EL BAÑO DE LA REINA MORA
Encantadora Radhia (1), bellísima hurí creada en mis sueños de amor al contemplar en la delirante fantasía los poéticos ráudhas (2) del Paraíso donde moran los espíritus de los buenos creyentes; la amante pasión que me ha inspirado tu hermosura, enloquece mis sentidos y esclaviza mi vida en tus brazos como único bien de suprema felicidad.
—Amante dueño mío: no sé tu nombre, que me ocultas desde que hace días vienes a la hora del baño para dirigirme palabras de amor, que oigo como dulce música del cielo. No adivino cómo habrás sobornado a mis esclavos para que te dejen penetrar hasta aquí; pero siente mi corazón inefable alegría cuando estás en mi presencia, que no sentí nunca siendo amada por el Emir Alhacam. Yo experimentó dicha infinita al contemplarme en tus ojos y beber en tus labios el filtro embriagador que provoca los ensueños mas deleitosos.
No sé quién eres, mas también comprendo que perteneces a las nobles razas que acaudillan las valerosas huestes y las conducen a la victoria. El corazón me dice que eres digno del amor que siento y al que se ha rendido mi voluntad, en otro tiempo soberana como propia de la mujer del Califa.
— No te engañas, hermosa Radhia; caudillo soy que triunfó en guerreros combates, y poseo riquísimos tesoros que pondré a tus plantas, como prendas de inestimable cariño; mas no preguntes mi nombre que guardo en secreto para ti, hasta tanto que un nuevo sol venga a alumbrar los días placenteros de nuestra eterna ventura.
— Curiosidad despiertan tus prudentes palabras, y ya que la confianza de mi amor no puede descubrir el secreto de tu persona, respetaré el silencio que guardas, confiada en el poderoso motivo que hace callar tu lengua.
—Tal vez muy pronto llegarás a saber quién es tu amante, y entonces comprenderás con orgullo que no en vano le entregaste tu corazón.
(1) La que recrea con la vista.
(2) Jardines.
* *
La noche templaba los rigores del sofocante calor del estío, en los frondosos jardines de una de las mas ricas almantas (1) de los pintorescos campos inmediatos a Medina-Ázzahra.
Los labrados muros de los elegantes pabellones que constituían la habitación de aquella regia morada, dejaban entrever, aún en la oscuridad de las sombras, al través de los calados ajimeses, la espléndida riqueza de las cobbas (2) adornadas con primorosos mosaicos y menuda foseifesa y cubierta con preciosos artesonados de alerce incrustados de oro y de marfil.
En una anchurosa alberca, cuyas paredes interiores, construidas con pequeños y correctos arcos, sostenidos por columnitas de jaspe, ofrecían a la vista bajo las cristalinas aguas sus caprichosos colores, y resguardada por espesa bóveda de follaje, formada por entrelazadas ramas de naranjos y limoneros unidas con verde yedra y olorosa madreselva, la hermosa Badhia, velando apenas los encantos de sus bellísimas formas con la fina seda de su ligero traje de baño, conversaba amorosamente con el gallardo moro, que rendía su voluntad abrumado con el peso de tan halagadora dicha.
Un rayo de luna, filtrando sus hilos de luz por entre las hojas de la arboleda, rielaba en la líquida superficie del estanque y acariciando de paso el rostro de la amante sultana, alumbraba con su blanca palidez aquel poético paraje.
Solo el canto apasionado del ruiseñor interrumpía de cuando en cuando la dulce plática de los enamorados, como queriendo celebrar con un himno de alabanza aquellos momentos de felicidad.
(1) Fincas de recreo.
(2) Aposentos.
De pronto, un sordo rumor dejóse oír en el silencio de la noche. Siniestros gritos de guerra, horrísono choque de armas, espantoso ruido de moles y cuerpos que se derrumban, y confusa algarabía de sonidos y voces lejanas, dejó suspensos y mudos á los tiernos amantes, en cuyos semblantes pálidos vino a aumentar la expresión de sorpresa, la roja claridad denunciadora del incendio, que apareció reflejada en el horizonte.
