Pocos comentarios se pueden hacer sobre este artículo escrito en el apartado de opinión del diario ABC de Córdoba, quizas su lectura nos sirva para hacernos pensar en la situación actual por la cual muchas personas y muchas familias estan atravesando en estos momentos de crisis y nos haga recapacitar sobre como podemos ayudar a esos otros que hoy se encuentran en un estado por el cual no desea pasar ninguna persona.
(publicado en el diario ABC en su edición de Córdoba)
Miércoles, 21-01-09
Al final todo el drama del paro se reduce a una cajita. De repente, el mundo laboral se desmorona por la crisis, y el trabajador despedido y amortizado en plena madurez se afana en recoger los pequeños objetos que pueblan su escritorio, como quien cumple una misión última que nadie le ha encomendado. Enfrentado a la cruda certidumbre del subsidio, con el finiquito recién firmado en el bolsillo y un nudo en la boca del estómago, el hombre cesante saca fuerzas de flaqueza para rescatar entre los cascotes de la catástrofe esos efectos personales que amueblaron su rutina.
Después del clásico discurso del jefe sobre cuentas que no salen, pasivos asfixiantes y liquidez evaporada, al ex trabajador sólo le importa meter en una caja lo imprescindible, pensando tal vez que tan ligero equipaje le va a servir para conjurar la angustia de los días sin horario. Teme el futuro incierto que hay al otro lado de la oficina. Le da pavor madrugar para guardar cola en una sucursal atestada de gente tan ociosa como él, rellenar formularios para solicitar la prestación social y explorar en vano ofertas por Internet. No hay guía para un viaje como éste. Tampoco sirven de nada los consejos que puedan darle a uno las decenas de miles de personas que antes emprendieron caminos similares.
Resulta paradójico. En las empresas instruyen al administrativo en el manejo de cuadriculadas hojas de cálculo, enseñan al peón a encontrar el punto óptimo de agua para dar consistencia a una mezcla, forman al periodista para buscar titulares a una insulsa rueda de prensa, pero nadie nos prepara para una situación aparentemente tan simple como un despido. Nadie viene al mundo sabiendo cómo ha de comportarse cuando nuestro salario deja de aparecer en el frío balance de un empresa o la hormigonera se declara en huelga. No nos mentalizan para el desafío que sin duda representa que nosotros nos convirtamos en noticia, rompiendo con la costumbre de que sean otros los nombres sin rostro y las tragedias personales que se camuflan entre las estadísticas y visten de pesimismo los periódicos. Caemos en el error de pensar que el estigma del desempleo sólo persigue a los eslabones más débiles de la cadena del progreso y que a veces ajusta cuentas con los Madoff y Lehman Brothers, los tiburones de la banca que jugaron peligrosamente en la Bolsa.
Pero el día menos pensado ocurre que le vemos las orejas al lobo de la recesión y descubrimos que los despidos masivos no sólo afectan a los desesperados padres de familia que se echan a la calle cuando las multinacionales ponen rumbo a horizontes laborales más baratos y productivos. La crisis no tiene compasión con la experiencia.
Ese desfile de cajas que llevan los despedidos en brazos son el mejor indicador de la escabechina económica. Más fiable que la tasa del paro del INEM, el PIB y la EPA juntas. Dicen que lo peor aún no ha llegado. De ser así, van a faltar cartones donde embalar los efectos personales de tantas bajas laborales. En estos tiempos de incertidumbre, acaso la de reponedor de cartones sea la única profesión con futuro. Al menos mientras nos quede algo que echar en la cajita.
ANTONIO R. VEGA
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