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LA TABERNA - RICARDO DE MONTIS Y ROMERO - NOTAS CORDOBESAS (RECUERDOS DEL PASADO) 1911
LA TABERNA
La taberna de Córdoba ha perdido el carácter típico, el sello especial que la distinguía de las tabernas de todas las demás poblaciones.
Hoy carece de aquella sencillez primitiva que le daba su mayor encanto; es, por regla general, un establecimiento lujoso, bien decorado, lleno de luces y hasta de espejos, ígual á todos los que hay dedicados al mismo comercio en el resto de España.
Antiguamente la taberna cordobesa hallábase instalada en una casa grande, que jamás carecia de patio, un patiode tapias bajas para que lo invadiera bien el sol; de piso formado por piedras menuditas; muy limpio, muy alegre, lleno de macetas de flores y de jaulas con pájaros.
El despacho no se parecía al de las demás tiendas: tras un amplio mostrador de pino, invariablemente pintado decolor de caoba, hallábanse, á un lado, las viejas botas, unas sobre otras, que contenían el oloroso nectar de Montilla; al otro la ventruda tinaja del vinagre y la orza con las ricas aceitunas, y frente la estantería, azul con filetes rojos, repleta de frascos y botellas, á los que servían de fondo relucientes bateas de latón apoyadas sobrela pared; debajo de la anaquelería el medidor, tosca mesa cubierta de zinc, y en ella el echador, pintarrajeado barreño procedente de Andújar, que hoy buscan con interés las personas aficionadas á las antigüedades, y el jarro para vaciar por el embudo, análogo al echador.
En un rincón el diminuto estante con puertas de cristales, que contenía en una tabla los bolados para los refrescos y en la otra los libritos de papel de fumar y las cajas de fósforos.
Sobre el mostrador, en primer término, una panzuda jarra, también compañera, por sus labores, del barreño; la botella de las guindas y la salvilla con los vasos y las copas.
Colgados de la pared el embudo y las medidas; pendientes del techo varios manojos de lentisco para cazar las moscas y dos ó tres quinqués de reverbero que durante la noche iluminaban débilmente la estancia.
En una de las paredes, cerca del mostrador, hallábase el indispensable ventanillo, que aún conservan muchas tabernas, por el cual serviase á las personas que rehusaban entrar en el despacho.
Todas las habitaciones de la casa ostentaban, en la parte superior de sus puertas, una pequeña cortina roja, formando puntas, cada una de las cuales terminaba en una borla, cortina que, como dice muy bien un estimado amigo nuestro, era un pedazo de la gloriosa bandera de la Patria.
El mobiliario de dichas habitaciones consistía en varias mesas, pintadas lo mismo que el mostrador, y multitud de sillas, bastas y recias, de las llamadas de Cabra.
No decoraban entonces los muros vistosos carteles anunciadores de ferias y corridas de toros ni cuadros con cromos más ó menos artísticos, sino estampas hechas en la primitiva litografía malagueña de Mitjana representando episodios históricos, escenas taurinas ó retratos de los más célebres diestros de la antigüedad.
Lo único que no se ha modificado en nuestras tabernas con el transcurso del tiempo ha sido la denominación especial de las medidas. El sistema métrico-decimal no ha entrado en tales establecimientos.
Hoy, como ayer, se expende el vino por botellas, medios, vasos y medias y el aguardiente por copas y chicuelas, si bien el tamaño de las copas ha disminuido considerablemente, quedando casi relegadas al olvido las primitivas que ahora se designan con el nombre de clásicas.
Tampoco ha habido modificaciones en la original clasificación de los vinos, según su precio: siguen denominándose de veinte, de dieciseis y de doce, que eran los cuartos á que antiguamente se vendía el cuartillo.
En lo único que se advierte diferencia notable es en la calidad del líquido. La destrucción por la filoxera de los magníficos viñedos de nuestra provincia y los progresos de la química, no siempre útiles, son causa de que hoy no abunden, como antes, los riquísimos vinos de Montilla, que gozan de fama universal.
¡Quién no recuerda aquellos néctares deliciosos de las celebres tabernas de la Coja y la Cosaria!
En dichos establecimientos y en todos los que se hallaban en los barrios bajos de la población había vino de veinte que, según los buenos bebedores, era bálsamo. ¿A que obedecía esto? A que la clase pobre, moradora en tales barrios, sólo consumía el de doce y aquel hacíase viejo en las botas, adquiriendo un olor y un sabor riquísimos.
Hoy el de doce, por su inferior calidad, apenas tiene salida; en muchos establecimientos ni siquiera lo hay y todo el mundo recurre al de veinte ó, por lo menos, al de dieciseis.
No eran antes las tabernas de Córdoba, ni hoy lo son en su mayoría, y nos complace mucho declararlo, focos del vicio ni teatros de escándalos y pendencias.
Eran puntos de reunión de obreros, industriales y comerciantes que concurrían á ellas para pasar un rato con los amigos en amena charla, para cambiar impresiones sobre el trabajo ó para hacer algún negocio.
