Y después del silencio,
Llega la noche,
desbordada,
llena de imágenes imperfectas,
de sonidos leves
apenas perceptibles,
apenas coloridos,
solo las sombras tenues
de las horas pasadas,
acaparan entre sus pliegues desvencijados
las desparramadas palabras
ahuecadas,
los desmadejados gestos
de las manos gastadas,
de las uñas rotas
que intentan arrancar de la tierra
la vida perdida,
solo el escozor del desaliento
anima el pesar del alma
más allá de cualquier forma o sentido.
Y después del silencio,
llega el resplandor acabado
del atardecer que penetra en las venas
con la lejanía ensordecedora
del silencio experimentado
en las desgastadas calles
de una ciudad salvaje,
donde la muerte acecha,
tranquila,
expectante,
invisible,
apenas como un suave susurro,
la vida de gente anónima
de pies y cuerpos cansados,
invadidos por la fluctuante nada
de los neones envejecidos
en ventanas desdentadas
y puertas enmohecidas
donde el acaparador sueño
de una vida mejor,
asoma tímido
igual que un liviano suspiro
lanzado al aire,
como una esperanza perdida.
Y después del silencio,
la perfidia llena las bocas
que muerden las manos
que un día les dieron de comer,
que un día les arroparon
en su soledad desesperada,
que un día silenciaron los reproches
nacidos en cunas de papel couche,
que un día interpretaron la luz del día
como una posibilidad negadora
de renacer, en algún lugar lejano
donde las abrazadoras manos
del destino perdido,
son regadas por las frías aguas
de alguna fuente primigenia.
Y después del silencio,
deja de existir la nada,
el vacío,
el destemplado frio
de una noche olvidada,
el estrepitoso lamento
de quien se sintió afortunado,
y dejó pasar la bonanza
de un amor apenas sentido
en apartados rincones
de polvorientos jardines
donde la luna alumbra perezosa
las flores encarnadas de la sangre
caída en distantes campos de batalla.
AEGM 2022