ARTE CULTURAS 19
Integrado, socialmente aceptado, pero aún incomprendido
El nuevo arte urbano se inserta cada vez más en el paisaje, y de ello es ejemplo el burro de acero inoxidable que se va a instalar en El Carpio. La sociedad suele aceptar estas piezas, pero que las entienda es otra historia
Guadalupe Carmona
g.carmona@lacalledecordoba.com
En Córdoba se respira arte. Así, cuando uno pasea por la ciudad, lo mismo puede escuchar las soleares del guitarrista Juan Serrano, que disfrutar de una obra del Equipo 57. Creaciones más propias de un teatro o un museo que de plazas y parques, pero que cada vez forman parte con más insistencia de la urbe y nuestros pueblos donde éstas conviven y dialogan con los ciudadanos.
Eso es precisamente lo que hará un burro grande, de 17 metros de altura y 2.000 kilos, creado en planchas de hierro y con una estructura de acero inoxidable, que próximamente se ubicará en el primer acceso a la vía de servicios de El Carpio para que, desde la autovía, cualquiera que pase por allí o se dirija a esta localidad, lo contemple. Se trata de una obra de Fernando Sánchez Castillo creada para la pasada Noche en Blanco de Madrid que, por decisión de un jurado, ha sido cedida a El Carpio, localidad que este artista ha visitado en anteriores ediciones de Scarpia. El fin de la obra, en su origen, era hablar de los nacionalismos y como éstos utilizan la imagen de animales, para lo que Sánchez simuló el famoso Toro de Osborne –tomado como un símbolo nacional– pero con la imagen del burro.
En cambio, los responsables de su ubicación permanente en el entorno paisajístico del municipio buscan, con la integración de esta manifestación artística en la vida cotidiana de los habitantes, formar a los ciudadanos en esta materia. Algo que, algunas creaciones enclavadas en Córdoba han conseguido, aunque el tiempo que han tardado en hacerlo y el grado de educación alcanzado, según los expertos, es muy difuso y discutible. Ejemplos de ello son el reloj de la Plaza de las Tendillas, cuyos cuartos y horas son una creación flamenca del cordobés Juan Serrano; Salam (paz), escultura del Equipo 57 ubicado en el Parque de Miraflores; Nautilius en el pentágono con río –del madrileño Enrique Salamanca–, situado cerca del Teatro de la Axerquía, o el popular Hombre Río que, aunque desapareció a finales de 2007, provocó un debate político y social, que tuvo como conclusión su integración permanente en la urbe.
Diferentes objetivos y una reacción
Precisamente, esta escultura flotante – de resina de poliéster endurecido y fibra de vidrio – aparecida en abril de 2006, tenía cierta misión provocadora que, sus autores, consiguieron. Rafael Cornejo y Francisco Marcos querían que se hablara del arte, del planteamiento cultural existente en torno a él, y con el que no estaban de acuerdo. Reivindicaban con su obra la libertad de la creación, que entienden espontánea, de ahí que la colocaran en un sitio inaudito – fuera de una galería – y por sorpresa. En este sentido, estos dos cordobeses consiguieron sorprender, despertar interés entre los ciudadanos y crear un debate entre las administraciones públicas que, finalmente, y por la buena respuesta que dio la sociedad cordobesa, acordaron permitir la instalación de la pieza de modo permanente – aunque una crecida del río, en noviembre de 2007, destruyera el propósito–.
Otras piezas han sido de encargo público para conmemorar u homenajear una fecha o un personaje, y unas terceras no han tenido ninguna misión artística, sino que han querido llamar la atención para otros fines, por lo general, publicitarios. Es el caso de la soleá que regaló Juan Serrano para el reloj de la Plaza de las Tendillas. Al igual que el famoso Toro de Osborne, aquello se trató del reclamo de una marca (Philips), pero “desde una perspectiva artística, forma parte de la esencia flamenca clásica. De hecho, no hay nada más flamenco que una soleá”, comenta el guitarrista Paco Serrano. Y la respuesta del público también es positiva y similar a la de la escultura del Hombre Río u otros ejemplos creativos ya citados anteriormente: “Terminó consolidándose como algo que formaba parte de la identidad cordobesa”.
