Ventajas de las a Cosas Medio Hacer
Mariano José de Larra
Suele decirse que nadie tiene más edad que la que representa, y ésta es una de las muchas mentiras que corren acreditadas y recibidas en el mundo con cierto agradable barniz de verdad, y que entran en el círculo de todo aquello que sin ser vero, es sin embargo ben trovato. Si una mentira pudiese probar algo, ésta probaría una verdad, a saber, que no hay nada positivo, que no hay nada tal cual es, sino tal cual parece. Por el mismo estilo podría decirse que ciertos pueblos no envejecen, porque para envejecer es preciso vivir. He aquí la razón por que siempre que yo me paro a mirar con reflexión nuestra España, que Dios guarde (de sí misma sobre todo), suelo dirigirle mentalmente aquel cumplimiento tan usual entre gentes que se ven de tarde en tarde: «¡Hombre, por usted no pasan días!». Por nuestra patria efectivamente no pasan días; bien es verdad que por ella no pasa nada: ella es por el contrario la que suele pasar por todo. Así es que después de sus años mil, vésela de temporada en temporada aparecer joven y rozagante, como quien empieza a vivir de nuevo. Si la hubiésemos de comparar con algo, la compararíamos con esas viejas verdes que unos días se tiñen las canas y otros no; o con esos seres que pasan el invierno entre dos piedras en una aparente muerte, y que necesitan todo el sol del mes de julio para empezar a rebullirse; o con la comparsa del célebre Robinsón, silbado años pasados en esta Corte, que andaba dos pasos adelante y uno atrás, o con la casta Penélope, que deshacía de noche la tela que tramaba por el día; o con los gatos, en fin, de los cuales se dice que tienen mil vidas; si bien con una notable diferencia: éstos siempre caen de pies, y de la España no nos atreveríamos a decir claramente cómo cae siempre. En una palabra, se la puede comparar con todo y exactamente con nada.
No es esto que queramos hablar mal de España; mala ocasión escogeríamos, sobre todo cuando está casualmente en el día en que se tiñe las canas, en que se despereza y se rebulle, en que da el paso adelante, en que teje la tela, y en que se levanta renqueando de la última caída. Dios nos libre de semejante intención como de un manifiesto; nuestro objeto es retratarla, y aun hacerla favor si cabe. Es el mal que se escapa a la observación como el agua a la pasión; piensa usted cogerla por un lado, deslízase por otro; como esos calidoscopios fantasmagóricos que a cada movimiento presentan una figura distinta a la vista divertida, así nuestra patria ofrece unas veces encima unos colores y otras veces otros.
El año 8, según decía su Gobierno, no podía ser feliz sino bajo la ilustrada dominación del dispensador supremo de la dicha de los pueblos. Poco después, toda su bienandanza debía consistir en manejarse por sí sola, rechazando la citada ilustrada dominación. El año 14 era indudable que sólo su legítimo Rey y su legítima libertad la podían conducir a la dicha estable y duradera. A mitades del mismo año pendía su salvación de su legítimo Rey, pero sin auxilio ya de la tal libertad, ni maldita la ayuda de vecino. Hecha ya la casa, abajo los andamios.
Hasta el año 19 inclusive, el orden y la paz, la gloria y la ventura sólo podían apoyarse en la santa Inquisición. El año 20 ya se averiguó que aquella dicha de que había gozado por tan santo medio no era la verdadera, la verdadera era la que iba a tener, fundada en la igualdad y en la libertad; entonces se supo a ciencia cierta que iba a ser venturosa. El año 23 sin embargo, se vio felizmente restituida a la felicidad verdadera; entonces sólo podía esperarla de aquellos mismos franceses, los únicos que el año 8 podían hacerla feliz, y que el año 9 sólo podían hacerla desgraciada. En aquel año 23 recibió, pues, su verdadera dicha del absolutismo, único gobierno capaz de llevar a un pueblo a su esplendor con mano fuerte: entonces abrió los ojos por cuarta vez, y vio palpablemente cómo había de ser feliz. Y por fin, el año 34, abre los ojos por quinta vez, y se convence de una manera irrecusable, como siempre, de que su felicidad sólo puede depender de la representación nacional, y de que un gobierno absoluto no es la piedra filosofal. Escarmentada como siempre de sus pasados errores, ya no volverá a caer en el lazo que la tienden los malévolos y los ilusos, y todos esos bribonazos que andan siempre engañando y extraviando pueblos; en el año 34 se convence definitivamente de que la verdadera felicidad es la de ahora; todas las demás han sido felicidades de poco momento. Confesemos que esta su convicción de ahora es la más fuerte, aunque no sea más que por haber estado ya otras veces convencida de lo mismo.
Hay quien cree que la felicidad es una de las muchas mentiras ben trovatas, como llevamos dicho, para nuestro consuelo; ya nos guardaremos nosotros de creer esto; y si en ninguna parte la vemos más que escrita, no será sin duda porque no exista, sino porque no se ha sabido dar con ella hasta la presente. Siempre resulta de lo dicho que por la España no pasan días: nuestra patria siempre la misma; siempre jugando a la gallina ciega con su felicidad; empeñada en atraparla, por el estilo de aquel loco, maniático por atraparse con la mano izquierda el dedo pulgar de la misma mano que tenía cogido con la derecha; y siempre más convencido la última vez que todas las anteriores.
Intrincado y oscuro laberinto le parecerá a cualquiera nuestra felicidad. Habrá quien diga que de no haber hecho nunca las cosas claras y terminantes le viene el mal de haberse de contradecir... Pero réstanos saber si es un mal el contradecirse; esto no está averiguado; decir siempre la verdad nos obligaría a decir siempre una misma cosa; esto, sobre ser una pesadez insufrible, nos conduciría a decirlo todo de una vez. ¿Y después? No diríamos nada. Figúrese el lector qué vacío en una larga existencia. Decimos por el contrario una cosa hoy y otra mañana. ¡Figúrese el lector qué variedad! Hay tela cortada para toda la vida. Igual consecuencia sacamos respecto a hacer las cosas claras y terminantes. Nosotros estamos por las cosas oscuras: hablamos seriamente. En primer lugar nadie nos negará una inmensa ventaja que sobre las cosas claras llevan las oscuras, a saber, que éstas se pueden aclarar. Hágalo usted todo de una vez; el día primero del año por ejemplo. ¿Y los 364 restantes, qué hace usted? Holgar. Dios nos libre: la ociosidad es madre de todos los vicios. Si éste es de todos los males el peor, vale más hacer mal y deshacer bien, que no hacer nada.
Para concluir, figurémonos por un momento que lo que vamos a hacer el año 34, porque yo creo que vamos a hacer algo, lo hubiéramos hecho de primeras el año 9, o el 14, o el 20. ¿Qué haríamos el 34? ¿Ser felices? ¡Brava ocupación! Hubiéramos vivido de entonces acá, hubiéramos envejecido en esta felicidad que vamos a atrapar precisamente ahora; en una palabra, hubieran pasado los días y las cosas por nosotros, en vez de pasar nosotros por los días y las cosas, y no estaríamos, como estamos, en los principios. ¡Espantosa perspectiva! Más sabios, por el contrario, nosotros dejamos siempre algo que hacer, algo oscuro que aclarar para mañana. ¡Ay de aquel día en que no haya nada que hacer, en que no haya nada que aclarar!
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