EL SALTO DEL FRAILE
HACE muchos años, cuando las fuerzas de la juventud sostenían el vigor de mi cuerpo y las ilusiones de la esperanza daban alegría a mi espíritu, marchaba yo una tarde en Compañía de un criado, ambos a pie, por ta orilla izquierda del Guadiato, a unos siete u ocho kilómetros próximamente de la villa de Almodóvar del Rio.
Era mi objeto, cazar la perdiz con reclamo macho y por primera vez iba, como dicen en lenguaje técnico los aficionados, a colgar en un sitio famoso y de obligada querencia.
Con tal motivo, deseoso de disfrutar cuanto antes de la diversión que me prometía, aligeraba el paso por una vereda áspera y desigual que seguía sinuosamente a lo largo de la escarpada orilla del rio.
Pronto llegamos a un sitio en que las aguas cuajonadas por dos elevadas cortaduras, corrían al parecer tranquilamente ofreciendo a la vista una superficie tersa a algunos pies de profundidad. Una enorme roca, cuyo plano horizontal cortado en el centro, tendía como a unir por la parte alta ambas orillas, y tajada por uno y otro lado hasta la margen de las aguas, dejaba un espacio vacío como de metro y medio de distancia, hacía suponer con no escaso fundamento, que tal vez en tiempos antiquísimos habría podido constituir un seguro puente natural. Por esta circunstancia y por ser uno de los lugares mas pintorescos que había contemplado hasta entonces, causóme mucha admiración y me hizo suspender el paso durante algunos minutos.
—Este es el Salto del fraile; me dijo el criado que me acompañaba al considerar mi sorpresa.
—¿Y por qué le llaman así? le pregunté, esperando escuchar alguna narración que justificase tan significativo nombre.
-—No lo sé, me contestó; quizá haya saltado por ahí algún fraile de los antiguos. Yo siempre he oído llamar así este sitio, pero nadie me ha explicado el por qué.
Nada pude averiguar por entonces, no obstante mis reiteradas preguntas a todos dos habitantes del contorno. Algunos años después, en el pueblo de Almodóvar, hallé ocasión de saber el origen de un nombre que tanto deseo tenia de conocer.
Hé aquí la historia:
Era una hermosa noche de verano. La luna que solo ostentaba visible la mitad de su disco, brillaba con tenue luz iluminando los montes de una manera fantástica y la fresca brisa ausente durante el caluroso día, saltaba juguetona por entre las retamas y los lentiscos besando al pasar sus delgadas y menudas hojas. Sentados en un banco, a corta distancia de la puerta de un grande y hermoso caserío, se hallaban dos hombres conversando en voz baja, a la vez que disfrutaban de la agradable temperatura que se sentía en las primeras horas de la noche. Joven era el uno, como de veinte años de edad y aún cuando el otro no era viejo, frisaba ya en los cincuenta, siendo ambos fuertes y robustos, como todos aquellos que se ocupan constantemente en las rudas faenas del campo. La actitud de los dos y la grave expresión de sus rostros, manifestaban claramente ser de sumo interés el asunto que los ocupaba.
—¿Conque es verdad lo que me dices? preguntaba el de mas edad, como dudando de lo que el otro le acababa de referir.
—Sí, tío, y tan verdad, que ayer me lo dijo José el hijo del guarda, que les sorprendió anteanoche, cuando pasó por aquí en busca de una yegua que se le había extraviado, y además, esta misma mañana, al acabarse la fiesta de la Virgen, oí yo...
—¿Qué oíste?
—Verá usted; estaba en un rincón de la iglesia cerca de la puerta de la sacristía, cuando pasó mi prima sin verme, y al pasar, salió el padre Andrés y le dijo: «No te olvides que voy esta noche», y ella le contestó, «Bueno, le aguardaré.» Y mire usted, tío Pedro, me dio una cosa cuando lo oí, que a no ser porque estaba en un lugar santo... Cada vez que pienso en que la causa de que no me quiera mi prima Rosalía, es ese maldito fraile, me dan ganas de ir a Almodovar y...
—Sosiégate, Juanillo, que yá ves que a mí me toca mas de cerca el daño de mi hija, y tengo calma para poder pensar en los medios del castigo. ¿Tu dices que va a venir esta noche? — Ya sabe usted que ha quedado así convenido entre él y mi prima.
