Quiero
abrazar la tierra,
sentir
el húmedo tacto
de
la hierba en la piel
y
olvidar,
el
segundo fatal
del
silencio oscurecido
entre
las ramas podridas
de
algunos árboles muertos,
que
el otoñal frio nocturno
trae
oculto en los sonidos opacos,
de
polvorientos bulevares
donde
pequeñas luces desvaídas
alumbran
con su luz amarillenta,
los
ojos agotados de anónimos seres
con
forma humana,
que
girando sobre si mismos,
como
alocadas peonzas,
en
las ondas sin reflejo
de
enlodados charcos vacíos
y
correr por el cauce resquebrajado
de
enfurecidos ríos sedientos
se
sienten incapaces de alcanzar,
las
malgastadas promesas empeñadas,
en
la oscura tienda de cualquier mercader
de
sentimientos olvidados,
que
aferradas como lejanas caricias
a
los poros de la piel,
intentan
escapar
cual
húmedas lágrimas arrinconadas,
en
medio, de quejumbrosos huecos mentales.
Quiero
abrazar la tierra,
olvidar
el espanto aterrorizado,
de
una palabra aterida,
enferma
quizás,
escrita
en la grasienta esquina
de
un papel arrugado
depositado
lánguidamente
en
el fondo inconreto de una papelera;
quiero
escapar con las brumas,
antes
de que el húmedo aire de la mañana
las
atrape,
entre
las yemas invisibles de sus dedos,
de
la tenue debilidad de lo efímero
que
aborda los sentidos más allá
del
agrietado corazón callado.
Quiero
abrazar la tierra,
recorrer
sus calles verdes
con
pasos lejanos
entre
el crepitar macilento
de
sus hojas caídas
en
la mañana,
y
sentir su tacto mortecino
bajo
mis pies descalzos.
AMADO
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