Por dar algún alivio al
lector y entretenerle algún tanto con una gustosa y bien pintada historia, la
quisiera referir como está escrita y aunque en todo no sea verdadera.
Pero
la verdad es que la defensa de la reina se hizo por estos caballeros. Y pues a
Córdoba le toca por haber sido defendida por dos hijos suyos y en este tiempo
tendrá aquí su lugar y servirá de entretenimiento.
Había
en Granada, en tiempo de los reyes de ella,
32 linajes de caballeros moros principales que son los siguientes:
Almoradis
Alquifaes
Banegas
Gomeles
Abenamares
Audallas
Azarques
Abenjiohares
Alhanares
Adoradinos
Alageres
Galuces
Zegríes
Bencerrajes
Aliatares
Hacenos
Alarifes
Sarracinos
Almanzores
Reduanes
Alabeses
Benarales
Baraguis
Muzas
Albayados
Cangentes
Aben Hamizes
Mafariz
Abidbares
Mazas
Y
hubo siempre bandos reñidos entre los Zegríes, que eran descendientes de los
reyes de Córdoba, y los Abencerrajes que venían de los reyes de Marruecos,
ambos linajes de mucha gente, nobleza y de valerosos hechos pero entre sí muy
contrarios, tanto que mil veces estuvieron para trocar los juegos de cañas en
lanzas. Los Zegríes, movidos de envidia de ver la estima y valor de los
Abencerrajes y el caso que de ellos se hacía, les levantaron un testimonio que
la cabeza de ellos, Albín Hamete Abencerraje, hacía traición al rey con la
reina Zelma, mujer del rey de Granada, y que trataba de matar al rey y alzarse
en el reino.
Creído
el rey moro a los Zegríes y juntando un día gran número de ellos en la Alhambra
envió a llamar a una sala donde él estaba a
Abencerrajes, uno a uno, y les fue cortando las cabezas, y acabara con
todos si no permitiera Dios que un paje de uno de ellos muerto saliese a avisar
a los que quedaban y a Muza de la traición. Alborotáronse todos y Granada de la
desdichada muerte de tan valerosos caballeros. Y juzgando ser traza de los
Zegríes juntos en tropel fueron a la Alhambra a matar al rey y a los Zegríes, e
hiciéranlo si el rey no huyera. Vengáronse en los Zegríes, que mataron más de 200
caballeros y parte de los Muzas y Gomeles. Aunque después se apaciguó el rey y,
arrepentido del hecho, volvió a reinar por medio de su hijo, el valeroso Muza,
pero no quiso recibir a la reina hasta que se averiguase la verdad y que los
acusadores saliesen al campo a defender lo dicho y hubiese quien los contradijese.
La reina se determinó darse la muerte primero que aguardar caballeros que la
defendiensen, porque en caso que no fueren vencidos los acusadores la reina
quedaría desfamada y la habían de degollar, como consta de la acusación hechay
de lo que junto de las guerras civiles de Granada el que tradujo al moro Aben
Hamín. Añade que, estando la reina resuelta de matarse, una cristiana cautiva
llamada Costanza de Hita le dijo que ella se volviese cristiana y le daría
cristianos caballeros muy valerosos que la defendiesen. Tocada de Dios la reina
dijo lo haría si cristianos la sacasen de este conflicto. Escribió la reina y
la cautiva su determinación a Gonzalo Chacón, caballero valeroso en tiempo de
los Reyes Católicos. Respondióles que estaría con otros tres caballeros en la
plaza de Granada el día determinado para defenderla y, hablando un día con
otros caballeros, como algunos Abencerrajes se habían venido al rey don
Fernando y se habían vuelto cristianos, leyó la carta que había tenido de la
reina. Movió el pecho de tres caballeros para ir en su compañía a la defensa
que fueron: Don Alonso de Aguilar, cabeza de la casa de Córdoba, gran soldado y
capitán, Don Manuel Ponce de León y Don Diego de Córdoba, alcalde de los
Donceles y señor de Lucena. Todos los cuatros se resolvieron de partirse con
Gonzalo Chacón a la defensa de la reina. Y por los que resta cuenta bien el
autor dicho, lo referiré por sus palabras:
“
Los cuatro caballeros van a defender a la reina. Resueltos los cuatro
caballeros en ir a defender la parte de la reina sultana ordenaron de partirse
de secreto, echando fama de que iban a una montería. El astuto guerrero alcalde
de los Donceles dijo que sería bien que fuesen en trajes de turcos porque en
Granada no fuesen conocidos. Y así, aderezadas ricas libreas a lo turquesco y
previniéndose de armas y caballos, solos y encubiertos, sin entrar en poblado,
llegaron a la vega de Granada dos días antes que se cumpliesen el plazo.
