La
palabra,
atronadora
como un disparo,
cruza
el vacío latente
del
callado silencio,
que
deja traslucir
un
rayo de luna llena
a
través de un agujero perpetuo
en
el que las sombras
juegan,
desnudas
entre
los arrugados dobleces
de
mantos de lino
colgados en
tapias cuarteadas,
donde
solitarios niños,
juegan
con un despanzurrado balón
de
apagados colores.
La
palabra,
cual
antigua saeta
que
disparase una flecha invisible,
vuela
ligera,
rauda
quizás,
hasta
el centro deshilachado
del
corazón perdido
entre
las húmedas brumas
de
algún puerto abandonado,
donde
los poetas de nuevo cuño,
buscan
su minuto de gloria
entre
la mansa clientela
de
alguna taberna de empañados cristales.
La
palabra,
incierta
amante,
recubre
el reseco lodo
de
los ríos olvidados,
con
su resplandeciente costra
de
elegante verbigracia
aprendida
en elegantes habitaciones
en
las que la añoranza
de
tiempos mejores,
embriaga
a los fantasmas
que
habitan en su interior,
del
rojo calor del vino
servido
en descascarilladas copas
de
cristal veneciano,
mientras
el nocturno aire del invierno,
se
cuela breve como un soplido,
entre
las polvorientas
rendijas
de destartaladas ventanas
donde
el moho del tiempo
amenaza
con volatizarlas.
Amado
agosto 2018