Es lo que Miguel Ángel Moreno cuenta que está pasando con el burro grande de El Carpio, antes de que se instale, “que los ciudadanos lo están tomando como una seña de identidad”. Pero, eso ¿significa que lo entienden o ven como arte? Según Francisco Cosano, profesor de Técnicas Artísticas y Conservación de Bienes Culturales de la Universidad de Córdoba, “la mayoría de las personas lo ven como mobiliario urbano. Todo el campo intelectual va muchos años por delante de la evolución de la sociedad. En ella no se incide mucho en artes plásticas y, por tanto, no está preparada para asimilar estos conceptos. Es más, en el arte tradicional aún hay códigos que la sociedad no posee para interpretarlos, por lo que creo que tiene que pasar mucho tiempo para que los ciudadanos asimilen estas nuevas propuestas que insertan en la urbe o en paisajes naturales”.
Se apropian de ellas
En este sentido, el profesor habla de que algunas obras conceptuales de este tipo, que se integran en la ciudad, acaban siendo una costumbre en el ciudadano. El habitante se familiariza con ellas, pero esta forma de asimilar esas intervenciones acaba considerándolas más como mobiliario que como pieza de arte. Un caso distinto es el del famoso Toro de Osborne, que puede ser ejemplo del reloj de las Tendillas o de lo que ocurra con el burro de El Carpio. “Con el tiempo, esa marca dejó de ser de Osborne y pasó a ser del pueblo. El toro llegó a considerarse patrimonio paisajístico y bien de interés cultural, e imagino que otros elementos como el burro también se convertirán en una seña de identidad. Lo que no sé es el tiempo que tardará en hacerlo”, dice.
Teniendo en cuenta las experiencias vividas con Scarpia, Moreno está seguro de que la gente no tardará tanto en adoptarlo como símbolo artístico. “Si en las Jornadas de Arte Público las apuestas son efímeras y los ciudadanos las asimilan, ésta, que es permanente, más. De hecho en carnavales ya ha habido referencias a la instalación”. Y, al contrario de lo que opina Cosano, de que a la larga es cuando se ven los valores creativos de la pieza, Moreno cuenta que la sociedad es consciente del valor artístico de la obra, “quizás con el tiempo se normalice y pierda fuerza como pieza de arte contemporáneo, pero aún así, en sentido externo, para quienes vengan de paso seguirá teniendo un mensaje artístico”.
En suma, su consideración como obra creativa, antes o después, tiene un carácter y efecto formativo. De hecho, para Serrano, la falseta por soleá del reloj de la Plaza de las Tendillas contribuye a que quienes ronden el centro de la ciudad, escuchen o no flamenco habitualmente, “acostumbren al oído y se conciencie sobre esa música”. Algo que Cosano comparte al cien por cien. “Si una imagen se convierte en un bien cultural, nos hemos educado respecto al mismo. Además, son elementos de lo cotidiano – entre los que también se encuentra la arquitectura– con valores artísticos que conviven y dialogan con nosotros, y por ese camino sí que educan. Otra cosa es el grado en que forman en arte, que yo no lo tengo muy elevado, porque la sociedad necesita muchos años aún para interpretar nuevos códigos de la creatividad, pero sí que contribuyen a la formación en ella. Eso sí, las instituciones también tienen que tener en cuenta que para ello todo no es bueno”, termina.
PUNTO DE ATENCIÓN
Escasa política educativa
Una de las razones por las que la sociedad en general necesita más tiempo que el campo intelectual para entender e interpretar las propuestas de arte contemporáneo es la falta de formación en este área que existe en la educación obligatoria. “En la estructura educativa se está desligando cada vez más la cultura artística. No sé si es porque a la política no le interesa, pero, si hubo un ascenso de esta materia en los planes de estudio, desde hace un tiempo para acá hay un declinar de su enseñanza en el sistema educativo”, comenta Francisco Cosano, que ha tenido experiencia como profesor de dibujo en centros de educación secundaria.
Ante este panorama, al historiador del Arte le parece fundamental y beneficioso que exista una oferta cultural en la ciudad que incida sobre el arte contemporáneo y contribuya, aunque sea de manera lenta o en un grado menor, a la formación de los ciudadanos. Ahora bien, aquí Cosano también cree importante manifestar que todo no vale. “Dentro de las instituciones hay personas con determinada formación y otras que no la tienen, y entonces priman otros intereses. Posiblemente, la vanguardia no esté en lo que consideren moderno, y potencien y subvencionen cosas que, verdaderamente, dejan mucho que desear. Es una crítica y autocrítica, pues determinados sectores de la sociedad, como el de los medios de comunicación o, el mío, el del arte, tenemos que hacer criba ante estas aportaciones”, señala el profesor.
