PATRIMONIO CULTURAS 26
La ciudad está llena de historias legendarias que, basadas o no en hechos reales, permiten conocer el patrimonio de la ciudad, más allá de los datos históricos, y logran despertar el interés de quienes las escuchan
Sara Arguijo Escalante
s.arguijo@lacalledecordoba.com
Fantasmas de los que aún se pueden oír gritos agónicos, túneles subterráneos todavía por descubrir, imágenes y aguas milagrosas, casas encantadas, calles que esconden sucesos sorprendentes... Córdoba está llena de leyendas y mitos desconocidos que, basados en hechos reales o no, forman parte de la tradición oral y ayudan a entender la historia y el patrimonio histórico de la ciudad, más allá de los datos puramente científicos. Sobre todo, porque no hay que olvidar que, como sostiene José Manuel Cano Mauvesin, autor del libro Córdoba de Leyenda, “estos relatos pueden convertir una calle insulsa en un lugar fascinante”.
Es decir, aunque estas historias se originaron hace cientos de años, conservan intactos todos los ingredientes que contribuyen a despertar el interés de quienes las escuchan por primera vez –“como ocurre cuando se cuenta algo de miedo en un campamento de verano”, define Cano– y por eso, no sólo forman parte del legado de las ciudades sino que además, en ocasiones, hablan lo que las piedras callan.
Historias en el olvido
Sin embargo, lo cierto es que muchas de ellas han ido quedando en el olvido y la mayoría de las veces se quedan fuera de los circuitos turísticos oficiales por el escaso interés de las instituciones en conservarlas, con lo que apenas se divulgan ni aparecen en ninguno de los folletos que se distribuyen en los puntos de información.
Eso pese a que parece que no hay duda de que no es lo mismo –por poner un ejemplo– pasar por la calle Valdés Leal, sin tener ninguna información previa, que hacerlo sabiendo que allí paraba un joven que, aprovechando la estrechez y oscuridad de la zona, abrazaba a todas las mozas que pasaban de noche. Esto fue así hasta que un día, cuenta la leyenda, una de ellas le advirtió que no lo hiciera y cuando éste, sin prestarle atención, la agarró cayó desmayado al percibir que debajo de las ropas sólo había huesos . Desde entonces, este varón, cuya visión todo el mundo atribuyó a los excesos del alcohol, cesó en su tarea y la nombrada calle pasó a conocerse como La calle abrazamozas.
Turistas hartos de cifras
Del mismo modo, seguramente, también se vería con otros ojos el entorno del Palacio de Orive si se conociese la que quizás es la leyenda más famosa en la ciudad que relata el infortunio ocurrido a finales del siglo XVII, cuando vivía en el palacete el corregidor Don Carlos de Ucel, viudo, con su hija Blanca. Según esta historia, el corregidor dio cobijo a unos hebreos, a los que el corregidor dejó dormir en el zaguán pero estos, en vez de dormir, encendieron una vela, rezaron unas oraciones y la tierra se abrió. Tras esto, descendieron por una escalera y regresaron con un cofre lleno de oro. Blanca, que lo vio todo, quiso hacer lo mismo la noche siguiente pero al bajar por las escaleras, la vela se consumió, y la chica se quedó enterrada para siempre sin que por más excavaciones que su padre hizo la pudiera encontrar, se relata. De hecho, dicen que todavía hoy, pueden oírse a través de las paredes los gritos aterrorizados de la joven.
Sin duda, una narración inquietante que, al margen de su rigor histórico, contribuye a sugestionar a un visitante que, al fin y al cabo –dice el también director de proyectos turísticos y gestión cultural–, “se queda siempre más con la anécdota que con el hecho histórico. Es más, a veces es lo primero, lo único de lo que se va a acordar”, sostiene.
Y es que, como también coincide la guía turística y directora de la empresa Gestión Integral de Turismo, Arte y Cultura, Gitac, Inmaculada Lázaro, si algo hay que tener presente es que la magia que envuelve estos relatos puede ser la excusa perfecta para mostrar otra ciudad y, lo más importante, hacerlo de una forma mucho más original y entretenida. En este sentido, como asegura la propia Lázaro, es importante recordar que es imposible que alguien que viene por primera vez pueda asimilar tanta información y, sobre todo, en una ciudad con tanto patrimonio como Córdoba, por lo que “es necesario ofrecer al turista cosas nuevas, diferentes y más vivas. Están hartos de fechas y datos, se cansan y se aburren y, por eso, agradecen estas historias”, dice.
