lunes, 1 de mayo de 2023

LOS FOTOGRAFOS Notas cordobesas. Recuerdos del pasado. Vol. 9 (1928). Ricardo de Montis Ed. 2021 de la Red Municipal de Bibliotecas de CórdobaEd. 2021 de la Red Municipal de Bibliotecas de Córdoba

 

LOS FOTOGRAFOS


El arte de la fotografía es uno de los que más se han transformado y perfeccionado en el transcurso del tiempo. ¡Que diferencia hay entre los antiguos fotógrafos, sus laboratorios y gabinetes y los modernos!

Hace medio siglo el vulgo consideraba al fotógrafo algo así como un alquimista y no le faltaba motivo para ello, pues estaba obligado a poseer conocimientos nada comunes, si no de nigromancia, de química, que es algo parecido. Horas y horas pasaban diariamente combinando substancias y líquidos para la preparación de las placas, operación innecesaria hoy puesto que se adquieren preparadas y así se facilita extraordinariamente la profesión.

Todas las manipulaciones indispensables para obtener un retrato resultaban entonces más complicadas que ahora y especialmente las de impresionar las placas, porque como se necesitaba una larguísima exposición, la persona que trataba de retratarse tenía que permanecer inmóvil mucho tiempo,¡y cualquiera conseguía, por ejemplo, que un chiquillo estuviese quieto siquiera un par de segundos!

La invención de la máquina instantánea evitó un verdadero martirio a los camaradas de Daguerre. Como la fotografía era un articulo de lujo y no estaba al alcance de todas las familias, no producía, de ordinario, lo suficiente para vivir a los fotógrafos y estos dedicábanse a la vez, a otras profesiones, generalmente relacionadas con las artes. Muchos días, especialmente los nublados y lluviosos, en que no se podía retratar por falta de luz, los gabinetes fotográficos permanecían desiertos, o les visitaba sólo alguna que otra persona para recoger un encargo.

Los escasos establecimientos que había de esta clase, los de mayor lujo lo mismo que los mas modestos, eran muy parecidos. Su cabaña semejaba, a la vez, un palomar, por el sitio y las condiciones en que se hallaba y un baratillo, por el número de trastos desiguales, viejos y generalmente rotos, almacenados en ella. La dependencia destinada para recibir al público solía servir también de gabinete de retocar y de laboratorio de química, por lo cual hallábase, asimismo, repleta de múltiples efectos y cachivaches.

En el portal de la casa nunca faltaba la exposición de retratos, más o menos modesta. Hace cincuenta años el establecimiento de fotografía más importante de nuestra ciudad era el de don José García Córdoba, que se hallaba en el sitio conocido por los Dolores chicos, hoy calle de Ramírez de las Casas Deza. El poseía las mejores máquinas y una variadísima colección de accesorios para los retratos, tales como asientos, pedestales, jarrones y caprichosos juguetes. Por su gabinete desfilaba toda la aristocracia y los domingos y días festivos pesaba sobre el señor García Córdoba un trabajo abrumador. En cierta ocasión presentósele, para que le retratase: de cuerpo entero, un hombre alto, fornido, de aspecto rudo y de mirada siniestra. Vestía el traje de la gente del pueblo y entre la faja y el chaleco asomábale una enorme pistola. Era el famoso bandido Pacheco. Cuando poco tiempo después lo mataron, el fotógrafo colocó en su exposición el retrato del tristemente celebre salteador de caminos y numerosísirno público desfiló por ella para verlo.

Al morir don José García Córdoba se encargó de su establecimiento el retocador del mismo don Miguel Bravo, que lo trasladó a la calle de Gondomar. En la de Pedregosa, hubo durante muchos años otra fotografía, la de don Ventura Reyes Corradi. Este ejercía, a la vez, la profesión de periodista y, en sus ratos de ocio, consagrábase a las musas, y en su despacho veíanse mezclados los efectos propios del arte de Daguerre, libros, cuartillas y periódicos, todo en completo desorden. El portal y la fachada de su casa estaban llenos de retratos y vistas de los monumentos de la ciudad; no había extranjero que, al dirigirse a la Mezquita, pasara sin detenerse ante tal exposición y muchos compraban fotografías reproduciendo el Mirhab, el Triunfo de San Rafael o el Puente Romano. Don Romualdo de Castro no sólo era fotógrafo, sino pintor, y en la exposición de su establecimiento, situado en la calle de San Eulogio, abundaban los retratos, tan bien iluminados, que parecían retratos al óleo.

Como el arte de la fotografía, según ya hemos dicho, no producía lo suficiente para vivir, las personas dedicadas a él ejercían otras profesiones; los señores García Córdoba y Reyes Corradi fueron profesores de la Escuela provincial de Bellas Artes y el señor Castro también estuvo encargado de una cátedra en la Escuela de Artes y Oficios. La fotografía popular era la de don José Nogales, situada en la calle de la Feria. Todos los soldados de la guarnición desfilaban por ella los domingos para que les hicieran media docena de retratos económicos de cuerpo entero, en los que siempre aparecían con el humeante puro en la boca, apuestos y arrogantes como el Cid Campeador. Las criadas, con los trapitos de cristianar, iban también a que la prodigiosa máquina les reprodujera la efigie, para que los novios de las pobres chicas retratadas pudieran recrearse en su contemplación.

En la época a que nos referimos, como el fotógrafo tenía que realizar la difícil operación de preparar las placas, según ya hemos dicho, había pocos aficionados a aquel arte; uno de ellos, joven perteneciente a una distinguida familia, aprendiz de todos los oficios y maestro de ninguno, se daba tanta maña en las manipulaciones químicas necesarias para obtener un retrato, que su madre solía decir con mucha gracia: Mi debe haber inventado un procedimiento de trabajar en la fotografía como trabajan los torneros, con los pies, pues hasta los calcetines se los mancha de colodium.

Andando el tiempo, el arte fotográfico se perfeccionó y popularizó extraordinariamente; ya los fotógrafos no eran considerados algo así como alquimistas o nigromantes; a sus gabinetes modestos sustituyeron lujosos gabinetes como los de don Eleuterio Almenara y don Tomás Molina y, por último, el invento de la máquina instantánea concedió a todo el mundo aptitud para hacer retratos.

No hay motivo de alarma; esta es una de las molestias a que estamos expuestos los hombres públicos”, decía una tarde, en el Gran Teatro, don Nicolás Salmerón, interrumpiendo uno de sus discursos, para calmar la agitación producido entre el auditorio por el fogonazo de magnesio de una máquina fotográfica. Pues bien; hoy no solamente los hombres públicos, sino los más oscuros e ignorados, tienen que sufrir, a cada momento, la molestia a que se refería el ilustre político, porque, desgraciadamente, nos hallamos en el siglo del cinematógrafo y la instantánea.

Agosto, 1924.