Integrado, socialmente aceptado, pero aún incomprendido
El nuevo arte urbano se inserta cada vez más en el paisaje, y de ello es ejemplo el burro de acero inoxidable que se va a instalar en El Carpio. La sociedad suele aceptar estas piezas, pero que las entienda es otra historia
Guadalupe Carmona
g.carmona@lacalledecordoba.com
En Córdoba se respira arte. Así, cuando uno pasea por la ciudad, lo mismo puede escuchar las soleares del guitarrista Juan Serrano, que disfrutar de una obra del Equipo 57. Creaciones más propias de un teatro o un museo que de plazas y parques, pero que cada vez forman parte con más insistencia de la urbe y nuestros pueblos donde éstas conviven y dialogan con los ciudadanos.
Eso es precisamente lo que hará un burro grande, de 17 metros de altura y 2.000 kilos, creado en planchas de hierro y con una estructura de acero inoxidable, que próximamente se ubicará en el primer acceso a la vía de servicios de El Carpio para que, desde la autovía, cualquiera que pase por allí o se dirija a esta localidad, lo contemple. Se trata de una obra de Fernando Sánchez Castillo creada para la pasada Noche en Blanco de Madrid que, por decisión de un jurado, ha sido cedida a El Carpio, localidad que este artista ha visitado en anteriores ediciones de Scarpia. El fin de la obra, en su origen, era hablar de los nacionalismos y como éstos utilizan la imagen de animales, para lo que Sánchez simuló el famoso Toro de Osborne –tomado como un símbolo nacional– pero con la imagen del burro.
En cambio, los responsables de su ubicación permanente en el entorno paisajístico del municipio buscan, con la integración de esta manifestación artística en la vida cotidiana de los habitantes, formar a los ciudadanos en esta materia. Algo que, algunas creaciones enclavadas en Córdoba han conseguido, aunque el tiempo que han tardado en hacerlo y el grado de educación alcanzado, según los expertos, es muy difuso y discutible. Ejemplos de ello son el reloj de la Plaza de las Tendillas, cuyos cuartos y horas son una creación flamenca del cordobés Juan Serrano; Salam (paz), escultura del Equipo 57 ubicado en el Parque de Miraflores; Nautilius en el pentágono con río –del madrileño Enrique Salamanca–, situado cerca del Teatro de la Axerquía, o el popular Hombre Río que, aunque desapareció a finales de 2007, provocó un debate político y social, que tuvo como conclusión su integración permanente en la urbe.
Diferentes objetivos y una reacción
Precisamente, esta escultura flotante – de resina de poliéster endurecido y fibra de vidrio – aparecida en abril de 2006, tenía cierta misión provocadora que, sus autores, consiguieron. Rafael Cornejo y Francisco Marcos querían que se hablara del arte, del planteamiento cultural existente en torno a él, y con el que no estaban de acuerdo. Reivindicaban con su obra la libertad de la creación, que entienden espontánea, de ahí que la colocaran en un sitio inaudito – fuera de una galería – y por sorpresa. En este sentido, estos dos cordobeses consiguieron sorprender, despertar interés entre los ciudadanos y crear un debate entre las administraciones públicas que, finalmente, y por la buena respuesta que dio la sociedad cordobesa, acordaron permitir la instalación de la pieza de modo permanente – aunque una crecida del río, en noviembre de 2007, destruyera el propósito–.
Otras piezas han sido de encargo público para conmemorar u homenajear una fecha o un personaje, y unas terceras no han tenido ninguna misión artística, sino que han querido llamar la atención para otros fines, por lo general, publicitarios. Es el caso de la soleá que regaló Juan Serrano para el reloj de la Plaza de las Tendillas. Al igual que el famoso Toro de Osborne, aquello se trató del reclamo de una marca (Philips), pero “desde una perspectiva artística, forma parte de la esencia flamenca clásica. De hecho, no hay nada más flamenco que una soleá”, comenta el guitarrista Paco Serrano. Y la respuesta del público también es positiva y similar a la de la escultura del Hombre Río u otros ejemplos creativos ya citados anteriormente: “Terminó consolidándose como algo que formaba parte de la identidad cordobesa”.