Poco antes de mediodía las tabernas llenábanse; el pueblo iba á tomar las once, lo que hoy llamamos el aperitivo, para comer á las doce y acostarse á dormir la siesta después de cerrar las puertas de las casas, costumbre patriarcal que paralizaba la vida de la población durante un par de horas en aquellos tiempos, mucho mejores que los actuales, en que el piso de nuestras calles estaba cubierto de yerba.
Muy rara vez se registraba una cuestión seria ó un accidente desagradable en la taberna; todo quedaba reducido á la discusión interminable de dos piconeros tras de haber apurado una infinidad de medias ó al alboroto del Zapatero largo y la Cumplía que iban, invariablemente, á dormir la mona en el Galápago.
Como en aquellos tiempos no se trasnochaba, los lugares de reunión á que nos estamos refiriendo cerrábanse temprano y se abrían antes de que las interminables recuas de hermosos burros cargados de costales llenos de trigo despertasen con su cencerreo al vecindario.
Los taberneros, hombres por regla general robustos, eran cordobeses chapados á la antigua, de buen carácter, de paciencia sin limites y de intachable honradez, aunque nunca ha faltado quien murmure que les gustaba bautizar el vino.
No por eso dejaban, alguna que otra vez, de jugar malas partidas á ciertos parroquianos, como lo demuestranlos dos casos siguientes con que ponemos fin á estas notas.
Una tarde del mes de Julio penetraron en una taberna dos segadores, con las fauces abrasadas por el calor; pidieron dos chicuelas de aguardiente y como vieran, mientras se las servían, unas enormes jarras, limpias y sudorosas, colgadas en el patio, abalanzáronse á ellas y de un solo trago apuraron su contenido.
Después bebieron las chicuelas y, al preguntar al tabernero qué le debían, aquel contestó con gran calma: por el aguardiente nada, por el agua dos pesetas.
Protestaron los segadores, pero al fin tuvieron que pagar la suma que se les reclamaba, en virtud de los razonamientos del tabernero: todas las tardes reuníanse allí varios amigos que iban, no precisamente por el vino, sino por el agua de las jarras, y cuando se presentasen aquel día y las encontraran sin el fresco líquido, de seguro no harían su gasto corriente, que era de ocho ó diez reales.
El dueño de otra taberna, individuo que fué muy popular, hallábase en cierta ocasión desesperado porque no entraba un alma en su establecimiento.
Una noche presentóse, al fin, un parroquiano, portador de una soberbia curda; sentóse ante una mesa, pidió un medio, bebióselo y se quedó dormido.
El sueño iba haciéndose demasiado largo y el tabernero tuvo una idea feliz: fué á la cocina, cogió varios platos delos que le habían servido para su comida, todavía con las sobras de las viandas, y los llevó á la mesa del borracho.
Al despertar este, algunas horas después, llama al tabernero, entrególe los ocho cuartos, importe del medio, y se dispuso á proseguir su interrumpida marcha, pero el amo del establecimiento le detuvo, diciéndole con simulada extrañeza: ¡qué me da usted aquí, sólo el importe del vino! Y la cena ¿quien la paga?
-¿Qué cena? exclamó estupefacto el parroquiano.
-¡Pues la que se comió usted antes de dormirse! ¿No se acuerda y todavía tiene ahí los platos?
El pobre hombre miró con asombro aquellos restos de comida; quiso, en vano, recordar la escena del fantástico banquete, y acabó por entregar á su interlocutor los diez reales que le exigía.
Pero salió preguntándose á sí mismo: ¿qué habré comido yo de tan poco alimento que tengo el estómago como si estuviera en ayunas desde esta mañana?
ROMANCES Y RELACIONES - RICARDO DE MONTIS Y ROMERO - NOTAS CORDOBESAS (RECUERDOS DEL PASADO) 1911
ROMANCES Y RELACIONES
La musa popular que hoy se revela en los cantares, llenos de sencillez y de sentimentalismo, tuvo otras manifestaciones, en tiempos ya remotos, que han pasado á la historia: el romance, la relación y la jácara, denominada en nuestra región la andaluza.
Y como Córdoba siempre fue cuna de poetas, en pocas poblaciones se escribieron y editaron más romances y producciones análogas que en esta ciudad.
El primero de que tenemos noticia data del siglo XV. Su encabezamiento dice así:
"Famoso romance que trata de la gran Tempestad y Terremoto que uvo en la ciudad de Córdoua á los veynte yvno de Setiembre año mill y quinientos y ochenta y nueue días del Glorioso Apostol San Matheo. Compuesto porAmaro Centeno estante en la misma ciudad y natural de Senabria de la Montaña de Leon. Imprenta de DiegoGaluan. Açoñaycaz".
Del siglo XVIII han llegado hasta nosotros dos romances: uno se titula "Don Claudio y Doña Margarita" y está impreso por Esteban de Cabrera, y el otro se denomina "Romance nuevo en el que se declaran las excelencias de la Gente del campo, desempeñándose de otro Romance en que los Oficiales los motejaban". Su autor es Francisco Serrano y se halla editado en el taller de dona María de Ramos, plazuela de las Cañas.
