EN QUE OCUPAMOS NUESTRA VIDA
Gran parte de la vida se nos pasa
haciendo mal, la mayor parte no haciendo nada, y otra parte de la vida haciendo
otra cosa que lo debido.
EL PASO POR LA VIDA
Nada de esto es extraordinario,
nada inesperado, es tan ridículo dejarse golpear por esas cosas como quejarse
de que te salpiquen en el baño, o te zarandeen entre la gente o te manches en
el barro. La condición de la vida es la misma
que la de los baños, la masa, los caminos: unas cosas te lanzarán a sabiendas,
otras vendrán por casualidad. El vivir no es cuestión de remilgos. Has
emprendido un largo camino y fatalmente resbalarás, y tropezarás, y caerás, y
te cansarás, y gritarás “¡oh, muerte!”, y mentirás. En un lugar dejarás un
compañero, en otro le darás sepultura, en otro tendrás miedo. A través de
tropiezos como éstos hay que recorrer este camino escabroso.
SE HA PERDIDO LA CORDURA TAMBIÉN
EN LA VIDA PÚBLICA
Se ha perdido la cordura, no sólo
en privado sino también en público. Reprimimos los homicidios, los asesinatos
individuales, pero ¿qué hay de las guerras y ese glorioso crimen de matar
pueblos enteros? No conoce límites la avaricia, ni tampoco la crueldad. Y aun
esas acciones, mientras son realizadas a escondidas y por individuos, resultan menos
funestas y menos monstruosas: mas tales atrocidades se llevan a cabo de acuerdo
con decretos oficiales y votos del pueblo, y se ordena en nombre del Estado lo
que se prohíbe en el terreno particular.
En todo se busca el placer
propio, ningún vicio se mantiene dentro de sus límites: el afán de lujo conduce
a la avaricia. El olvido de la honradez nos invada: no hay vergüenza si el
beneficio es satisfactorio. El hombre, cosa sagrada para el hombre, es
asesinado en nuestros días por juego y pasatiempo.
Aunque te digas a ti mismo:
“éstos son tus deberes para con tu padre, éstos para con tus hijos, éstos para
con tus amigos, éstos para con tus huéspedes”, la avaricia te frenará
intentarlos. Sabrá que hay que sudar hasta la extenuación por los amigos, pero
se lo impedirán las delicias de la vida. Sabrá que una querida es la forma más
grave de insultar a una esposa, pero su lujuria lo empujará a lo contrario.
De nada servirá, por tanto, dar
preceptos, si antes no quitas de en medio lo que pone obstáculos a estos preceptos,
no más que lo que serviría poner armas a la vista de alguien y acercárselas, si
no se le sueltan las manos con que ha de usarlas. Para que el alma pueda
acercarse a los preceptos que le damos, hay que librarla de ataduras.
Esté siempre en nuestro espíritu
y en nuestra boca aquel verso:
“Hombre soy y nada humano me
parece ajeno”.
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