Pasos precipitados de alguien que se acercaba llegó a sacarlos de su sorpresa, y un moro de torba mirada y ceñudo aspecto, se presentó de improviso y dijo con voz alterada por la agitación de la carrera:
—El terror y la muerte imperan en Medina-Azzahra. Los bereberes sucumben bajo el filo de las lanzas y alfanjes de las tribus cordobesas. Acude a castigar la rebelión ó a morir con is tuyos en el combate, que no es justo que el Emir Suleiraan descanse en brazos del amor, mientras sus huestes pelean en defensa de su reino.
Un relámpago de ira brilló en los ojos del soberano; que apenas pudo decir ahogado por el coraje:
—Por Allah, que ha de costar cara esa traición. Ya sabes Eadhia quien soy; y por mi reino y por ti, corro a ocupar mi puesto en la batalla, en la que sabré vencer ó morir.
Y seguido del moro, desapareció entre las sombras del jardín, mientras que la enamorada Radhia, pronunciando el nombre de Suleiman, caía desmayada al fondo del estanque, de donde la sacaron sin conocimiento sus esclavas, que habían acudido presurosas al baño, atraídas por la escena que acababa de pasar.
** *
Los soberbios alcázares, las magníficas y suntuosas moradas, los poéticos y floridos jardines y bostones (1) de aquella fantástica población, que la pasión amorosa del califa Abderrahman-Annasser, hizo surgir en el regazo del monte Alarás, como prenda de cariño para su favorita Azzahra, yacen por tierra derruidos y arrasados, adivinándose apenas en el inmenso montón de
ruinas que a 1a, vista se ofrece, el esplendor y munificencia de una ciudad que había sido poco antes asombro del universo.
Los moros de Córdoba, pagaron su odio contra los berberiscos, venciendo sus fuerzas, que quedaron deshechas tras una espantosa carnicería, y destruyendo la ciudad florida, cuyos maravillosos tesoros fueron sepultados en las sombras de la noche por el fuego y el acero de aquellos mismos que los llegaron a juntar.
El aspecto de desolación que presentan los lugares, antes tan risueños y agradables, causa angustia y dolor, y hasta los pájaros lanzan notas lastimeras, al cruzar sin detenerse por los arrasados jardines donde tuvieron su morada.
La soledad reina en aquel desdichado paraje y solo se ve en medio de los tristes escombros que lo cubren, una mujer, hermosa aún, regando con sus lágrimas los abandonados despojos de tanta grandeza. Es la bella y desgraciada Radhia, que llora sobre las ruinas de Medina-Azzahra, la eterna ausencia de su amante que no ha vuelto a ver jamás.
(1) Huertos.
Han transcurrido mas de ochocientos años y no queda vestigio alguno ostensible de la fastuosa mansión de los placeres que creara el gran Abderrahman. El polvo de los siglos ha cubierto y guardado en sus entrañas los valiosos restos de aquel tesoro de arte y las implacables malezas han levantado su imperio en el histórico recinto, de que tan solo queda ya el recuerdo.
Unicamente á corta distancia de la magnífica dehesa llamada Córdoba la Vieja, y en la suave falda del monte, permanecen aún en pié las ruinas de la Almunia que perteneció a la hermosa Radhia, y como en perenne memoria de su malhadado amor, los que pasan por aquel sitio, admiran casi intacto el anchuroso estanque, no ocupado hoy por las cristalinas aguas, pero
que luce en sus muros los bien delineados arcos y las preciosas columnillas de colores, y que es conocido tradicionalmente por El baño de la reina mora (1).
(1) El ilustrado escritor y director que fue del Museo provincial de Córdoba, D. Rafael Romero Barros, hoy difunto, tuvo noticias por mí del estanque aludido, y después de una excursión al sitio en que se halla, donde pudo examinarlo, así como también las antiguas ruinas que lo rodean, hizo una descripción de él, bastante detallada, qué publicó hace años en el Diario de Córdoba. Posteriormente, el actual poseedor de la finca donde se conservaba dicho estanque, ha extraído del mismo las columnitas de mármol y los azulejos que lo adornaban, sin duda con propósitos de lucro, dejando solo los arcos y estivaciones contensivas del muro interior de aquel, que ofrece un aspecto enteramente desconocido al que motivó la descripción anteriormente citada.
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