jueves, 28 de octubre de 2021

Discrepar mal: Cuando el que calla no otorga



Discrepar está bien, sobre todo cuando se escucha al de enfrente. Es un ejercicio sano, nos hace crecer, nos abre la mente, y nos debería ayudar a conocer la perspectiva de los demás. Sin embargo, el objetivo de todo debate o discusión es alcanzar un punto de acuerdo o cuando menos una decisión a la cual guardar lealtad. Y aunque esta última palabra suene a antigua, es la clave.

Porque discrepar a posteriori, una vez cerrado un debate, ya no aporta nada positivo. Es un recurso fácil que alguno puede intentar barnizar de autenticidad, cuando en realidad es una muestra de inseguridad, cobardía, o necesidad de atención. Es una acción que resquebraja el consenso y que pone a los pies de los caballos cualquier decisión tomada. Es una pataleta que no suele aportar nada.

El consenso es casi utopía en un mundo en el cada vez hay gente más lista (léase con tono irónico) que valora (y, sobre todo, escucha) menos la opinión de los demás. A los hechos me remito, pónganse las noticias.

Es difícil que todo el mundo salga feliz o satisfecho después de una reunión en la que se ha lidiado con puntos de vista enfrentados. Conseguirlo no es imposible, de hecho, es un objetivo muy noble, pero, en la mayoría de los casos, el resultado de una discusión dejará más satisfechos a unos que a otros.

Lo que viene después es clave para que esa decisión tomada tenga alguna posibilidad de éxito: que cada uno se guarde las discrepancias en su casa.

Hay, o debería haber, un tiempo para luchar por tus ideas en una reunión. Con argumentos, con vehemencia, con constancia, y hasta la extenuación. Ese es el momento de discrepar, de tratar que los demás adopten tu punto de vista, o cuando menos que lo entiendan. Pero una vez terminado ese tiempo, y si la decisión tomada no es de tu agrado (porque que se decida lo que querías, no encierra dificultad a posteriori) solo hay dos opciones:

  • El acuerdo alcanzado no te gusta, pero te parece respetable … ¡Pues respétalo!

  • El acuerdo alcanzado atenta contra tus valores, y no puedes dar tu apoyo sin sentirte un falso… Pues dimite, de manera más o menos literal. Comunica de antemano que no te sientes cómodo y que no podrás seguir adelante por esa vía… y asume las consecuencias.

Cada vez se ve más, aplíquese en este contexto a los equipos de trabajo, aunque sea extrapolable a las noticias del telediario, la refutación de uno de los refranes más clásicos: que el que calla no otorga. Y eso a la larga es nocivo para la organización.

Discrepar en tu cabeza, callar mientras se debate, y, una vez alcanzado un acuerdo, expresar tu opinión en otros foros, no es un acto de autenticidad, ni de rebeldía, ni debería tener ninguna connotación positiva. Es una recurso fácil y egoísta. Lo difícil, y normalmente lo útil, es dar una oportunidad a la decisión tomada, poniendo tu ego a un lado, y mirando al bien común. Porque ,aunque le duele a esos egos tan bien mimados que tenemos, las cosas hechas de un modo diferente al que defendemos también pueden funcionar.

No es necesario entusiasmo, ni mucho menos falsedad, solamente profesionalidad. Porque, insisto si el acuerdo te parece respetable desde algún punto de vista (y casi todos lo acuerdos tienen ese enfoque después de escuchar a los demás), es ese punto al que te tienes que agarrar y tratar de trasmitir a los demás.

Sé perfectamente que defender argumentos de otros puede resultar complicado a veces, pero debatir las cosas infinitamente no lleva a ningún lado, así que una vez alcanzado un consenso, más o menos cercano a tu perspectiva, no queda más remedio que respetarlo para no volver al punto de partida.

Fuente: http://enbuenacompania.com/cambiardehabitos/

Posted on 22 abril, 2021 by Jesús Garzás

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