que no tengo nombre
ni memoria,
que no seré recuerdo para nadie,
postrado sobre un lecho
me anticipo
al calor de la muerte.
Ni un acorde del cantar de las tórtolas
me cubre
la desnudez congénita.
Sobre mi cuerpo el tiempo
se hace lágrima
en continuo fluir infortunado.
Yo,
Yo,
de quien no queda nombre
ni memoria.
Quizás en algún instante
decida alzar las manos
a la vid trepadora de mi pozo
y en ella me haga savia
o ascienda en privilegio
a la contemplación
del aliento primero.
En espesor de brumas me debato
y cedo al fin del peso
del mullido respaldo de la noche.
Ni un acorde de tórtola
me cubre:
desnudo está mi cuerpo.
Y sin embargo,
la tiniebla susurra
con tiento su presencia
e inutiliza
las vides trepadoras de este pozo
para ser espiral de ineludibles fugas.
Permanezco
postrado sobre el lecho
y mi mirada
es apenas innominado espejo de una sombra
hacia noches más amplias.
Los astros extinguidos por mi llanto
han amasado en lágrimas
mi nombre y mi memoria,
y un goteo de letras me resbala
con sudor de estar vivo por la frente.
Así,
dejo de ser recuerdo para todos
y me anticipo
a la caricia ambigua de la muerte.