En el siglo XIX adquirió gran desarrollo esta poesía y son innumerables los romances y relaciones compuestos é impresos en Córdoba.
Los hay de todos los géneros: históricos, religiosos, amatorios, burlescos; ya narran un hecho saliente, ya recuerdan una efeméride gloriosa, ya cantan la aparición de una imagen ó un milagro, ya describen las audacias de los famosos bandoleros de Sierra Morena ó las proezas de los toreros más renombrados, ya cuentan una aventura picarezca ó un incidente cómico.
Entre los más curiosos que conocemos figuran dos, los cuales ostentan los encabezamientos siguientes:"Romance del feliz hallazgo y milagros del S. S. Christo de Torrijos" y "A la resurección de los triunphos de nuestro glorioso monarcha el Señor San Fernando, en la proclamación que hizo esta nobilísima Ciudad de Córdoba á nuestro Cathólico nuevo Rey y Señor don Fernando Sexto de este nombre, etc".
El primero es de autor desconocido y el segundo aparece con la firma de Bernardo Rodrígez Quadrado Mazo, Pertiguero de la Santa Iglesia Catedral.
Muchas de estas composiciones tienen sabor muy cordobés y casi todas constan de dos partes.
Están escritas con incorrección pero á la vez con gran soltura y con más ingenio y gracia que las obras dealgunos literatos que pasan hoy por festivos.
Generalmente los romances antiguos eran anónimos; ¡cuántos hombres de campo, analfabetos, los componían y conservaban en la memoria para decirlos ó representarlos en las fiestas de los cortijos, hasta que alguien se los escribía y, rodando, llegaban á manos de un impresor que los ponía en letras de molde!
En algunos, muy pocos, aparece el nombre de su autor, persona, por regla general, desconocida.
Sólo un romancero cordobés logró cierta notoriedad en su época, don Agustín Nieto, que vivió en la primera,mitad del siglo XIX.
El pueblo buscaba con interés sus romances, casi todos jocosos, y muchos de ellos hiciéronse popularísimos,tales como los titulados "Chasco que le sucedió á un mozo yendo á Maytines la Noche Buena", "La Tertulia","Suceso de la Pulga", y "De los toros".
Aunque todas las imprentas de nuestra población editaron durante la centuaria última gran cantidad de estas producciones, ninguna publicó tantas como la de don Luís de Ramos y Coria, establecida en la plaza de las Cañas, y la de don Rafael García Rodrígez, situada en la calle de la Librería.
En los talleres del Diario de Córdoba, oriundos de esta última tipografía, se conservan aun algunos toscos grabados, hechos en tarugos de madera, de los que imprescindiblemente lucían á la cabeza todos los romances y relaciones.
En vista del éxito obtenido por aquellas creaciones de la musa popular, varios de nuestros poetas, entre ellos don Antonio Alcalde Valladares y don Luís Maraver y Alfaro compusieron graciosas jácaras, á las que el vulgo daba el nombre de andaluzas por ser andaluces los personajes que en ellas intervenían y estar escritas en andaluz.
Recordamos haber leído una de Alcalde Valladares, no en romance sino en quintillas, publicada en un periódico de Madrid que se titulaba La Linterna mágica.
Al final del siglo XIX desapareció por completo la afición á esa poesía, á la que no le faltaba su encanto, y el último romance cordobés fue el escrito por el veterano periodista don Camilo González Atané narrando los crímenes de Cintabelde.
Hace cincuenta años no había fiesta popular, motivada por el bautizo, el otorgo, la boda ó cualquier acontecimiento de familia en que los mozos y mozas de genio más corriente no dijeran un romance ó representaran una relación.
Y el joven que no había aprendido algunas de esas composiciones era tan mal mirado por sus compañeros y sobre todo por las muchachas como el que no sabía bailar.
En cambio el que poseía extenso repertorio se llevaba de calle á toda la reunión.
Las amplias cocinas de los cortijos, durante las primeras horas de la noche, convertíanse en escenarios donde los campesinos declamaban el pasillo de "Moros y cristianos", disfrazados de modo grotesco, ó exponían "Los cuarenta motivos que tiene el hombre para no casarse y los treinta y seis que tiene para descasarse".
Cuando terminaban las faenas de la recolección ó de la molienda organizábanse originales funciones, á las que asistían los dueños de las fincas y en las que todos los trabajadores demostraban sus habilidades, ya diciendo relaciones; ya haciendo juegos, algunas veces un poco reñidos con la moral; ya agasajando al amo, obsequio indispensable, con una obra escultórica de barro ó de greda, generalmente simulando una suerte del toreo,hecha por el operario de más aptitudes artísticas.
Hoy todo esta ha desaparecido y á los romances, relaciones y jácaras han sustituido lás coplas pornográficas ó insulsas que cantan algunos ciegos y las espeluznantes narraciones de espantosos y falsos crímenes con que cuatro vividores aterran á las gentes sencillas, aguijoneándoles á la vez la curiosidad para que les compren los papeles, cuya lectura crispa los nervios á las ancianas y produce insomnios á las jóvenes y á los chiquillos.