JUNIO2018
AMADO
Sirenas,
el
rechinar metálico
de
su sonido despedazador,
alcanza
como
si de una garra
se
tratase,
el
fondo de los aposentos
rompiendo
los tímpanos
en
una melodía continua
de
agudos gritos desencajados,
de
entrecortadas voces
que
susurran despacio,
la
oración repetitiva
de
las palabras siempre dichas
en
el transcurso de una hora.
Sirenas,
hipnóticas
luces
anaranjadas,
invadiendo
los carriles pedregosos
de
las calles asfaltadas,
atraen
hasta su luminosidad
a
un millar de insectos
con
forma humana
que
deambulan veloces
por
las aceras,
buscando
afanosos el placer inexistente
donde
poder volcar despacio,
todo
el abandono
que
cruje bajo sus pies
con
el miedo envolvente de la soledad,
anónimo
acompañante de las sombras
perfiladas
mil veces,
entre
blancas volutas de humo
en
descascarillados espejos decadentes
de
oscuros tugurios
en
los que las rasposas voces de los depredadores,
acallan
su silencio en un continuo chillar
de
corderos a punto de ser degollados.
Sirenas,
ululantes
bocinas
desenfrenadas
de
redonda esbeltez,
gritan
los nombres
de
aquellos que ya se fueron,
mientras
las guitarras desbocadas
toman
las ondas eléctricas
que
los disidentes,
heróicos
anacoretas
de
alma solitaria,
abandonaron
en su lucha
contra
una tormenta
desatada en un vaso de agua.
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