Llegando al soto de Roma descansaron el día antes de la batalla tratando de la
orden que en ella habían de tener. En amaneciendo el día tan deseado de los de
Granada se vistieron encima de sus fuertes armas las vestiduras turquescas y,
subiendo en su briosos y fuertes caballos, salieron a lo raso de la vega donde
se iban acercando a Granada. Encontraron un moro en el camino de Loja con el
cual habló el alcaide de los Donceles en arábigo, que lo sabía muy bien y mejor
que sus compañeros, de quien supieron el testimonio de la reina haciendo que no
lo sabían y ofreciéndose a salir a la empresa de defenderla. Y diciéndoles el
moro que no podía ser porque la reina había dicho que no quería moros que la
defendiesen sino cristianos, respondieron que ellos eran turcos jenízaros,
hijos de cristianos, y que la reina sin duda gustaría. Hablando en semejantes
plática iban caminando apriesa a Granada.
Aquella
mañana hizo el rey moro aderezar el teatro que estaba hecho en la plaza de
Bibarambla donde estuviese la reina y los jueces, que eran Muza y Binazar y
otro Aldoradin. Ensartaron el tablado y, puesto todo a punto, los jueces
subieron a la Alhambra acompañados de la nobleza de Granada vestidos de luto.
Entró Muza a hablar a la reina que era hora saliese al tablado y que le pesaba
mucho no hubiere señalados caballeros moros que la defendiesen, pero que no
tuviese pena que si faltasen en los que confiaba él saldría con otros tres
caballeros. Agradecióselo la reina y salió de la Alhambra toda cubierta de
luto, llevando en su compañía a la cautiva cristiana y con muchos caballeros
que la acompañaban cubiertos de luto y llorando. Llegando a la calle de los
Gomeles estaban en las ventanas dueñas y doncellas haciendo mil muestras de
tristeza y llanto, maldiciendo al rey y a los Zegríes. Y todos los demás que
estaban por las calles hacían el propio sentimiento. Llegó al tablado donde
había un estrado de paños negros donde se sentó, afligida y llorosa por ver que
en pública plaza había de ser juzgada, donde fue universal el llanto y
sentimiento de toda la ciudad que había concurrido en la plaza.
Sentarónse
los jueces y de allí a poco espacio se oyeron venir trompetas de guerra . Y
mirando lo que era vieron venir los cuatro acusadores de la reina que tenían
bien armados, puestos a punto de batalla, y en poderosos caballos traían sobre
las armas marlotas verdes y moradas, pendoncillos y plumas de lo mismo. Traían
en las adargas unos sangrientos alfanjes con una letra en contorno que decía:
“Por la verdad se derrama”. De esta forma llegaron los cuatro mantenedores de
la maldad acompañados de todos los Zegríes, Gomeles, Mazas y de los demás de su
parcialidad hasta llegar a su grande y espacioso palenque que estaba hecho
junto al tablado, que era tan largo como una carrera de caballo y muy ancho. Y
abierta la puerta del palenque entraron y se pusieron al lado izquierdo del
tablado porque al derecho estaban los deudos de la reina. Estuvieron desde las
ocho de la mañana hasta las dos de la tarde muy confusos por no venir los
defensores de la reina. Ofreciéronse muchos caballeros viendo que tardaban a la
defensa. Agradecióles la voluntad la reina y dijo que si dentro de dos horas no
viniesen tomarían la causa por suya, pero dentro de media se comenzó un gran
ruido y alboroto y vieron entrar en la plaza cinco caballeros muy galanes, los
cuatro vestidos a lo turquesco y el otro a lo moro, el cual fue de todos
conocidos que era Gazul. A los demás tuvieron por extranjeros. Así llegaron al
cadalso donde estaba la reina y los jueces que deseaban saber la causa de su
venida. Dieron una vuelta al palenque haciendo cortesías a la reina y damas y
uno de ellos dijo en turquesco si podía hablar a la reina. No entendiéndole
dijeron que hablase arábigo y lo dijo en algarabía. Y Muza dijo que sí, que
subiese. Subió don Gonzalo Chacón al tablado y haciendo su cortesía a la reina,
habló en voz alta, que todos lo entendieron, diciéndole cómo eran unos
caballeros que habían arribado al mar de España y desembarcado en Adra, y que
venían con intento de escaramuza con los caballeros cristianos.
