La ciudad,
abraza los pies
descalzos
de los
silenciosos
Con la música
descompasada
De obreros
desocupados
Que buscan
afanosos las arterias
Enladrilladas de
las calles,
Las metáforas
invaden las hojas
Vacías de letras
de viejos papeles
Llenando húmedas
habitaciones
En las que el
amor fue olvidado hace tiempo,
De momificados
cadáveres
Donde jóvenes
barbilampiños
Bailan
desesperados la canción final
Sentados en el
borde de una navaja luminiscente
De doradas cachas
y afilada hoja.
La ciudad avanza
firme
Al igual que un
caballo desbocado
Por entre los
bosques eliminados
De la tierra
agonizante,
Avanza despacio
Bajo los pasos de
los ilusos
Que apremiados
por las luces
Rojas, verdes y
naranjas
Acuden veloces
Tras las calladas
Paredes
De las casas
vacías
Donde solo habita
La quietud
silenciosa
Del vacío
permanente,
De los ojos que
no ven
La luz acuosa de
la lluvia,
De los versos no
escritos,
De las palabras
desvanecidas
En cenagosos
charcos
De lodo cuajado
entre los finos dedos
Del gran hacedor.
La ciudad,
Agazapada en las
sombras,
Inunda los oídos
Vírgenes de los
niños
Del canto de
ululantes sirenas
Que invaden el
aire
De chirriantes
sonidos metálicos
Hiriendo la piel
Hasta hacerla
sangrar
Mientras las
voces y los ecos
Del día
finalizado
se desvanecen
Entre la hojarasca muerta
Del otoño.
La ciudad,
Decrepita enferma
crónica
vomita
Desde el fondo de
sus entrañas
Ennegrecidas por
amarillentas aguas fecales,
Hermosos muertos
en vida
Que rodean agrietadas
plazas
De papel y cartón
Con dedos de
porcelana y cristal,
Vomita con
estudiada lentitud,
En sus
truculentos callejones
De piedra y cal
Abrazadas peonzas
al sonido final
de la noche
Envueltas en
multicolores sudarios
De desvanecidas luminarias
Por la luz de la
luna.
Amado, diciembre
de 2017