El
tiempo ha llegado,
desgarradoras
voces guturales
aclaman
el dolor de los cuerpos
entregados
al placer extremo,
aquel
que derriba las puertas
y
bloquea ufano,
las
trastabilladas ventanas
que
interrumpen la llegada del sol
hasta
las blanquecinas pieles
donde
el sudor,
acude
presuroso,
caudaloso
quizás,
desde
los poros abiertos
de
par en par
como
las desvencijadas troneras
de
algún barco cañonero,
que
descansa,
imperturbable
al paso del tiempo,
perdido
en una fraticida lucha inútil
en
el fangoso fondo marino
de
algún mar imaginado.
El
despertar,
asoma,
cual
pájaro en errático vuelo,
en
los ojos cansados
con
la primera hora de la mañana
restando
el asilo
del
silencio nocturno,
la
luz tenue del amanecer
cae
sobre los rostros
como
punzantes estrellas,
entregando
los cuerpos
despegados
de las camas
a
la sospechosa, y criminal carrera
de
la supervivencia
que
se proyecta en los espejos
como
una rancia película
donde
los héroes
son
amortajados
después
de morir
en
su lucha contra los dragones.
El
tiempo ha llegado,
llenando
los instantes
de
fantasiosas figuras
capaces
de alcanzar,
las
flotantes motas de polvo
que
escapan entre halos de luz azulada,
por
las rendijas abiertas
en
antiguas tapias descarnadas,
tras
las cuales,
ocultos
a las miradas,
feroces
animales carroñeros
luchan
con punzantes garras
hasta
arrancar la carne
que
cubre sus cuerpos de ceniza harapienta.
Atardecer,
Lejanas
campanas
de
bronceado metal dorado,
entonan
sus letanías metálicas
acompañando,
el
alborotador gritos de las aves
que
giran cual locas peonzas
por
las sendas del viento,
en
busca de un camino en el que alcanzar,
la
libertad robada
en
enloquecidos tableros de ajedrez
que
amenazan ruina,
mientras
oscuros oficinistas
de
almidonadas camisas de cuello duro,
gestionan
apáticos,
como
si de peones de alguna partida maligna
se
tratase,
la
vida de otros,
victimas
propiciatorias
de
algún traficante de seres humanos,
en
cuadradas habitaciones recalentadas
en
las que el viciado aire de la impotencia,
se
esparce desde el suelo hasta el techo,
como
una fina niebla invisible a las miradas
hasta
levantar sus estómagos
reblandecidos
prematuramente
por
las aciagas comidas
que
envueltas,
en
coloridos envases
de
delgado plástico
resplandecen
brillantes
en
los oxidados cajones
de
sus bien ordenadas mesas.
Amado,
julio de 2018