“Buscándolos
en la vega y no hallando ninguno vinieron a aquella ciudad y alcanzónos en el
camino un criado de vuesa alteza nos dijo el conflicto en que estaba,
aguardando caballeros cristianos que la defendiesen y que tardaban. Yo y mis
compañeros unos turcos jenízaros, hijos de cristianos, y doliéndonos de vuestra
inocencia y adversa fortuna y movidos de piedad pedimos nos admitáis a vuestra
defensa, y que prometo a ley de caballero por mí y mis compañeros que hagamos
en este negocio todo lo que pudiéremos”.
Tenía
el caballero la carta de la reina en la mano y dejóla caer en el suelo sin que
se reparase en ello. Y como cayese el sobre escrito arriba pidió la reina a su
cautiva, conoció ser su carta y aquellos los caballeros cristianos de su
defensa. Disimulando dijo:
“Y
he estado aguardando caballero que me dio palabra por letra suya de estar hoy
aquí con otros tres caballeros, y pues es tarde y no viene admito el
ofrecimiento”.
Besóle
las manos a la reina y díjole:
“Yo
me prefiero hacer lo que ese caballero haría y no le reconozco con ventaja, ni
es mejor que yo ni los había de traer consigo son mejores de los que traigo
conmigo”.
Los
jueces mandaron se escribiese todo y
ellos pidieron licencia. Subió en su caballo y dijo a sus compañeros:
“Nuestra
es la batalla, comencémosla luego antes que sea más tarde”.
Los
caballeros, en compañía de los parientes de la reina, dieron vuelta a la plaza
al son de chirimías, añafiles y dulzainas, tomarónles pleito homenaje de que
harían el deber. Iban vestidos de ropas turquescas, de marlotas de paño fino
azul guarnecidas con franjones de oro fino y plata. Llevaba cada caballero un
turbante de toca de seda listada de oro y azul hecho de unas lazadas curiosas.
De parte de arriba del bonete en punta puesta media luna de oro, plumas azules,
verdes y rojas en los turbantes puestos. Los pendoncillos de las lanzas eran
azules y en ellas lar armas de sus escudos porque Don Gonzalo Chacón llevaba
una flor de lus en su pendoncillo, y en el escudo un cuartel de sus armas: un
lobo en campo verde que estaba despedazando un moro y encima del lobo había un
campo azul en flor de lis que decía:
“Por su mal se desbara”, significando que aquel lobo se comería aquel moro por
el testimonio que de la reina había levantado.
Don
Manuel Ponce llevaba en su escudo el león rampante de sus armas en campo
blanco, no quiso aquel día poner las armas de Aragón, y el león entre las uñas
tenía un moro a quien estaba despedazando con una letra que decía:
“Merece
más dura suerte
Quien
va contra laverdad
Y
aún es poca crueldad
Que
un león le de la muerte”.
En
el pendoncillo que era azul llevaba un león de oro.
Don
Alonso de Aguilar no quiso aquel día poner cuartel de sus armas por ser muy
conocidos. En el escudo llevaba un
águila en campo rojo, las alas abiertas como que volaba al cielo y en las uñas
una cabeza de un moro bañada en sangre y una letra que día de esta manera:
“Lo
subiré hasta el cielo
Porque
de mayor caída
Por
la maldad cometida
Que
cometió si recelo.”
Así
mismo llevaba en el pendón de la lanza este bravo caballero el águila dorada
como en el escudo.
El
alcaide de los Donceles llevaba por divisa en su escudo en campo blanco un
estoque, los filos sangrientos, la cruz de la guarnición dorada y en la punta
del estoque tenía clavada una cabeza de un moro goteando sangre con una letra
en arábigo que decía así:
“Por
los filos de la espada
Quedará
con claridad
El
hecho de la verdad
Y
la reina libertada.”
Muy
maravillados se quedaron todos los caballeros circunstantes en ver la gallardía
de los caballeros, sus divisas, que venían de propósito y a cosa hecha y
pensado. A este tiempo el alcaide de los Donceles llegándose a los caballeros
acusantes les dijo en alta voz, que oyó toda la plaza:
“Caballeros,
¿por qué sin razón habéis acusado a vuestra reina y puesto mácula en su honra?”
Mahomad
Zegrí respondió:
“Acusámosla
por haber cometido delito de adulterio y por volver con la honra de nuestro rey
lo manifestamos.”
El
valeroso alcaide le respondió:
“Cualquiera
que lo dijere miente como villano, y pues estamos en parte donde se ha de saber
la verdad apercibíos todos que habeis de morir confesando lo contrario.”
Y
brindando su lanza don Diego Fernández de Córdoba le dio con ella un encuentro
a un zegrí, tan terrible golpe en los pechos que sintió la fuerza de su
valeroso brazo y quedó lastimado, y si fuera el golpe con el hierro sin duda
muriera. El zegrí, corrido y afrentado, revolvió su caballo y fue a herir al
alcaide. Como hombre experimentado en la guerra y en escaramuzas se retiró a un
lado y, revolviendo sobre el moro, comenzaron una trabada escaramuza. Las
trompetas tocaron haciendo señal de batalla a la cual se movieron los demás
caballeros, los unos contra los otros; a don Manuel le cayó en suerte Alí
Hamete; a don Alonso de Aguilar Mahadón y a don Gonzalo Mahandín. Reconociendo
cada uno a su contrario comenzaron una sangrienta y cruel batalla. Don Gonzalo
Chacón fue herido en un muslo y aguardando que volviese a segundarle otro golpe,
viniendo muy lozano y gozoso el moro, diciendo a voces en algazara:
“Ahora
sabrás, turco, si hay granadinos para pelear y resistir a todos los caballeros
del mundo.”
Y
viéndole venir se arrojó a él y se encontraron los dos de suerte que pareció
haberse encontrado dos montes. El moro no se pudo tener y así cayó del caballo
y fue herido malamente del golpe de lanza. Púsose el moro con gran pestreza en
pie y, echando mano a su alfanje, se vino derecho a su contrario, y aunque
pudiera desde el caballo alancearlo por tener enristrada la lanza, saltó del
caballo con gran ligereza y desechando la lanza puso mano a su espada y
embrazado el escudo se estuvo afirmando aguardando al enemigo. Comenzaron de
nuevo los golpes, que con ellos saltaban las astillas de los escudos, y de esta
refriega sacó el moro dos heridas. Apartándose para cobrar aliento volvió de
nuevo a las manos de su contrario el cual le tiró un golpe de revés que le
corto la adarga y le hirió mortalmente en el hombro, que por poco cayera por
quedar medio sin sentido. Lo cual, visto por don Gonzalo, arremetió a él y le
dio un encuentro con el escudo. Cayó por tierra el moro, luego le dio una
cuchillada que le llevo una pierna y, viendo que había alcanzado victoria de su
enemigo, alzó los ojos al cielo y dio gracias a Dios. Tomando un trozo de la
lanza se arrimó a él porque le daba gran dolor la herida del muslo y llegándose
a una parte del palenque se puso a mirar la batalla. Celebraron la victoria los
músicos con instrumentos y puso ánimo en los tres cristianos caballeros
compañeros suyos y cobardía en los moros.
Los
tres caballeros moros y cristianos que quedaban dentro del palenque se
combatían con tan fieros golpes que parecía en aquel instante comenzaba la
batalla. Mahandón, como vió a su hermano Mahandín en el suelo lleno de sangre y
hecho pedazos, dijo a don Alonso de Aguilar:
“Permitid
caballero voy a tomar venganza del que mató a su hermano y después concluiremos
vos y yo la batalla”.