La Ley de las Holgazanas
Así, su empresa oferta desde hace tres años una ruta de las leyendas donde se persigue precisamente utilizar las anécdotas y curiosidades como reclamo y que, por el momento, está siendo todo un éxito. Entre las que más gustan a los visitantes, Lázaro cita dos con base real y, sin embargo, poco conocidas entre los cordobeses, la de que la novia y madre del hijo de Cristóbal Colón fue una cordobesa nacida en Trassiera, Beatriz de Arana y la que protagonizó Isabel la Católica en contra de las mujeres al enterarse de que se reunían en los bancos de los aledaños del Alcázar para verla pasar y comentar lo que hacía o qué ropa vestía.
Concretamente, según relata la entrevistada, a la reina no le sentó muy bien el motivo de estas reuniones e instauró la que se llamó la Ley de las Holgazanas por la que las mujeres perdían todos los derechos, incluso el de heredar cuando se moría su esposo. Al parecer, esta norma quedó vigente hasta que Pepito el Candelero, un hombre humilde que vivía en Santa Marina y que llegó a convertirse en un gran mercader gracias a la ayuda de su esposa en el manejo de las finanzas, se decidió un día a acudir al Alcázar para hablar con el rey de turno y comentarle lo injusto de esta Ley. Entonces, habiendo pasado ya muchos años desde que se instauró, quedó derogada y las cordobesas pudieron recuperar sus derechos.
¿Ciertas o inventadas?
Claro que estos sucesos no son más que algunos ejemplos de los muchos que oculta Córdoba y que, en la mayoría de los casos tienen en común, como explica Cano, “el partir de una base real que, podría tener una explicación razonable, pero que sirve de origen a la leyenda”. Aún así, también hay otros que son únicamente fruto de la imaginación, o se tratan más bien de fábulas que encierran una moraleja y que servían a modo de advertencia o enseñanza. Del mismo modo, hay relatos que se acercan más a la historia y algunos que siguen siendo misterios por resolver. En este sentido, el propio Cano cuenta que, tras publicar el libro, se puso en contacto con él una señora que había vivido durante años en la llamada Casa del Duende Martín (en el barrio de San Andrés), en la que supuestamente vivía el fantasma de un hombrecillo que aplicaba la justicia del cielo, para confirmarle que en su casa “todos daban la historia como verídica y referían haber tenido algún tipo de experiencia con el duende”.
Un poco de imaginación
En cualquier caso, tal y como coinciden tanto Cano como Lázaro, lo cierto es que todas las leyendas cuentan con la ventaja de permitir combinar al mismo tiempo la visita del patrimonio con el entretenimiento, es decir, “hacer un recorrido por la ciudad, pero desde una perspectiva completamente distinta”. De ahí que, desde el punto de vista de los expertos, sea necesario potenciar estas propuestas que rompen los patrones del turismo clásico, huyen de lo habitual y, tal y como considera el escritor, pueden servir incluso para atraer otro tipo de turismo “que no quiere esperar la misma cola que todo el mundo para ver lo mismo que todo el mundo sino que quiere hacer algo especial”.
En otras palabras, se trata de aprovechar el poder de fascinación que estos relatos genera en los visitantes y hacerlo para que vuelvan con ganas de más. “Es hora de tener una visión comercial más amplia”, apunta Lázaro. Una visión que pasa por hacer ver a quienes acuden a Córdoba que su legado no se compone sólo de piedras estáticas sino que éstas tienen mucho que decir. Por eso, el escritor apuesta por hacer creer a los turistas que “son unos privilegiados, que están viendo algo que normalmente no se ve, o que están conociendo una historia que nadie conoce”.
Todo porque, en definitiva, de lo que se trata es de aprovechar el rastro y la huella de las civilizaciones en toda su amplitud. Esto y dejarle un hueco a la imaginación, claro.
PUNTO DE ATENCIÓN
Curiosidades a la vista de todos
Las historias de las ciudades muchas veces son desconocidas hasta por sus propios habitantes. El hecho de que existan pocos documentos al respecto o de que hayan sido minusvaloradas por su poco rigor hace que se hayan ido olvidando e incluso desapareciendo. Sin embargo, este tipo de mitos, leyendas y curiosidades siguen sucediéndose con los años.
Así, quizás, ahora pocos conozcan que Isabel la Católica mandó retirar la noria de la Albolafia porque no soportaba el ruido, o que la cabeza del Gran Capitán era en realidad el busto del torero Lagartijo. Pero a lo mejor sí hay cordobeses que recuerdan que fue la cafetería París (en Cruz Conde) la primera que escandalizó por contar con señoritas camareras o que en la calle Gondomar aún se conservan negocios tradicionales como la óptica Fragero (fundada en 1902 por Agustín y heredada por su hijo Pepito al que llamaban el caballero de la noche porque era cuando salía con su inseparable perra Piñonera) o la casa Rusi, que conserva las plantillas de los sombreros de Cantinflas o Manolete.
