jueves, 23 de octubre de 2025

¿Por qué las empresas podrían no contratar a trabajadores mayores o no ofrecer más trabajo a tiempo parcial? Nicholas Barr

 

Nota del editor: Este texto corresponde a la tercera entrega del artículo del profesor Nicholas Barr para el CENIE, «¿Por qué no trabajamos más tiempo?». A lo largo del mes de octubre iremos publicando las distintas partes de forma semanal, en el marco de las actividades organizadas con motivo del Día de la Educación Financiera 2025.

La disposición de las personas mayores a trabajar —el lado de la oferta del mercado laboral— es importante. Pero el lado de la demanda es igualmente importante, y hasta la fecha las políticas se han centrado principalmente en reducir la discriminación por edad.

Discriminación por edad

El problema es real y debe abordarse. Pero es un error pensar que eso es todo lo que se necesita.

Imaginemos a un empleador ilustrado cuya actitud instintiva sea la disposición a contratar a personas mayores, pero que deba seguir siendo rentable. Por tanto, la cuestión no es de actitudes discriminatorias inapropiadas. La pregunta correcta que debe formularse es: ¿qué factores consideraría legítima y racionalmente un empleador como obstáculos para contratar a personas mayores? Una política que tenga en cuenta de forma insuficiente esos obstáculos creará discriminación indirecta: la regulación (es decir, contra la discriminación) y los incentivos para contratar a trabajadores mayores deben estar alineados.

Los párrafos siguientes abordan cuestiones que se han explorado de manera insuficiente y que merecen una investigación más profunda.

Obstáculos en el mercado laboral

Los empleadores desean contratar a personas por un salario que refleje su productividad, la cual depende, entre otros factores, de sus competencias, sus horas de trabajo y su salud. En la medida en que existan rigideces que interfieran, se genera un obstáculo para la contratación de trabajadores mayores.

Costes fijos de empleo.

 Supongamos que cada trabajador cuesta 4.000 dólares al año en primas de seguro médico, como ocurre aproximadamente en Estados Unidos. El incentivo para los empleadores es minimizar el número de trabajadores y maximizar el número de horas que trabaja cada uno. Un problema relacionado surge cuando las primas de seguro (por ejemplo, médico o de viaje) aumentan con la edad. En ambos casos, el incentivo en contra de ofrecer trabajo a tiempo parcial es evidente.

Cualquier contribución empresarial no proporcional tiene un efecto similar, por ejemplo, la cotización semanal fija al Seguro Nacional (“the stamp”) en el Reino Unido entre 1948 y 1975.

Obstáculos legales para la reducción de jornada.

 También existen costes indirectos al ofrecer trabajo a tiempo parcial.

Costes de transacción

la legislación laboral puede ser poco clara. Si un trabajador desea reducir su jornada en su empresa actual, se necesita tiempo para negociar el acuerdo. El problema surge cuando la reducción de jornada implica pasar a un trabajo a tiempo parcial, y especialmente cuando se trata de un cambio hacia un tipo de trabajo diferente, quizás menos estresante.

Incertidumbre

las incertidumbres jurídicas aumentan los costes de transacción, por ejemplo, sobre si es legítimo reducir el salario de un trabajador que se ha vuelto menos productivo o que desea reducir el estrés cambiando a un trabajo de menor productividad.

Tales problemas crean un factor de molestia para los empleadores a la hora de diseñar contratos.

Competencias de los trabajadores mayores

Los empleadores pueden temer que, dado el progreso tecnológico, los trabajadores mayores no posean las competencias necesarias. A primera vista, el retorno de la formación es mayor en etapas tempranas de la vida, porque el periodo de beneficio es más largo. Un factor atenuante es que, con un cambio tecnológico más rápido, la vida útil de las competencias es más corta. Si las habilidades quedan obsoletas en 5 años en lugar de 10, resulta más rentable volver a formar a trabajadores mayores.

O los empleadores pueden pensar que los trabajadores mayores tienen menor capacidad cognitiva. Sin embargo, la larga experiencia puede ser un factor compensatorio y, como se mencionó antes, puede aportar habilidades que complementen las de los trabajadores más jóvenes.