Al
cual dijo don Alonso:
“No
dudes de verte en el mismo estado que tu hermano.”
Y
diciendo esto le acometió y le hirió con la lanza en el costado. Revolviendo el
moro colérico le arrojó la lanza y viéndola venir don Alonso le hurtó el cuerpo
al golpe revolviendo el caballo con ligereza. No pudo ser tan a tiempo que no
llegase la lanza y clavase la mano del caballo el cual, sintiéndose herido,
comenzó a dar bufidos y brincos. Viendo don Alonso que no aprovechaba su
diligencia determinó arrojarse en el suelo. Aunque estaba su contrario a
caballo le aguardó con la espada en la mano. Sintieron grande contento de verlo
en el suelo los Zegríes que le consideraban vencido y muerto. Fuese hacia el
moro que arremetiendo con el caballo para atropellarlo y herirle con el
alfanje. Don Alonso era muy ligero y estuvo quedo, como que le quería guardar,
mas al tiempo que llegó dio un salto y se apartó y el moro paso de largo sin
hacerle daño alguno. Don Alonso le dijo:
“Desciende
moro del caballo sino quieres que te lo mate”.
Parecióle
buen consejo y apeóse, y embrazando su adarga vino a don Alonso diciendo:
“Sin
duda me diste el consejo por tu mal”.
“Dítelo
– respondió don Alonso – por darte la muerte justamente merecida”.
Arremetió
a él y comenzóse una reñida batalla porque ambos eran muy valientes y animosos
caballeros. Anduvieron más de media hora hiriéndose por las partes que podían y
cada uno deseoso de vencer a su contrario. Don Alonso, muy enojado y casi
corrido de ver que le durase tanto su contrario, se acercó a él lo más que pudo
y alzando el brazo señalo de quererle herir en la cabeza. El moro acudió al
reparo con la adarga pero salióle incierto porque no le ejecutó el golpe en la
cabeza, sino rebatiendo la mano le hirió el muslo de una mala herida que le
cortó gran parte del hueso. El moro que se halló burlado y herido descargo un
desapoderado golpe encima del bonete de don Alonso que el águila partió por
medio, y rompiendo bonete, turbante y casco le hirió en la cabeza; aunque no
fue tanto como el golpe le dejo medio sin sentido. Ayudó el ser de corazón
fuerte y animoso. Viéndose de esta manera se metió con una estocada de suerte
que le entró la espalda cuatro dedos por el pecho y, como estaba medio
desangrado de la herida del muslo, cayó en tierra. Arremetiendo don Alonso y
poniéndole la rodilla en el pecho no le cortó la cabeza por estar ya medio
muerto. Levántóse, dio infinitas gracias a Dios y apretándose la herida de la
cabeza con el turbante buscó su caballo y como le vio muerto tomó el de
Mahandon. Subiendo en él fue donde estaba don Gonzalo Chacón el cual le abrazó
y dándole el parabién de la victoria oyeron celebrarla por las dulzainas.
Don
Manuel Ponce no era menos sangrienta la batalla que tenía con Alí Hamete,
zegrí. Estaban a pie por estar ya cansados los caballos. Don manuel tenía dos
heridas y el moro cinco, andando siempre buscando por do poderle herir. Dábale
ánimo el ver sus compañeros vencedores y que el alcaide de los Donceles traía a
maltraer a su contrario. Llegándose cerca de él le dio un golpe tan terrible en
la cabeza que, aunque acudió al reparo con la adarga, no importó el todo sino
parte y quitándole el sentido y quedando herida la cabeza dio de manos entre
tierra sin poderse valer. Mas volviendo en sí, teniéndose de su contrario no se
gloriase de conseguir la victoria, se levantó y sacando fuerza de flaqueza dio
in desatinado golpe en el hombro a don Manuel el cual, en retorno, le dio otra
herida junto a la que tenía en la cabeza con que dsatentado cayó en tierra y
derramando mucha sangre murió. Los añafiles de la reina celebraron la victoria
y buen suceso. Tomó don Manuel su caballo y fuese con sus dos compañeros.
