lunes, 9 de abril de 2012

YO SÉ QUE VER Y OÍR A UN TRISTE ENFADA

Yo sé que ver y oír a un triste enfada,
cuando se viene y va de la alegría,
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.


Lo que he sufrido y nada, todo es nada,
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esa agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.


Me callaré, me apartaré si puedo
con mi constante pena, instante , plena,
adonde ni has de oírme ni he de verte.


Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
Adiós amor, amor; adiós hasta la muerte.

Miguel Hernández

TENGO ESTOS HUESOS HECHOS A LAS PENAS

Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes;
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.


Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.


Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.


Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo.

Miguel Hernández


DEL PASADO PROVINCIANO

Este hombre del casino provinciano
que vio a Carancha recibir un día,
tiene mustia la tez, el pelo cano,
ojos velados por melancolía;
bajo el bigote gris, labios de hastío,
y una triste expresión, que no es tristeza,
sino algo más y menos: el vacío
del mundo en la oquedad de su cabeza.
Aún luce de corinto terciopelo
chaqueta y pantalón abotinado
y un cordobés color de caramelo,
pulido y torneado.
Tres veces heredó; tres ha perdido
al monte su caudal; dos ha enviudado.
Sólo se anima ante el azar prohibido,
sobre el verde tapete reclinado,
o al evocar la tarde de un torero,
la suerte de un tahúr, o si alguien cuenta
la hazaña de un gallardo bandolero,
o la proeza de un matón, sangrienta.
Bosteza de política banales
dicterios al gobierno reaccionario,
y augura que vendrán los liberales,
cual torna la cigüeña al campanario.
Un poco labrador, del cielo aguarda
y al cielo teme; alguna vez suspira,
pensando en su olivar, y al cielo mira
con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente, 
le aburre; sólo el humo del tabaco
simula algunas sombras en su frente.
Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
sino de nunca; de la cepa hispana
no es el fruto maduro ni podrido,
en una fruta vana
de aquella España que pasó y no ha sido,
esa que hoy tiene la cabeza cana.


ANTONIO MACHADO