—Pues bien, es preciso hacer un escarmiento con el fraile y es menester que tu me ayudes en la empresa. ¿Puedo contar contigo?.
—Para todo lo que usted quiera,
—Pues entonces, escucha:
Ambos siguieron hablando en voz baja por algún tiempo y luego penetraron en la casa, de donde salieron al cabo de una hora con las mayores precauciones y silencio, perdiéndose en la sombra de un próximo grupo de encinas.
* * *
Había trascurrido la mitad de la noche, y la luna descendía lentamente para ir a ocultarse tras las lejanas cumbres, marcando su huella de fosfóricos reflejos sobre las recortadas copas de los pinos y las mas elevadas rocas de las montañas.
Las sombras iban extendiendo poco a poco sus dominios, ofreciendo campo seguro a los tímidos conejos contra las crueles acechanzas de sus mortales enemigos, y el silencio de la dormida naturaleza solo era turbado por el monótono grito del búho y del chotacabras y por los lejanos rumores del río.
Por un camino estrecho y desigual que atravesaba por medio del monte dividiendo la espesura de los jarales, marchaba a pie con dirección al caserío de que se ha hecho referencia, un hombre como de treinta años, alto de estatura y de miembros robustos al parecer, según demostraba la soltura de sus movimientos y la seguridad y ligereza de su paso, pues nada dejaba ver el encapuchado sayal de los frailes, con que iba cubierto.
El padre Andrés, pues era el mismo, a medida que aceleraba su marcha al través de las breñas y peñascales, abstraíase su pensamiento con la proximidad de la dicha presente, recordando con alegría y con todos sus detalles, el proceso de una amorosa aventura que tan fácilmente había conseguido realizar.
Joven, de temperamento ardiente y apasionado, y de un talento natural nada común que supo robustecer con el estudio, el padre Andrés hubiera podido brillar en la sociedad alcanzando en ella un distinguido puesto, si la desgracia de su pobreza y la protección ofrecida por un pariente, prior del convento de los Gerónimos, no le hubiera obligado a ingresar en dicha orden, abrazando el estado eclesiástico.
Desde luego, dado su carácter, logró sobresalir por sus dotes oratorias y pronto adquirió fama de elocuente predicador, con especialidad entre las mujeres, para quienes empleaba en sus sermones por medio de su fácil palabra, todos los resortes necesarios a despertar en ellas la vida de los sentidos, rodeada de místicos apasionamientos, consiguiendo de todas las mas caras simpatías y de algunas los mas señalados favores.
Un día fue llamado para predicar el sermón en la fiesta de la Virgen del Rosario que se celebra en Almodóvar, y allí, como en todas partes, fue el ídolo de las viejas y de las mozas. Rosalía, que era una muchacha de diez y ocho años, de una hermosura no vulgar y de un alma sensible y cándida, oyó al padre Andrés, fijó sus ojos llena de admiración en aquel rostro varonil de expresiva belleza, y su entusiasmo llegó hasta el punto de enamorarse de un hombre, que tan bien sabía comprender y expresar los sentimientos del corazón. En tal disposición de ánimo, sucedió lo que no podía por menos de suceder: Rosalía y el padre Andrés se entendieron y empezó para ellos una serie de dichas realizadas en citas misteriosas, que fueron bastante frecuentes durante un año que sostenían ya la intimidad de sus relaciones.
Todo esto, traducido en reflexiones amorosas que sintetizaban el apasionado carácter del fraile, el cual sentía los efectos de su naturaleza de hombre, absorbía por completo su imaginación y le impulsaba a apresurar la marcha por un poderoso instinto hacia el goce anhelado, siguiendo con rapidez cada vez mayor, en la soledad de la noche y a aquella hora, para llegar al logro de su mas ardiente deseo.
Ya hacía bastante tiempo que caminaba así, atravesando montes y collados, y tan cerca estaba del término de su jornada, que percibía el caserío blanquear en medio de la espesura, cuando al entrar en un cosquilloso de encinas que cortaba la vereda, sintióse cogido de pronto de ambos brazos por la espalda, mientras que al frente vio brillar la hoja de un cuchillo y oyó una voz que dijo con reconcentrado acento:
—¡Vas a morir!