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La ciudad está llena de historias legendarias que, basadas o no en hechos reales, permiten conocer el patrimonio de la ciudad, más allá de los datos históricos, y logran despertar el interés de quienes las escuchan
Sara Arguijo Escalante
s.arguijo@lacalledecordoba.com
Fantasmas de los que aún se pueden oír gritos agónicos, túneles subterráneos todavía por descubrir, imágenes y aguas milagrosas, casas encantadas, calles que esconden sucesos sorprendentes... Córdoba está llena de leyendas y mitos desconocidos que, basados en hechos reales o no, forman parte de la tradición oral y ayudan a entender la historia y el patrimonio histórico de la ciudad, más allá de los datos puramente científicos. Sobre todo, porque no hay que olvidar que, como sostiene José Manuel Cano Mauvesin, autor del libro Córdoba de Leyenda, “estos relatos pueden convertir una calle insulsa en un lugar fascinante”.
Es decir, aunque estas historias se originaron hace cientos de años, conservan intactos todos los ingredientes que contribuyen a despertar el interés de quienes las escuchan por primera vez –“como ocurre cuando se cuenta algo de miedo en un campamento de verano”, define Cano– y por eso, no sólo forman parte del legado de las ciudades sino que además, en ocasiones, hablan lo que las piedras callan.
Historias en el olvido
Sin embargo, lo cierto es que muchas de ellas han ido quedando en el olvido y la mayoría de las veces se quedan fuera de los circuitos turísticos oficiales por el escaso interés de las instituciones en conservarlas, con lo que apenas se divulgan ni aparecen en ninguno de los folletos que se distribuyen en los puntos de información.
Eso pese a que parece que no hay duda de que no es lo mismo –por poner un ejemplo– pasar por la calle Valdés Leal, sin tener ninguna información previa, que hacerlo sabiendo que allí paraba un joven que, aprovechando la estrechez y oscuridad de la zona, abrazaba a todas las mozas que pasaban de noche. Esto fue así hasta que un día, cuenta la leyenda, una de ellas le advirtió que no lo hiciera y cuando éste, sin prestarle atención, la agarró cayó desmayado al percibir que debajo de las ropas sólo había huesos . Desde entonces, este varón, cuya visión todo el mundo atribuyó a los excesos del alcohol, cesó en su tarea y la nombrada calle pasó a conocerse como La calle abrazamozas.
Turistas hartos de cifras
Del mismo modo, seguramente, también se vería con otros ojos el entorno del Palacio de Orive si se conociese la que quizás es la leyenda más famosa en la ciudad que relata el infortunio ocurrido a finales del siglo XVII, cuando vivía en el palacete el corregidor Don Carlos de Ucel, viudo, con su hija Blanca. Según esta historia, el corregidor dio cobijo a unos hebreos, a los que el corregidor dejó dormir en el zaguán pero estos, en vez de dormir, encendieron una vela, rezaron unas oraciones y la tierra se abrió. Tras esto, descendieron por una escalera y regresaron con un cofre lleno de oro. Blanca, que lo vio todo, quiso hacer lo mismo la noche siguiente pero al bajar por las escaleras, la vela se consumió, y la chica se quedó enterrada para siempre sin que por más excavaciones que su padre hizo la pudiera encontrar, se relata. De hecho, dicen que todavía hoy, pueden oírse a través de las paredes los gritos aterrorizados de la joven.
Sin duda, una narración inquietante que, al margen de su rigor histórico, contribuye a sugestionar a un visitante que, al fin y al cabo –dice el también director de proyectos turísticos y gestión cultural–, “se queda siempre más con la anécdota que con el hecho histórico. Es más, a veces es lo primero, lo único de lo que se va a acordar”, sostiene.
Y es que, como también coincide la guía turística y directora de la empresa Gestión Integral de Turismo, Arte y Cultura, Gitac, Inmaculada Lázaro, si algo hay que tener presente es que la magia que envuelve estos relatos puede ser la excusa perfecta para mostrar otra ciudad y, lo más importante, hacerlo de una forma mucho más original y entretenida. En este sentido, como asegura la propia Lázaro, es importante recordar que es imposible que alguien que viene por primera vez pueda asimilar tanta información y, sobre todo, en una ciudad con tanto patrimonio como Córdoba, por lo que “es necesario ofrecer al turista cosas nuevas, diferentes y más vivas. Están hartos de fechas y datos, se cansan y se aburren y, por eso, agradecen estas historias”, dice.