Salud de los trabajadores mayores

Los empleadores pueden pensar que los trabajadores mayores tienen más problemas de salud. La realidad es más ambigua (Petery et al., 2023). Los trabajadores mayores pueden tener más problemas de salud a largo plazo, como hipertensión, pero tales problemas a menudo no afectan al rendimiento laboral. También hay algunas evidencias de que las ausencias relacionadas con la salud entre los trabajadores mayores tienden a ser más largas que las de los jóvenes, pero menos frecuentes (los trabajadores mayores son menos propensos a faltar un lunes por la mañana después de un fin de semana de fiesta).


FUENTE:    


miércoles, 15 de octubre de 2025

¿Es buena idea recurrir a la IA cuando estamos deprimidos o ansiosos?

 

Usar la IA en el contexto de la salud mental permite, en ocasiones, actuar antes de que el problema se convierta en crisis, algo que la atención tradicional no siempre logra. Pero eso no implica que vayan a sustituir al profesional: más bien se perfila como una herramienta complementaria.

 

 

La salud mental es uno de los asuntos que más preocupan hoy en día. Se calcula que cuatro de cada diez personas tendrán un problema de este tipo a lo largo de su vida. De ahí la urgencia de encontrar soluciones validadas por la evidencia científica. Algunas de las soluciones que se barajan tienen que ver con el uso de ChatGPT y otras apps de inteligencia artificial, propuestas que pueden generar curiosidad pero también dudas y desconfianza.

No es nuevo: el desarrollo tecnológico siempre nos ha hecho sentir algo incómodos. Ya a comienzos del siglo XIX, en un pueblo de Inglaterra llamado Leicestershire, Ned Ludd destruyó algunas máquinas textiles. Entre otras razones, argumentaba que lo hacía porque se oponía a los cambios que traía la nueva maquinaria industrial. A partir de ahí nació el término ludita, que describe a personas que rechazan el desarrollo tecnológico.

En el campo de la salud también han existido “momentos luditas”. Por ejemplo, cuando aparecieron los contestadores automáticos o, más recientemente, cuando se comenzó a utilizar la videollamada para atender pacientes. Incluso los propios profesionales se resistían a las videollamadas hasta que la pandemia del covid-19 les obligó a utilizarlas. ¡Y menos mal que contamos con esa opción!

¿Cómo utilizan las personas la IA para cuidar su salud mental?

Actualmente ,el principal uso que se le da a la lA es con fines de acompañamiento, como un “compañero digital” que nos orienta, escucha nuestros pensamientos y angustias, nos aconseja y al que le contamos secretos. Nos lo pone fácil el hecho de que herramientas como ChatGPT estén disponibles en cualquier momento, parezcan empáticas y, por norma, no critiquen ni respondan negativamente.

Quienes utilizan este tipo de IA no suelen preocuparse por la  privacidad o la profundidad emocional, pese a que plantea riesgos por el uso de datos personales y por los sesgos con los que se entrenan las herramientas de IA.

No obstante, debemos admitir también que la IA permite identificar señales de malestar antes de que se agraven. Esto se consigue mediante el análisis de los datos de móviles y weareables que informan de patrones de actividad, pasos, sueño, cantidad de mensajes o veces que se mira el móvil. Este tipo de proceso se llama fenotipado digital y ayuda a anticipar recaídas en depresión o episodios en trastornos graves mediante lo que se llama EMA (Ecological Momentary Assessment o Evaluación Ecológica Momentánea).

También se usan modelos de lenguaje para detectar cambios sutiles en el estado emocional de adolescentes y adultos. Por ejemplo, cuando en los mensajes se detecta un aumento de frases del tipo “estoy mal”, o “culpa”, así como en la fluidez verbal o en incoherencias sintácticas. El objetivo es claro: actuar antes de que el problema se convierta en crisis, algo que la atención tradicional no siempre logra.

Asimismo se han publicado estudios iniciales donde chatbots de salud mental se muestran eficaces en reducir síntomas leves de ansiedad y depresión, además de fomentar la reflexión personal y el autocuidado. Su disponibilidad 24/7 los convierte en recursos accesibles y de bajo coste, especialmente útiles en contextos con escasez de servicios profesionales.

La IA se está usando para ampliar terapias como la cognitivo-conductual. Algoritmos inteligentes permiten adaptar ejercicios, monitorizar avances y reforzar aprendizajes. Al mismo tiempo, los modelos de lenguaje abren la puerta a diálogos más naturales y sensibles al contexto. Los resultados de estudios científicos muestran reducciones moderadas en síntomas depresivos, especialmente en jóvenes.

Los terapeutas son más empáticos y flexibles

A pesar de estos avances, los profesionales ofrecen una visión más matizada. Comparaciones entre humanos y chatbots revelan que los terapeutas superan claramente a la IA en dimensiones críticas como la empatía, la flexibilidad y la sintonía emocional. Esto refuerza una idea clave: la IA no sustituirá al profesional, sino que se perfila como una herramienta complementaria.

Por ejemplo, en ansiedad y depresión un bot parece ser efectivo al inicio, pero su efecto desaparece a los tres meses. En paralelo a esta extinción, las personas dejan de utilizarlo, de modo que la adherencia a los apoyos sustentados en IA se ha convertido en uno de los grandes desafíos actuales y futuros a la hora de usar la inteligencia artificial en salud mental.

Las investigaciones también advierten sobre carencias importantes. Un modelo propone imaginarlo como una pirámide con tres pasos. En la base están la seguridad y la privacidad; después, la fiabilidad y la transparencia; y, solo en la cúspide, la eficacia práctica. Sin embargo, la mayor parte de los estudios se concentran en los niveles superiores y dejan en segundo plano cuestiones básicas como la protección de datos o la gestión del sesgo algorítmico. De hecho, un análisis crítico advierte que la falta de supervisión ética y la escasa formación digital de pacientes y profesionales pueden convertir a estas herramientas más en un riesgo que en un apoyo.

La IA ya está diseñada y avanzando. Los profesionales necesitamos prepararnos para este cambio radical en la forma de abordar los problemas de salud mental.

¿Qué podemos esperar del futuro de la IA en salud mental?

La integración de la inteligencia artificial en nuestra vida cotidiana es ya un hecho. Hace apenas tres años, la mayoría de la gente utilizaba un buscador: hoy millones de usuarios formulan directamente sus preguntas a un asistente conversacional. La permeabilidad de nuestras actividades diarias a la IA es tan alta que cuesta imaginar un retroceso. Al igual que hace dos décadas los ordenadores ocupaban media mesa y hoy caben en el bolsillo, probablemente en pocos años miraremos atrás y nos parecerá rudimentario haber usado la IA solo a través de texto para hablar de nuestra salud mental.

En este campo, el proceso ya comenzó, pero las perspectivas son claras. Las revisiones recientes señalan que la IA no solo permitirá monitorizar síntomas en tiempo real a través de dispositivos cotidianos, sino que también contribuirá a diagnósticos más precisos y a una atención personalizada. Con sus limitaciones y riesgos, la IA ha llegado para quedarse y desarrollarse.

Bibliografía

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Li, H., Zhang, R., Lee, Y. C. et al. “Systematic review and meta-analysis of AI-based conversational agents for promoting mental health and well-being” en npj Digit. Med. /2023, 6, 236). Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41746-023-00979-5

Luo, X., Ghosh, S., Tilley, J. L., Besada, P., Wang, J. & Xiang, Y. “Shaping ChatGPT into my Digital Therapist: A thematic analysis of social media discourse on using generative artificial intelligence for mental health” en Digital Health (2025, 11, pp. 1-13). Disponible en: https://doi.org/10.1177/20552076251351088

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AUTOR:

Felipe Soto Pérez

Es profesor de la Facultad de Psicología, Universidad de Salamanca. Investiga en trastornos mentales y en telepsicología. Coedita Cuadernos de Neuropsicología y Terapia Psicológica. Integra los Institutos INICO, IBSAL y el grupo de trabajo en Psicología y Transformación Digital del COPCyL.

Madalin M. Deliu

Es investigador en la Universidad de Salamanca. Profesor de la Universidad Católica de Ávila, Máster en Psicología General Sanitaria y Doctor(c) en Psicología, Miembro del INICO.

FUENTE:

https://telos.fundaciontelefonica.com/es-buena-idea-recurrir-a-la-ia-cuando-estamos-deprimidos-o-ansiosos/


domingo, 28 de septiembre de 2025

Longevidad sin herencia cultural: ¿quién cuida la memoria colectiva?

 

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Vivir más tiempo no garantiza, por sí solo, dejar más huella. En las sociedades longevas, la memoria colectiva debería ser un puente entre generaciones, pero corre el riesgo de diluirse si no se cuida de forma consciente. La longevidad plantea una pregunta incómoda: ¿qué sentido tiene vivir más años si lo aprendido, lo contado y lo vivido no encuentra continuidad en quienes vienen detrás?

El riesgo de una longevidad sin memoria

La cultura no se hereda de manera automática. Se transmite en las historias compartidas, en los gestos cotidianos, en la voz de los mayores que recuerdan lo que otros olvidan. Pero cuando las sociedades se aceleran y priorizan la inmediatez, la memoria puede convertirse en un archivo sin lectores. Una longevidad desconectada de la herencia cultural se vuelve frágil: acumula años, pero pierde raíces.

No se trata solo de preservar anécdotas, sino de mantener vivos los marcos de sentido que permiten a una comunidad reconocerse. La pérdida de memoria colectiva no es solo cultural: es también social y política, porque cuando olvidamos de dónde venimos, corremos el riesgo de no saber hacia dónde vamos.

Saberes que se apagan

Cada vida larga encierra un patrimonio único: oficios, refranes, canciones, formas de cuidar y de convivir. Si no se transmiten, desaparecen. La despoblación rural en muchos territorios ha borrado saberes agrícolas, artesanales o comunitarios que sostenían modos de vida enteros. En el ámbito urbano, la soledad o el aislamiento digital generan silencios donde antes había narraciones familiares.

Algunos investigadores han llamado a esto “extinción cultural silenciosa”: cuando una persona mayor muere sin haber transmitido sus conocimientos, el mundo pierde una biblioteca entera. Así se apagan recetas tradicionales, técnicas artesanales, memorias de luchas sociales o relatos de migración. Y cada pérdida empobrece el mosaico de nuestra identidad colectiva.

El papel de la transmisión intergeneracional

La memoria colectiva no se conserva solo en archivos y museos, sino en la interacción entre generaciones. Abuelos y nietos, maestros y aprendices, vecinos y comunidades: cada encuentro es un espacio donde la longevidad se traduce en cultura viva.

En Portugal, el programa “Avós Contadores de Histórias” invita a mayores a narrar en escuelas sus recuerdos de infancia, convirtiéndolos en material pedagógico. En América Latina, proyectos como “Bibliotecas Vivas” en Colombia o “Memoria de los Barrios” en México recogen relatos orales que alimentan la identidad comunitaria. En España, iniciativas como las universidades de la experiencia o los talleres intergeneracionales de narración oral muestran que la transmisión cultural puede integrarse en la vida educativa y social de manera natural.

Cuidar de esta transmisión implica crear contextos donde el diálogo intergeneracional sea posible: aulas abiertas, festivales de memoria, espacios comunitarios que celebren relatos y biografías. Cada uno de estos gestos recuerda que envejecer no es retirarse, sino aportar desde la experiencia acumulada.

Tecnologías de la memoria

La digitalización ofrece nuevas herramientas para preservar la memoria colectiva, pero también nuevos riesgos. Plataformas, podcasts, archivos orales o proyectos audiovisuales permiten recoger voces y relatos que de otro modo se perderían. Hoy es posible grabar testimonios y compartirlos en red, creando archivos accesibles a escala global.

Sin embargo, la memoria digital plantea preguntas: ¿quién selecciona qué se guarda?, ¿quién interpreta ese caudal de recuerdos?, ¿qué queda oculto entre millones de archivos sin contexto? La tecnología puede ser una aliada, pero difícilmente sustituirá la mediación humana necesaria para dar sentido a la memoria. Un relato no vive solo porque esté grabado: necesita ser escuchado, reinterpretado y compartido.

Cuidar la herencia cultural en sociedades longevas

Una sociedad longeva no solo cuenta con más años, sino con más memoria acumulada. Convertir esa riqueza en recurso común exige políticas culturales que reconozcan el valor del legado inmaterial, medios de comunicación que den espacio a las voces mayores y comunidades dispuestas a escuchar.

Cuidar la memoria colectiva es también un acto de justicia: significa reconocer que la longevidad no solo suma tiempo, sino experiencias que deben permanecer vivas en el relato compartido. La transmisión cultural no puede quedar a la improvisación; requiere voluntad política, inversión educativa y un compromiso social que entienda la memoria como bien común.

La longevidad, sin herencia cultural, se arriesga a convertirse en un tiempo vacío. Con ella, en cambio, podemos construir un patrimonio vivo que fortalezca la identidad de cada persona y el tejido colectivo. Porque la memoria, cuando se cuida, no es solo recuerdo: es también futuro.


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