Y es justamente entonces, cuando se llega al punto
donde nada importa, donde todo da lo mismo,
cuando comprendemos que en lo mínimo cabe
la dulzura entregada, la extensión recogida
y cuando un beso a veces puede decir a solas.
Las totalizaciones tan vanamente abstractas
no significan nada frente a lo intensivo
tan banal en apariencia, tan profundo de hecho
como esos momentos inapresables.
¡Mira esa nubecilla! Todo está dicho en ella
(1986)