La Ley de las Holgazanas
Así, su empresa oferta desde hace tres años una ruta de las leyendas donde se persigue precisamente utilizar las anécdotas y curiosidades como reclamo y que, por el momento, está siendo todo un éxito. Entre las que más gustan a los visitantes, Lázaro cita dos con base real y, sin embargo, poco conocidas entre los cordobeses, la de que la novia y madre del hijo de Cristóbal Colón fue una cordobesa nacida en Trassiera, Beatriz de Arana y la que protagonizó Isabel la Católica en contra de las mujeres al enterarse de que se reunían en los bancos de los aledaños del Alcázar para verla pasar y comentar lo que hacía o qué ropa vestía.
Concretamente, según relata la entrevistada, a la reina no le sentó muy bien el motivo de estas reuniones e instauró la que se llamó la Ley de las Holgazanas por la que las mujeres perdían todos los derechos, incluso el de heredar cuando se moría su esposo. Al parecer, esta norma quedó vigente hasta que Pepito el Candelero, un hombre humilde que vivía en Santa Marina y que llegó a convertirse en un gran mercader gracias a la ayuda de su esposa en el manejo de las finanzas, se decidió un día a acudir al Alcázar para hablar con el rey de turno y comentarle lo injusto de esta Ley. Entonces, habiendo pasado ya muchos años desde que se instauró, quedó derogada y las cordobesas pudieron recuperar sus derechos.
¿Ciertas o inventadas?
Claro que estos sucesos no son más que algunos ejemplos de los muchos que oculta Córdoba y que, en la mayoría de los casos tienen en común, como explica Cano, “el partir de una base real que, podría tener una explicación razonable, pero que sirve de origen a la leyenda”. Aún así, también hay otros que son únicamente fruto de la imaginación, o se tratan más bien de fábulas que encierran una moraleja y que servían a modo de advertencia o enseñanza. Del mismo modo, hay relatos que se acercan más a la historia y algunos que siguen siendo misterios por resolver. En este sentido, el propio Cano cuenta que, tras publicar el libro, se puso en contacto con él una señora que había vivido durante años en la llamada Casa del Duende Martín (en el barrio de San Andrés), en la que supuestamente vivía el fantasma de un hombrecillo que aplicaba la justicia del cielo, para confirmarle que en su casa “todos daban la historia como verídica y referían haber tenido algún tipo de experiencia con el duende”.
Un poco de imaginación
En cualquier caso, tal y como coinciden tanto Cano como Lázaro, lo cierto es que todas las leyendas cuentan con la ventaja de permitir combinar al mismo tiempo la visita del patrimonio con el entretenimiento, es decir, “hacer un recorrido por la ciudad, pero desde una perspectiva completamente distinta”. De ahí que, desde el punto de vista de los expertos, sea necesario potenciar estas propuestas que rompen los patrones del turismo clásico, huyen de lo habitual y, tal y como considera el escritor, pueden servir incluso para atraer otro tipo de turismo “que no quiere esperar la misma cola que todo el mundo para ver lo mismo que todo el mundo sino que quiere hacer algo especial”.
En otras palabras, se trata de aprovechar el poder de fascinación que estos relatos genera en los visitantes y hacerlo para que vuelvan con ganas de más. “Es hora de tener una visión comercial más amplia”, apunta Lázaro. Una visión que pasa por hacer ver a quienes acuden a Córdoba que su legado no se compone sólo de piedras estáticas sino que éstas tienen mucho que decir. Por eso, el escritor apuesta por hacer creer a los turistas que “son unos privilegiados, que están viendo algo que normalmente no se ve, o que están conociendo una historia que nadie conoce”.
Todo porque, en definitiva, de lo que se trata es de aprovechar el rastro y la huella de las civilizaciones en toda su amplitud. Esto y dejarle un hueco a la imaginación, claro.
PUNTO DE ATENCIÓN
Curiosidades a la vista de todos
Las historias de las ciudades muchas veces son desconocidas hasta por sus propios habitantes. El hecho de que existan pocos documentos al respecto o de que hayan sido minusvaloradas por su poco rigor hace que se hayan ido olvidando e incluso desapareciendo. Sin embargo, este tipo de mitos, leyendas y curiosidades siguen sucediéndose con los años.
Así, quizás, ahora pocos conozcan que Isabel la Católica mandó retirar la noria de la Albolafia porque no soportaba el ruido, o que la cabeza del Gran Capitán era en realidad el busto del torero Lagartijo. Pero a lo mejor sí hay cordobeses que recuerdan que fue la cafetería París (en Cruz Conde) la primera que escandalizó por contar con señoritas camareras o que en la calle Gondomar aún se conservan negocios tradicionales como la óptica Fragero (fundada en 1902 por Agustín y heredada por su hijo Pepito al que llamaban el caballero de la noche porque era cuando salía con su inseparable perra Piñonera) o la casa Rusi, que conserva las plantillas de los sombreros de Cantinflas o Manolete.
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