LAS CIUDADES Y LA
MEMORIA
Partiendo de allá y andando tres
jornadas hacia levante, el hombre se encuentra en Diomita, ciudad con sesenta
cúpulas de plata, estatuas de bronce de todos los dioses, calles pavimentadas
de estaño, un teatro de cristal, un gallo de oro que canta todas las mañanas en
lo alto de una torre. Todas estas bellezas que el viajero ya las conoce por
haberlas visto también en otras ciudades. Pero es propio de ésta que quien
llega una noche de septiembre, cuando los días se acortan y las lámparas
multicolores se encienden todas a la vez sobre las puertas de las freidurías, y
desde una terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, se pone a envidiar a los que
ahora creen haber vivido ya una noche igual a ésta y haber sido aquella vez
felices.
Al hombre que cabalga largamente
por tierras agrestes le asalta el deseo de una ciudad. Finalmente llega a
Isidora, ciudad donde los palacios tienen escaleras de caracol incrustadas de
caracolas marinas, donde se fabrican con todas las reglas del arte largavistas
y violines, donde cuando el forastero está indeciso entre dos mujeres siempre
encuentra una tercera, donde las riñas de gallos degeneran en peleas
sangrientas entre los que apuestan. En todas estas cosas pensaba el hombre
cuando deseaba una ciudad. Isadora es, pues, la ciudad de sus sueños; con una
diferencia. La ciudad soñada lo contenía joven; a Isadora llega a edad
avanzada. En la plaza hay un murete desde donde los viejos miran pasar a la
juventud: el hombre está sentado en fila con ellos Los deseos ya son recuerdos.
LAS CIUDADES Y EL DESEO
De la ciudad de Dorotea se puede
hablar de dos maneras: decir que cuatro torres de aluminio se elevan en sus
murallas flanqueando siete puertas del puente levadizo de resorte que franquea
el foso cuyas aguas alimentan cuatro verdes canales que atraviesan la ciudad y
la dividen en nueve barrios, cada uno de trescientas casas y setecientas
chimeneas; y teniendo en cuanta que las muchachas casaderas de cada barrio se
casan con jóvenes de otros barrios y sus familias intercambian las mercancías
de las que cada una tiene la exclusividad: bergamotas, huevas de esturión,
astrolabios, amatistas, hacer cálculos a base de estos datos hasta saber todo
lo que se quiera de la ciudad en el pasado el presente el futuro; o bien decir
como el camellero que allí me condujo: “Llegué en la primera juventud, una
mañana, mucha gente iba rápida por las calles rumbo al mercado, las mujeres
tenían hermosos dientes y miraban derecho a los ojos, tres soldados tocaban el
clarín en una tarima, todo alrededor giraban ruedas y ondulaban carteles de
colores. Hasta entonces yo sólo había conocido el desierto y las rutas de
caravanas. Aquella mañana en Dorotea sentí que no había bien que no pudiera
esperar de la vida. En los años siguientes mis ojos volvieron a contemplar las
extensiones del desierto y las rutas de caravanas, pero ahora sé que éste es
sólo uno de los tantos caminos que se me abrían aquella mañana en Dorotea.
ITALO CALVINO