martes, 7 de febrero de 2012
AQUÍ ESTARÉ
A veces me entristezco si te amo demasiado,
si doblo tus miradas como el mantel de grosella
que soñaba en mi infancia. Si digo que tus labios
eran aquella luz que una tarde, en el río,
puso verdes las cañas, maravillosamente.
Porque nada ha nacido en nuestro amor, apenas
amanecen, las cosas tienen nombres antiguos:
una vía nevada de almendros, cuando marzo
deposita en los trenes su carga de ventura.
Un imán apagado, un quitasol a rayas,
unas chinas ¿recuerdas?, de un mar entre cristales.
Podría relatarte la tarde entre los pinos,
cuando hace tantos años nos herimos los dedos.
Podría estarme quieto con los ojos cerrados
y notarte en el aire cuando estuvieras dentro:
el aire de una plaza, la corriente de un cuarto,
la sala de los viejos cuadros y el almanaque.
Y así todo, el aviso del amor que ha venido,
como vienes ahora, dejando amor y vida.
Así un instante, yendo en pos de la alegría,
se anticipa mi queja, cómplice del recuerdo.
Podría estarme a solas creciéndote, sin verte,
lentamente apuntando las más trémulas horas:
llevarte hasta la pura lotananza del puerto
ante cuyas cancelas de hierro nos amamos.
Podría estar debajo de unos árboles muertos
y el corazón, aún vivo de memoria, te amara.
Un papel que rodando con la lluvia nos roza
ya su turno proclama de amor y su mensaje.
Podrá mañana mismo trasponer la frontera
la muerte que sestea con sus tristes acólitos,
exigiendo su instancia última y su primicia.
Aquí estaré. Al minuto, mi reloj con el tuyo,
dispuesta la linterna con su faro de niebla,
mis brazos a los tuyos ya para siempre abiertos,
sentado en el rebate del amor en que vivo,
pendiente de la dicha del amor en que muero.
VICENTE NUÑEZ (poeta cordobés)
si doblo tus miradas como el mantel de grosella
que soñaba en mi infancia. Si digo que tus labios
eran aquella luz que una tarde, en el río,
puso verdes las cañas, maravillosamente.
Porque nada ha nacido en nuestro amor, apenas
amanecen, las cosas tienen nombres antiguos:
una vía nevada de almendros, cuando marzo
deposita en los trenes su carga de ventura.
Un imán apagado, un quitasol a rayas,
unas chinas ¿recuerdas?, de un mar entre cristales.
Podría relatarte la tarde entre los pinos,
cuando hace tantos años nos herimos los dedos.
Podría estarme quieto con los ojos cerrados
y notarte en el aire cuando estuvieras dentro:
el aire de una plaza, la corriente de un cuarto,
la sala de los viejos cuadros y el almanaque.
Y así todo, el aviso del amor que ha venido,
como vienes ahora, dejando amor y vida.
Así un instante, yendo en pos de la alegría,
se anticipa mi queja, cómplice del recuerdo.
Podría estarme a solas creciéndote, sin verte,
lentamente apuntando las más trémulas horas:
llevarte hasta la pura lotananza del puerto
ante cuyas cancelas de hierro nos amamos.
Podría estar debajo de unos árboles muertos
y el corazón, aún vivo de memoria, te amara.
Un papel que rodando con la lluvia nos roza
ya su turno proclama de amor y su mensaje.
Podrá mañana mismo trasponer la frontera
la muerte que sestea con sus tristes acólitos,
exigiendo su instancia última y su primicia.
Aquí estaré. Al minuto, mi reloj con el tuyo,
dispuesta la linterna con su faro de niebla,
mis brazos a los tuyos ya para siempre abiertos,
sentado en el rebate del amor en que vivo,
pendiente de la dicha del amor en que muero.
VICENTE NUÑEZ (poeta cordobés)
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