* * *
El padre Andrés no dio un solo grito. Repuesto instantáneamente de su sorpresa e impulsado por el instinto de conservación, consiguió desprenderse del que lo sujetaba por medio de un vigoroso esfuerzo, y echó a correr por el monte, tratando de librarse del inminente peligro que amenazaba su vida, pues de sobra había él comprendido por las personas que intentaron asesinarle, no haber lugar a esperar de ellas misericordia.
—Llama a los perros, Juanillo, y ponlos en la pista del fraile, mientras tanto lo sigo yo, a fin de que no se nos escape; dijo el tío Pedro, y emprendió la carrera, Superior a la agilidad que sus años le permitían, sin conseguir otra ventaja que mantenerse siempre a la misma respetable distancia del que era objeto de su persecución.
Ambos continuaron de este modo, salvando cerros y cañadas y atravesando por mitad de las jaras y de los espinos, por las peñas y por los arroyos.
El padre Andrés, a quien estorbaban los hábitos para la carrera, que había sostenido hasta entonces, gracias a su vigor natural y al miedo de sucumbir, estaba ya rendido, sintiendo flaquear sus piernas, y érale imposible continuar por mas tiempo en un ejercicio tan violento, cuando logró perder de vista a su perseguidor, por haberse internado en un espesísimo breñal que lo ocultaba a sus ojos.
En tal disposición, trató de cobrar alientos y se dejó caer al pié de una madroñera, dando tregua a la fatiga que le agobiaba, limpiándose con la punta del sayal el copiosísimo sudor que inundaba su frente.
La luna se había ocultado por completo y aunque las estrellas palidecían ante el primer anuncio de la alborada, profunda oscuridad, producida por las sombras del bosque, reinaba en torno del asarado fugitivo, el cual, con el oído atento, solo escuchaba próxima y distintamente los sordos rumores de las aguas del Guadiato.
—¡Podré, al fin, librarme, Dios mío! pensó, alentado por un rayo de esperanza,
—Anda, Juanillo, en ese matorral se ha metido y no se escapará: gritó de pronto una voz. Haz que los perros busquen, que no ha podido irse porque el rio le sirve de barrera.
—¡Aquí, León! ¡Busca, Loba! ¡Sus, adelante! se oyó contestar, e inmediatamente se sintió el monte crujir al impulso de aquellos nuevos perseguidores, contra los cuales no cabía astucia posible.
El fraile se puso en pié por un movimiento instantáneo y emprendió de nuevo la carrera por medio de los matorrales, llegando a la escarpada orilla del rio y siguiéndola a favor de la corriente sin hallar sitio vadeable.
Detrás de sí, sentía el movimiento de las malezas : que agitaban al pasar el León y la Loba, cuya proximidad era cada vez mayor, y escuchaba las voces de Juanillo y del tío Pedro, que animaban a los perros a seguir la pista.
El peligro era, pues, inminente, y el padre Andrés se consideraba completamente perdido, cuando llegó a una prominencia desprovista de monte y vio un gran peñasco de superficie plana, que avanzaba por ambas orillas del rio, formando como un puente hundido en el centro, pero accesible en un caso tan desesperado como el que se encontraba. Comprendió que allí estaba su salvación y se dispuso a saltar, pero de pronto se sintió cogido por los perros que lo sujetaban del hábito.
Las voces de sus perseguidores se oían ya bastante cercanas y no había tiempo que perder. Desciñose en un momento el nudoso cordón que rodeaba su cintura y dio con él sendos y fuertes latigazos al León y a la Loba, que abandonaron su presa, no sin llevarse entre los dientes pedazos del sayal; y aprovechando aquel oportuno instante, corrió hacia el peñón y salvó el rio de un prodigioso salto, perdiéndose a poco de vista en el lado opuesto, entre las malezas del monte.
Los perros avanzaron al rio por donde había saltado el fraile y comenzaron a ladrar furiosamente; mas cuando llegaron hasta ellos el tío Pedro y Juanillo, atraídos por la insistencia de sus ladridos, solo hallaron las huellas de la huida y los pedazos de paño arrancados por los colmillos de los animales.
El padre Andrés desapareció desde aquel día, y no se le volvió a ver mas
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