martes, 18 de febrero de 2020

POEMA 23.1


Se sintió el dueño final
postrada su cabeza
en una deshilachada almohada carmesí,
de diminutas conversaciones perdidas
en descascarilladas paredes,
de antiguas casas del extrarradio
en las que el tiempo,
(inexcusable compañero
de las horas envasadas
en delicadas cajas de acero pulido),
ha estampado cuidadoso
formando hermosas palabras,
con la amante perfección
del maestro impresor
que sueña con crear,
el vocablo perfecto
con el que poder describir
la desnuda apariencia de la soledad,
y..., las guardaba distraídamente,
de forma rutinaria
con la eficaz diligencia
del funcionario perfecto,
en pequeños cartuchos de papel de plata,
enlatados en las ondas del sonido dilatado
por el eco repentino que el grito desesperado,
que el mar del norte, lanza cada día,
con la furia de mil caballos salvajes
contra las afiladas rocas de los acantilados.



Se sintió dueño
de una mirada evasiva,
de un recuerdo que no tuvo,
del rozar repentino
con una gota de luz
esparcida negligente
sobre un charco
desnudo de agua,
del graznido peculiar de los cuervos
envueltos en piel humana
y corrió por campos de heno
recién cosechados
hiriendo sus pies
encadenados a la tierra.



Se sintió dueño de nada,
y un húmedo escalofrío,
recorrió su espalda
con dedos presurosos
entre sus vertebras cansadas,
y olvidó que el olvido
es silencio,
que el rematar de las esquinas,
atrapa los dedos de los olvidados,
en la fina línea del amanecer
con la que el alba,
restaura sigilosa,
el bramido malherido
de los pasos apresurados
de aquellos que recorren,
las apenas perceptibles calles adoquinadas
hasta llegar a los impersonales nichos
donde dejar descansar
el enmudecido ruido nocturno,
mientras sus cuerpos son tragados
por bocas desdentadas
de acero, cristal y hormigón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario