Vayamos al mar del norte,
allí donde las olas descargan con furia,
la acumulada desesperanza de los hombres
envuelta en grises lágrimas de atardeceres callados;
vayamos allí, donde las húmedas arenas milenarias
guardan los recuerdos acumulados como secretos indelebles
en espumosas oquedades y oscurecidos verdes sedientos de vida.
Vayamos al mar del norte,
allí donde los senderos conducen hasta la sutil niebla
que abraza los fatigados pasos
de trasnochados días perdidos
en leves gotas de rocío;
vayamos allí donde el aire trae los cantos olvidados
entre sus pliegues antiguos de pretéritos caminantes
hacia ningún lugar.
Vayamos al mar del norte,
donde su voz acuosa
traerá hasta nuestros labios
su beso salado,
vayamos allí donde el silencio reina
en la majestad callada de los bosques,
allí donde solo el gorjeo de los pájaros
llenara nuestros oídos
con la melodía abandonada
en los rincones escurridizos
de veredas mil veces transitadas.
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