Todos hemos nacido para la felicidad, si no salimos de nuestra condición. La naturaleza
ha querido que para vivir felices no se necesite grande aparato: cada cual
puede labrarse su dicha. Las cosas adventicias tienen poco peso, y no pueden
obrar con fuerza en ningún sentido: la prosperidad no eleva al sabio, ni la
adversidad puede abatirle, porque ha trabajado sin cesar en aglomerar cuanto ha
podido dentro de sí mismo y en buscar en su interior toda su alegría. ¡Cómo! ¿Quiero
llamarme sabio? De ningún modo; porque si pretendiese serlo, no solamente
negaría que soy desgraciado, sino que me proclamaría el más feliz de todos,
siendo casi igual a dios. Hasta ahora, y esto basta para dulcificar todos mis
dolores, no he más que entregarme en manos de los sabios: siendo demasiado
débil para defenderme por mí mismo, he buscado refugio en el campamento de
aquellos que fácilmente defienden su cuerpo
y sus bienes. Estos son los que me han aconsejado permanecer
constantemente de pie, como centinela; prever todas las empresas y ataques de
la fortuna mucho antes de se realicen. La fortuna agobia a aquellos sobre
quienes cae de improviso: el que vigila constantemente la vence sin trabajo.
Así el enemigo, al llegar, derriba a aquellos que encuentra desprevenidos; pero
los que se prepararon antes de la guerra para la guerra próxima, dispuestos y
ordenados, sostienen sin dificultad el primer choque, que es el más violento.
Nunca confié en la fortuna, hasta cuando parecía que ajustaba paces conmigo.
Todos los favores con que me colmaba, riquezas, honores, gloria, los he
colocado en un paraje donde pudiese ella recobrarlos sin conmoverme. Intervalo
muy grande he establecido entre esas cosas y yo, por cuya razón me las ha
arrebatado sin arrancármelas. Los reveses solamente abaten al ánimo engañado
por los triunfos.
Los que se adhieren a los dones de la fortuna como a bienes
personales y duraderos, y por ellos quisieron se les rindiera homenaje, se abaten
y afligen cuando su alma, vana y frívola, que no conoce los placeres sólidos,
queda privada de esos goces engañosos y pasajeros. Pero aquel a quien no hincha
la prosperidad, no queda consternado por los reveses, oponiendo a la favorable
y adversa fortuna ánimo invencible y probada firmeza, porque en la prosperidad
ensaya sus fuerzas contra la desgracia. Por esta razón he creído siempre que no
hay nada de verdadero en esas cosas que todos los hombres desean: las he
encontrado vacías, adornadas con exterioridades seductoras y engañosas y sin
tener nada en el fondo que correspondiese a las apariencias. En lo que llaman
males, no encuentro todo lo espantoso y terrible con que me amenazaba la
opinión vulgar. La palabra misma, tal es la preocupación sobre al cual todos
están de acuerdo, llega con aspereza al oído, siendo cosa lúgubre que no se
escucha sin horror, así lo quiso el pueblo; pero muchos acuerdos del pueblo los
derogan los sabios.