Es lo que Miguel Ángel Moreno cuenta que está pasando con el burro grande de El Carpio, antes de que se instale, “que los ciudadanos lo están tomando como una seña de identidad”. Pero, eso ¿significa que lo entienden o ven como arte? Según Francisco Cosano, profesor de Técnicas Artísticas y Conservación de Bienes Culturales de la Universidad de Córdoba, “la mayoría de las personas lo ven como mobiliario urbano. Todo el campo intelectual va muchos años por delante de la evolución de la sociedad. En ella no se incide mucho en artes plásticas y, por tanto, no está preparada para asimilar estos conceptos. Es más, en el arte tradicional aún hay códigos que la sociedad no posee para interpretarlos, por lo que creo que tiene que pasar mucho tiempo para que los ciudadanos asimilen estas nuevas propuestas que insertan en la urbe o en paisajes naturales”.
Se apropian de ellas
En este sentido, el profesor habla de que algunas obras conceptuales de este tipo, que se integran en la ciudad, acaban siendo una costumbre en el ciudadano. El habitante se familiariza con ellas, pero esta forma de asimilar esas intervenciones acaba considerándolas más como mobiliario que como pieza de arte. Un caso distinto es el del famoso Toro de Osborne, que puede ser ejemplo del reloj de las Tendillas o de lo que ocurra con el burro de El Carpio. “Con el tiempo, esa marca dejó de ser de Osborne y pasó a ser del pueblo. El toro llegó a considerarse patrimonio paisajístico y bien de interés cultural, e imagino que otros elementos como el burro también se convertirán en una seña de identidad. Lo que no sé es el tiempo que tardará en hacerlo”, dice.
Teniendo en cuenta las experiencias vividas con Scarpia, Moreno está seguro de que la gente no tardará tanto en adoptarlo como símbolo artístico. “Si en las Jornadas de Arte Público las apuestas son efímeras y los ciudadanos las asimilan, ésta, que es permanente, más. De hecho en carnavales ya ha habido referencias a la instalación”. Y, al contrario de lo que opina Cosano, de que a la larga es cuando se ven los valores creativos de la pieza, Moreno cuenta que la sociedad es consciente del valor artístico de la obra, “quizás con el tiempo se normalice y pierda fuerza como pieza de arte contemporáneo, pero aún así, en sentido externo, para quienes vengan de paso seguirá teniendo un mensaje artístico”.
En suma, su consideración como obra creativa, antes o después, tiene un carácter y efecto formativo. De hecho, para Serrano, la falseta por soleá del reloj de la Plaza de las Tendillas contribuye a que quienes ronden el centro de la ciudad, escuchen o no flamenco habitualmente, “acostumbren al oído y se conciencie sobre esa música”. Algo que Cosano comparte al cien por cien. “Si una imagen se convierte en un bien cultural, nos hemos educado respecto al mismo. Además, son elementos de lo cotidiano – entre los que también se encuentra la arquitectura– con valores artísticos que conviven y dialogan con nosotros, y por ese camino sí que educan. Otra cosa es el grado en que forman en arte, que yo no lo tengo muy elevado, porque la sociedad necesita muchos años aún para interpretar nuevos códigos de la creatividad, pero sí que contribuyen a la formación en ella. Eso sí, las instituciones también tienen que tener en cuenta que para ello todo no es bueno”, termina.
PUNTO DE ATENCIÓN
Escasa política educativa
Una de las razones por las que la sociedad en general necesita más tiempo que el campo intelectual para entender e interpretar las propuestas de arte contemporáneo es la falta de formación en este área que existe en la educación obligatoria. “En la estructura educativa se está desligando cada vez más la cultura artística. No sé si es porque a la política no le interesa, pero, si hubo un ascenso de esta materia en los planes de estudio, desde hace un tiempo para acá hay un declinar de su enseñanza en el sistema educativo”, comenta Francisco Cosano, que ha tenido experiencia como profesor de dibujo en centros de educación secundaria.
Ante este panorama, al historiador del Arte le parece fundamental y beneficioso que exista una oferta cultural en la ciudad que incida sobre el arte contemporáneo y contribuya, aunque sea de manera lenta o en un grado menor, a la formación de los ciudadanos. Ahora bien, aquí Cosano también cree importante manifestar que todo no vale. “Dentro de las instituciones hay personas con determinada formación y otras que no la tienen, y entonces priman otros intereses. Posiblemente, la vanguardia no esté en lo que consideren moderno, y potencien y subvencionen cosas que, verdaderamente, dejan mucho que desear. Es una crítica y autocrítica, pues determinados sectores de la sociedad, como el de los medios de comunicación o, el mío, el del arte, tenemos que hacer criba ante estas aportaciones”, señala el profesor.
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