viernes, 7 de febrero de 2020

El empleado de correos, un cuento de Jacques Sternberg

El empleado de correos, un cuento de Jacques Sternberg
Dentro del metodismo en el que se ha sumergido un apático pero entregado empleado de la oficina de correos se filtra una irregularidad, una costumbre que mancha de luz su día a día gris.

El empleado de correos, un cuento de Jacques Sternberg



En los diez años que había vivido enjaulado detrás de la ventanilla, al fondo de la vasta oficina de correos, el empleado no había recibido una sola queja.

Recibía, canjeaba, entregaba, anotaba, estampillaba, sellaba, firmaba, contaba y devolvía. Todo lo hacía con una calma perfecta, sin el menor nerviosismo y siempre afable, cortés, sonriendo sin pausa a vecinos, a clientes, a vigilantes, al mundo entero, a todas las cosas, a él mismo… A su día de trabajo. Ante todo, su trabajo, que el empleado juzgaba una tarea muy fastidiosa, pero soportaba gracias a una pequeña obsesión estrictamente personal.
Porque el empleado, en efecto, hace diez años que comete cada noche, antes de irse, lo que se llama un delito cotidiano: un gesto que se ha vuelto obligatorio, una razón de vivir.
Todas las noches introduce en su valija un fajo de cartas escogidas al azar. Se las lleva, vuelve cuanto antes a su hogar, arroja las cartas sobre la mesa, las abre con ansiedad y cada noche, desde las nueve hasta el amanecer, las responde, una por una, sin olvidarse de una sola, sin escribir una palabra a la ligera.

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Las preocupaciones de un padre de familia, un cuento de Franz Kafka


Las preocupaciones de un padre de familia, un cuento de Franz Kafka
Un ser extraño, envuelto en hilo y pequeñísimo, habita un rincón de la casa de quien narra esta historia. Su presencia apenas se hace notar, apenas es un hecho constatable: sin embargo, él no deja de existir.

Las preocupaciones de un padre de familia, un cuento de Franz Kafka



Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología. Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.

Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.
Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.
Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.
—¿Cómo te llamas? —le pregunto.
—Odradek —me contesta.
—¿Y dónde vives?
—Domicilio indeterminado —dice y se ríe.
Es una risa como la que se podría producir si no se tuvieran pulmones. Suena como el crujido de hojas secas, y con ella suele concluir la conversación. A veces ni siquiera contesta y permanece tan callado como la madera de la que parece hecho.
En vano me pregunto qué será de él. ¿Acaso puede morir? Todo lo que muere debe haber tenido alguna razón de ser, alguna clase de actividad que lo ha desgastado. Y éste no es el caso de Odradek. ¿Acaso rodará algún día por la escalera, arrastrando unos hilos ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No parece que haga mal a nadie; pero casi me resulta dolorosa la idea de que me pueda sobrevivir.

FUENTE: https://www.zendalibros.com/las-preocupaciones-de-un-padre-de-familia-un-cuento-de-franz-kafka/

La ejecución, un cuento de Hermann Hesse


La ejecución, un cuento de Hermann Hesse
Un maestro y sus discípulos se encuentran, por casualidad, con una ejecución pública. El moralismo de Hermann Hesse palpita aquí con particular violencia.

La ejecución, un cuento de Hermann Hesse



En su peregrinación, el maestro y algunos de sus discípulos bajaron de la montaña al llano y se encaminaron hacia las murallas de la gran ciudad. Ante la puerta se había congregado una gran muchedumbre. Cuando se hallaron más cerca vieron un cadalso levantado y los verdugos ocupados en llevar a rastras hacia el tajo a un individuo ya muy debilitado por el calabozo y los tormentos. La plebe se agolpaba alrededor del espectáculo. Hacían mofa del reo y le escupían, movían bulla y esperaban con impaciencia la decapitación.

—¿Quién será y qué delitos habrá perpetrado —se preguntaban unos a otros los discípulos— para que la multitud desee su muerte con tanto afán? Aquí no se ve a nadie que manifieste compasión ni que llore.
—Supongo que será un hereje —dijo el maestro con tristeza.
Siguieron acercándose, y cuando se vieron confundidos con el gentío los discípulos preguntaron a izquierda y derecha quién era y qué crímenes había cometido el que en aquellos momentos se arrodillaba frente al tajo.
—Es un hereje —decía la gente muy indignada—. ¡Hola! ¡Ahora inclina su cabeza condenada! ¡Acabemos de una vez! En verdad ese perro quiso enseñarnos que la ciudad del Paraíso tiene sólo dos puertas, ¡cuando a todos nosotros nos consta perfectamente que las puertas son doce!
Asombrados, los discípulos se reunieron alrededor del maestro y le preguntaron:
—¿Cómo lo adivinaste, maestro?
Él sonrió y, mientras echaba de nuevo a andar, dijo en voz baja:
—No ha sido difícil. Si fuese un asesino, o un bandolero o cualquier otra especie de criminal, habríamos visto entre las gentes del pueblo pena y compasión. Muchos llorarían y algunos hasta pondrían el grito en el cielo proclamando su inocencia. Al que tiene una creencia diferente, en cambio, se le puede sacrificar y echar su cadáver a los perros sin que el pueblo se inmute.

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El muchacho indefenso, un cuento de Bertolt Brecht


El muchacho indefenso, un cuento de Bertolt Brecht
Una pequeña parábola moral de la mano del pesimismo de Brecht: un niño pide ayuda en la calle, con una moneda en la mano, después de que le hayan robado otra.

El muchacho indefenso, un cuento de Bertolt Brecht



Un transeúnte preguntó a un muchacho que lloraba amargamente cuál era la causa de su congoja.

—Había reunido dos monedas para ir al cine —dijo el interrogado—, pero se me ha acercado un chico y me quitó una —y señaló a un chiquillo que estaba a cierta distancia.
—¿Y no pediste ayuda? —preguntó el hombre.
—Claro que sí —replicó el muchacho, sollozando con más fuerza.
—¿Y nadie te oyó? —siguió preguntando el hombre, al tiempo que lo acariciaba tiernamente.
—No —gimió el niño.
—¿Y no puedes gritar más fuerte? —preguntó el hombre.
—No —replicó el chico, mirándolo con ojos esperanzados, pues el hombre sonrió.
—Entonces, dame la que te queda —dijo el hombre, y quitándole la última moneda de la mano, prosiguió despreocupadamente su camino.

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