta ciudad y, como he dicho, aún son tantos los gastos y la carestía de las cosas que harto se hace en vivir.

A esto dio el caballero un gran suspiro y dijo:

- ¡Qué florida vide yo esta ciudad y qué de gente principal vivía en ella! ¡Qué de fiestas, qué de toros, qué de ejercicios de armas, qué de conformidad de chicos y grandes! Y era tanta la grandeza de esta ciudad que, en dando la oración, se encendía lumbre desde el Potro hasta los puentes de Alcolea y se comunicaba toda la gente y se iban paseando de una parte a otra.

A esto respondió el lagarero:

-¡Vale Dios, señor! ¿tan viejo sois?

-Sí soy- respondió -, porque soy aquel desventurado don Julián por quien se perdió España, y estoy padeciendo tormentos increibles en el infierno.

Y diciendo esto, dio un estampido terrible y desapareció, dejando malísimo hedor, tanto que el pobre hombre, del espanto y hedor, pensó expirar.

Y en esto dio el reloj las doce, y el pobre lagarero se volvió a su casa, y dentro de cuatro días que esto pasó,murió, habiéndolo contado delante de muchas personas, y a mí me lo contó un sobrino suyo que se lo oyó decir y estuvo a su cabecera a la hora de la muerte, y se llamaba Baltasar de Ahumada.

Heme alegrado de haber oído este tan admirable caso que le sucedió a ese hidalgo de Córdoba, y porque viene a propósito y es en la misma materia de don Julián, os contaré lo que me dijo Morales, alguacil de Córdoba, que le había a él sucedido yendo a los Pedroches a una comisión; y es de esta suerte:

Este alguacil Morales iba a los Pedroches con una comisión y, pérdido el camino por mitad de aquella sierra, fue a dar a un colmenar donde estaba un hombre con su mujer. Luego que lo vieron los colmeneros, se quedaron espantados de ver venir aquel hombre porque, fuera de los señores del colmenar, jamás habían visto a otro hombre sino a él.

Preguntándole a qué venía por aquellas sierras, respondió:

- Yo voy a los Pedroches y perdí el camino y, en más de cuatro leguas que he andado, no he hallado persona humana a quien preguntar y así le pido, por amor de Dios, me cojan aquí esta noche porque venimos yo y la mula hechos mil pedazos.

Dijo el colmenero:

- Señor, yo no tengo grano de cebada ni paja para la mula ni cama para vuesa merced, y fuera de esto, os aviso que, si sois hombre temeroso, os moriréis de espanto viendo y oyendo lo que pasa aquí cerca de esa choza.

Díjole el alguacil que qué era lo que pasaba.

-Un tiro de escopeta -dijo el colmenero -está una fortaleza que dicen que fue de don Julián; y todas las noches del mundo, en siendo la media noche, son tantos los gritos y alborotos, llamas de fuego y cadenas que se oyen que es milagro vivir nosotros aquí; y así los señores de estas colmenas, cuando las vienen a ver, vienen temprano y se vuelven a dormir a su casa.

-Pues¿cómo están aquí y tienen estas colmenas dijo el alguacil- pasando estas cosas que decís?

-A eso respondo que es un sitio tan bueno y de tan buen temple que todo el año hay flores, y está muy lindo y hermoso el campo, donde las abejas tienen muy buen pasto con que se coge gran cantidad de miel y de cera.

-¿Y aquí hay otros ganados? -preguntó el alguacil.

-No señor, porque algunos que han traído, en viniendo la noche y oyendo el estruendo y gritería, quedan tan amedrentados que no hay quien los haga parar aquí.

-¿Y cómo pasan todo el año en este desierto sin oír misa ni sermón?

-Señor, el mucho interese que hallamos nos hace estar en esta incomodidad.

Al fin, él les dijo que determinaba quedarse allí aquella nocheo, aunque no hubiese qué comer, porque quería ver si era verdad todo lo que lo habían dicho. Pidió que le dieran por sus dineros cuatro panes para su mula, y él cenó con los colmeneros una buena olla de venado y puerco jabalí, y le acomodaron en una cama de retamas y rogóle al colmenero le avisase cuando sintiese el alboroto y ruido.

Con esto se durmió por venir cansado y, venida la media noche, comenzaron aquellos espíritus condenados a dar tales voces y hacer tal ruido que parecía que los infiernos se habían despoblado. Repetían muchas voces:

-¡Conde don Julián, mirá que es ya hora! ¡Vengan los pájaros, vengan los lebreles, vengan los sabuesos con todos los demás aparejos de caza! ¡Ea, criados; ea, maestresalas, aderezad lo que ha de comer el Conde don Julián; esté todo aderezado, no haya falta en nada; miren que viene!

Y diciendo esto, se oían unos gemidos tan dolorosos que retumbaban en toda aquella montaña.

-¡Ay! decía aquel desventurado don Julián -, ¡ay que me abraso! ¡ay que no tengo esperanza de salir de esta pena!, ¡malditos sean mis pensamientos y gustos! ¿De qué me sirvió ser poderoso en el mundo sino de condenarme? ¡Ay que me abraso!

A todo esto estuvo despierto el alguacil y, con ser un hombre valiente y de la hampa, estuvo hincado de rodillas pidiéndole a Dios perdón de sus pecados y esfuerzo para salir de aquel lugar, prometiendo de ser bueno de allí adelante.

Finalmente, con la turbación que tenía, no sabía si estaba en cielo o en tierra.

Duró este estruendo por espacio de una hora, desapareció todo, quedando la noche serena como de antes, y el pobre alguacil quedó tan desvelado que no pudo más dormir ni volver en sí en hartos días. Después que amaneció, le rogó al huésped que fuesen a la fortaleza, que la quería ver; díjole que llevase la escopeta cargada, porque la casa es habitación de bestias fieras.

Díjome después este alguacil que era la fortaleza, muestra de grandeza de aquellos tiempos, una fortaleza inexpugnable, con muchos torreones, y a los lados sus aljibes para agua, con todas las demás cosas que honran una fortaleza. Hallaron en la casa muchos jabalíes, cuatro osos y gran multitud de lobos, gran cantidad de zorros y otros animales nunca vistos, los cuales salieron huyendo cuando oyeron gente.

La vista que se ve desde la fortaleza es muy larga y apacible, y se alegró el alguacil de haberse perdido por haber visto lo que vio y oyó. Todo lo cual lo contó en Córdoba a cuantos se lo preguntaban.

Al fin, el buen Morales se quitó de alguacilerías y de todo lo demás que le podía ser ocasión de ofender a Dios, a quien de allí adelante procuró servir como buen cristiano, con mucho ejemplo de los que le concían, que daban gracias a Dios viendo esta mudanza.


Fuente: Leyendas Populares y literarias de Andalucía (Ed.Almuzara 2006)

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