No
andaba menos valeroso al alcaide de los Donceles con su contrario que peleaba
como hombre aburrido y afrentado. Así daba tajos y reveses a diestro y siniestro y como el
alcaide, viendo que sus compañeros habían ya vencido, apretó las espuelas y
arremetió al zegrí y él hizo lo mismo. Fue tan terrible el encuentro de los
caballos que cayeron en tierra y, viniendo a las manos, eran tan grandes los
golpes que se daban que muchas veces quedaban rendidos. El zegrí arremetió al
alcaide para venir con él a los brazos y luchar, donde hizo cada uno lo que
podía y sabía para derribar a s contrario, pero cada cual echaba el resto de
sus fuerzas.. El zegrí, como era grande de cuerpo y fuerzas, levantaba al
alcaide por dar con él en el suelo de golpe. Ninguna vez pudo porque parecía
que tenía echadas raíces en la tierra. Reconociendo el alcaide su intento de su
contrario arrancó de un puñal y dióle tres golpes por debajo del brazo
izquierdo, y tales que el moro dio dos grandes gritos sintiéndose herido de
muerte y sacando otra daga le dio al alcaide otras dos heridas. Como era ancha
no fueron las heridas penetrantes. Correspondióle el alcaide con otra en la
espalda izquierda con que cayo al suelo. Luego le puso la rodilla en los pechos
y le dijo:
“Date
por vencido y confiesa la verdad, sino te acabaré de matar”.
El
zegrí viéndose tan mal herido dijo:
“Detén
la mano que yo diré la verdad, sabrás que habiendo muerto algunos de mi linaje
los abencerrajes, valiendo tanto con los reyes y que no nos podíamos vengar de
ellos ordené esta traición y que fuesen muertos sin culpa, la reina está
inocente y no bien castigada.”
Todo
lo que el Zegrí decía estaban oyendo caballeros de ambas partes. Bajaron os
jueces a oír la confesión y, acabada de escribir, murió el moro. Oyóse grandes
voces de alegría en la plaza y los instrumentos musicales de chirimías y
añafiles.
Los
caballeros vencedores fueron sacados del palenque con grande acompañamiento y
honra de la mayor parte de los caballeros. Primero llegaron a la reina a
ofrecer en su servicio. Pidióles se fuesen con ella a palacio, aceptaron la
merced y subieron a la Alhambra donde fueron curados y regalados. Llegándose ls
reina a los caballeros cristianos les dijo en secreto:
“El
alto Jesucristo y su bendita madre, que lo parió sin dolor quedando virgen por divino
misterio, es de salud entera y vida larga, y os pague la buena obra que a esta
triste y desventurada reina habéis hecho habiéndome librado de una muerte tan
infame y afrentosa, más fue la voluntad de Dios el librarme y que cristianos
fuesen el instrumento de mi libertad. Así os quedo obligada por lo que la vida me durare
la cual gastaré en vuestro servicio. Deseo ya verme cristiana por servir a Dios,
a su madre y a los que tanto bien me han hecho, y creerme que la mayor parte de
caballeros de esta ciudad están deseosos de verse cristianos, no aguardan sino
que el rey don Fernando comience la guerra”.
Pidió
le dijesen sus nombres y cada uno dijo el suyo. A todos les fue dando las
gracias y ellos se fueron a recoger; y porque el bando de los muertos no
hiciese aquella noche algún agravio, Muza puso cien caballeros de guarda en la
calle y casa. Como los Zegríes y los Gomeles vieron que no podían salir con su
intento desistieron de su propósito que era de matar a los caballeros
cristianos. Venida la mañana se fue la gente de la guarda y los cuatro
caballeros determinaron de irse porque no les echase en menos el rey don
Fernando. Pidiendo licencia a la reina para partirse, queriéndolos detener por
estar heridos y cansados, diciendo ellos la importancia de su partida y el
peligro que corrían si el rey supiese la ausencia que habían hecho les dio
licencia y se volvieron. Y como se curasen en sus casas no se pudo saber el
caso por la ausencia que de ellas hicieron. Quedó toda la corte espantada, y
del rey, y respetados del reino.”
HISTORIA GENERAL DE CÓRDOBA DE ANDRÉS DE MORALES
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