JOVEN CULTURAS | 17
Otro futuro es posible en medio de la violencia, el paro y las drogas
Celedonio, Antonio Manuel y Esther, tres mediadores de Las Palmeras, son ejemplo de la superación. Cada día luchan por sus objetivos en un entorno hostil donde ya son un ejemplo para los jóvenes que les rodean
Sara Arguijo Escalante
s.arguijo@lacalledecordoba.com
El Colegio Duque de Rivas está pintado de un blanco y verde ya descolorido y rodeado de un descampado enorme que hace que dé la impresión de que el edificio surge de la nada. Al llegar a la puerta de entrada un niño se sube en un pupitre y con una pistola de plástico dispara a través de la ventana mientras sus compañeros ríen. Probablemente, si esta escena pasase en cualquier otra zona de la ciudad se entendería como un simple juego infantil, pero desgraciadamente aquí, en Las Palmeras, la anécdota cobra otro sentido.
En este barrio, donde la tasa de paro duplica la de otros, donde la droga campa a sus anchas y donde los jóvenes tienen la sensación de que su destino está marcado por las circunstancias, la violencia forma parte del lenguaje de la calle y es, en muchos casos, la única herramienta que conocen para resolver los conflictos que presencian día a día.
Se puede decir que en estas calles como en otras del Sector Sur, Las Moreras o el Polígono Gualquivir, donde no llegan los taxis, ni los servicios de limpieza, ni tampoco las oportunidades, reina la ley del más fuerte y a quienes nacen en ellas casi no les queda más remedio que estar siempre a la defensiva e instalarse en la más absoluta desconfianza.
Por eso, merece más atención si cabe que Celedonio Campos, de 18 años, Antonio Manuel de 17 y Esther Casas de 22, no sólo sean tres adolescentes sanos, inquietos y trabajadores sino que además se impliquen por cambiar aquello que no les gusta de lo que les rodea. Y, por eso además, tampoco extraña que se hayan convertido para los más pequeños en una especie de superhéroes de barrio. “Es increíble pero aquí ser gitano y tener un trabajo, además como mediador, es algo muy raro y, al principio todo el mundo me preguntaba sorprendido, como si fuera un abogado”, relata Celedonio.
Es decir, estos tres jóvenes mediadores sociales son la prueba más evidente de que, pese a tener todo en contra, con esfuerzo se pueden conseguir los objetivos y, por eso, sirven de ejemplo para otros chicos que empiezan a tener a su alrededor otros referentes. “Al vernos se plantean que si nosotros hemos podido ellos también pueden y, al menos lo intentan; porque al final uno termina reproduciendo lo que hay en su entorno”, explica Antonio Manuel.
La importancia de intervenir
Claro que, como reconocen los tres, lo que son ahora y el haber adquirido los recursos necesarios para alejarse de lo que no les conviene, y sin embargo tienen tan cerca, se lo deben a Mamen Casas. Ella es la psicóloga de ADSAM (Asociación para la Defensa Social de Adolescentes y Menores) que desde hace ya más de dos décadas se encarga de llevar a cabo en el Distrito Poniente Norte-Noroeste el proyecto Eh! Vida, un programa de formación en habilidades sociales y personales y prevención de la drogadicción que el Ayuntamiento de Córdoba desarrolla también en el Distrito Sur y Fuensanta-Centro.
Concretamente, Casas trabaja todos los viernes y sábados con un grupo de más de treinta chicos de entre 10 y 15 años a los que a través de talleres, actividades y alternativas de ocio sano trata de enseñar que existe otra realidad más allá de lo que ellos conocen. “Son niños que generalmente no tienen normas y tratan de resolverlo todo con agresividad; son muy impulsivos y están acostumbrados a hacer lo que ellos quieren. Es llamativo que no se miran a los ojos, son desconfiados y cuesta ganárselos porque no están acostumbrados a que los escuchen y muchos tienen una enorme carencia afectiva”, explica la psicóloga.
No obstante, se supone que el objetivo principal de la iniciativa es retrasar la edad de inicio de cualquier tipo de drogas y, sobre todo, inculcarles valores que les puedan servir para desenvolverse frente a las no pocas dificultades que tienen estos adolescentes en su entorno. Pero la realidad es que los efectos del programa se perciben mucho más si se habla con cualquiera de los tres protagonistas que, aunque hace tiempo que dejaron el grupo, son los que ahora se encargan de transmitir todo lo que han aprendido entre los jóvenes de su propio barrio. De hecho, todos han participado en el curso de mediadores que se ha celebrado los días 19 y 20 de febrero en Cerro Muriano y ahora sus perspectivas de futuro pasan por estudiar un grado superior que les permita ayudar a otros chicos, algo que Celedonio ya hace gracias al trabajo que desempeña en ADSAM – “consigue las cosas por pesado”, bromea Casas–.
Un entorno complicado
Concretamente, todos tienen claro que lo primero frente a lo que hay que luchar es la droga, ya que es la principal problemática del barrio porque, como apunta Esther, “aquí no relacionarse con nadie que fume o que consuma significa ser de las tontas”, afirma. Es decir, en un barrio como este, según admiten, es mucho más difícil decir “no” porque la droga forma parte de lo que les rodea y está por todos lados.
