A
veces, en algunas ocasiones,
quisiéramos
vivir la vida del otro,
la
vida de aquel
que
de forma fugaz,
se
sienta a nuestro lado,
quisiéramos
aprender sus palabras,
sus
gestos,
sus
reacciones,
quisiéramos
ser él, sin más,
y
olvidarnos del yo,
de
aquel que sostiene,
nuestra
carne y nuestros huesos,
quisiéramos
olvidarnos del rumor
de
las palabras,
aquellas
que como gritos
de
gaviotas enfurecidas
saltando
al vacío
de
un mar gris y embravecido,
se
engarzan como perlas
entre
los huecos vacíos,
de
las horas perdidas
aprendiendo
los movimientos
del
mecer de las olas
entre
las piedras desgastadas
por
el tiempo,
quisiéramos
olvidar el sonido metálico
del
chirriar desgastado de los frenos
de
los transportes públicos
que
se afanan por atrapar el segundo final
de
la noche que termina,
del
bostezo de los búhos
que
ven llegar la mañana,
sin
haberse llevado
un
espumoso trozo de carne a la boca
con
el que calmar el hambre.
A
veces, sólo en algunas ocasiones,
tenemos
la oportunidad inapreciable,
de
ser nosotros,
de
ser capaces de sentir
el
paso fugaz de una lagrima
por
nuestro rostro
acariciando
nuestra piel agrietada,
sólo
en algunas ocasiones,
somos
capaces de reconocernos
entre
los reflejos opacos de espejos
en
los que manchas grasientas
hacen
mella y forman leves surcos
en
los que de forma imperceptible,
el
leve sentir del tiempo,
se
muestra como el compañero
fiel
e inexorable
al
que rendirle la pleitesía
de
aquel que nos ha acompañado
a
lo largo de nuestros días.
A
veces, queremos ser la vida de otro
y
en algunas ocasiones,
dejarnos
llevar
por
las emociones que no nos pertenecen
como
si caminásemos,
despacio,
lentos,
por
algún camino
donde
no existen ni los baches,
ni
las piedras
que
como afiladas cuchillas
encontramos
en nuestro camino.
AMADO
mayo 2018