Luego, son conscientes también que el índice de peleas está por encima de la media y, de forma gráfica, explican que “si en un colegio normal le dices a los niños que hagan una fila en un minuto los tienes a todos como militares, mientras que aquí se ponen en fila pero para pegarse”, apunta Antonio Manuel. Si encima a esta violencia que aprenden desde que nacen se le suma el que, como cuenta Campos, “no tienen alternativas”, el resultado es el peor que puedan imaginarse. “Se crían en lo que ven porque faltan modelos de gente sana, que medie y arregle las cosas de otra forma”, comentan las fuentes.
Aprender y abrir la mente
Aún así, estos tres chicos, como muchos otros, se niegan a dar la guerra por perdida. Son concientes de que ellos no hubiesen sido los mismos si no hubieran participado en el grupo de Mamen y esto les anima a confiar en que esta huella se irá quedando en muchos otros, hasta el punto de que a día de hoy “estar en HV –como llaman al programa– es algo que se hereda entre los hermanos”.
Todo porque tienen claro que a pesar de que lo primero que atrae a los chavales a apuntarse es tener la posibilidad de ir gratis a las salidas que tienen todos los sábados y en la que hacen cosas –comer en un restaurante, excursiones a la playa, ver una película en el cine...– que algunos de los niños experimentan por pimera vez, lo cierto es que echando la vista atrás saben que han aprendido desde lo más básico, como es saber las consecuencias de las drogas, hasta aspectos mucho más importantes, como “contar hasta diez, controlar los impulsos y resolver las cosas hablando”, afirma Antonio; “mirar a los ojos y confiar más en la gente”, dice Celedonio; “o pedir perdón incluso aunque no sea yo la culpable”, añade Esther.
Y es que si en algo coinciden estos jóvenes es que actualmente son capaces de tener otra visión de la vida, están más abiertos a cosas nuevas, son más tolerantes y piensan que se puede salir adelante siendo buenas personas, cosa que en estas zonas ya es mucho porque –dicen todos– “aquí la gente es excesivamente cerrada” (y para que esta afirmación no quede como una frase hecha cuentan que hay para quienes salir del barrio e ir al centro de Córdoba es ya una proeza).
En otras palabras, en general, la juventud que vive en estas zonas tiene una actitud apática frente a la vida. Para los mediadores, la falta de alternativas atractivas hace que pasen demasiado tiempo en la calle, “sin hacer nada y sin entretenerse de ninguna manera”, lo que lleva a que entren en un círculo vicioso en el que reproducen las conductas y patrones que ven en los mayores, de ahí que no tengan interés por estudiar, trabajar o buscarse la vida. Así, Celedonio critica que mucha gente de su edad se queje de sus vidas pero no hagan nada por cambiarla y tiene claro que “si trabajaran seguramente no estarían hasta las cuatro de la mañana en la calle porque se tendrían que levantar a las siete de la mañana”.
Por eso, de alguna manera, estos tres jóvenes son, como destaca la psicóloga, el mejor ejemplo de que intervenir en las zonas de exclusión social tiene su sentido, de que las cosas pueden cambiar y de que todo el mundo puede decidir su futuro. “Sólo por eso, merece la pena intentarlo”, concluye Casas.
PUNTO DE ATENCIÓN
“Yo soy yo y mis circunstancias”
Celedonio, Antonio Manuel y Esther son tres ejemplos de que, pese a tener todo en contra, cuando se persigue un objetivo, se consigue. Sin embargo, tal y como ellos mismos cuentan, lograrlo les cuesta el doble que a otro joven de su edad porque, en el fondo, como decía el filósofo Ortega y Gasset yo soy yo y mis circunstancias.
Por eso, tienen que enfrentarse a diario a que les pongan etiquetas sólo por nacer en un barrio determinado. En este sentido, se quejan por ejemplo, de que “se nos meta a todos en el mismo saco” y se den casos de empresarios que con sólo ver la dirección en la que viven en el currículo ya no quieren contar con ellos, aunque como matiza Esther, “el problema lo tienen quienes no cogen el currículum, no nosotros”. Además, como explica Antonio Manuel, hay que tener en cuenta que el contexto socio-económico les condiciona bastante. “Criarte aquí es muy distinto. Aquí nadie tiene padres profesores o abogados, somos familias humildes y, en muchos casos, no se pueden permitir económicamente el que sus hijos sigan estudiando”, mantienen. Del mismo modo, son familias grandes con muchos niños de edades similares y esto hace que, en ocasiones, no se les preste la atención debida, como apunta Mamen Casas, que cree que esta puede ser la causa de que luego les cueste expresarse y confiar en los demás.
Eso sí, si pudiesen elegir ninguno cambiaría el lugar donde han nacido. “Estos barrios son una escuela, y sin consigues no caer en lo malo, es una experiencia que te va a servir de por vida”, sostiene Celedonio que incluso opina que jóvenes de otros barrios pueden ser más frágiles por estar menos preparados para enfrentarse a lo que les rodea. Claro que puestos a cambiar, pedirían “que se acabe el problema de las drogas, que haya más salidas profesionales, más programas, más formación... que no siguiera todo igual”, apuntan.
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