viernes, 30 de septiembre de 2011
domingo, 18 de septiembre de 2011
NO HAY OLVIDO (SONATA)
Si me preguntáis en dónde he estado
debo decir "Sucede".
Debo hablar del suelo que oscurecen las
piedras,
del río que durando se destruye:
no sé sino las cosas que los pájaros pierden,
el mar dejado atrás, o mi hermana llorando.
Por qué tantas regiones, por qué un día
se junta con un día? Por qué una negra noche
se acumula en la boca? Por qué muertos?
Si me preguntáis de dónde vengo, tengo que
conversar con cosas rotas,
con utensilios demasiado amargos,
con grandes bestias a menudo podridas
y con mi acongojado corazón.
No son recuerdos los que se han cruzado
ni es la paloma amarillenta que duerme en el
olvido,
sino caras con lágrimas,
dedos en la garganta,
y lo que se desploma de las hojas:
la oscuridad de un día transcurrido,
de un día alimentado con nuestra triste sangre.
He aquí violetas, golondrinas,
todo cuanto nos gusta y aparece
en las dulces tarjetas de larga cola
por donde se pasean el tiempo y la dulzura.
Pero no penetremos más allá de esos dientes,
no mordamos las cáscaras que el silencio acumula,
porque no se qué contestar:
hay tantos muertos,
y tantos malecones que el sol rojo partía,
y tantas cabezas que golpean los buques,
y tantas manos que han encerrado besos,
y tantas cosas que quiero olvidar.
PABLO NERUDA
miércoles, 14 de septiembre de 2011
jueves, 1 de septiembre de 2011
TU OYES EL ESTRUENDO DE LAS FÁBRICAS
Tú oyes el estruendo de las fábricas, el estrépito del tren
cargado hasta los topes, el tableteo de los martillos remachar,
el son de acero contra acero.
Tu oyes como el aire se levanta a latigazos
en olas negras que derriban los muros que hay en su camino.
Tu oyes el rumor de un piano semejante a gotas de lluvia
sobre un tejado de cristal y el son de flautas que no existen,
que nadie toca: es el viento en el laberinto de la ciudad,
sonidos en las frías trompas del oído,
en las azules sinuosidades de las caracolas.
Es el susurro del cañaveral del río y de palomas gigantescas
que vigilan desde la borda en el barco del crepúsculo,
un tono sordo de manos ahuecadas, rojas de frío,
un silencio gris como el granito
cuando los cerdos se hielan en las cuevas.
Cubiertos con máscaras luchan los hombres
como locos entre cataratas de fuego.
Las masas de fundición chapotean en los moldes,
un orgasmo entre mastodontes de acero
que derraman su esperma fosforescente en el hollín.
Los labios de los hombres dejan huellas de sangre en el pan.
Como pesos de plomo en los pies los arrastra el sueño
hacia abismos profundos con sueños de un rojo ígneo.
La mujer cierra suspirando la ventana de su espera.
¡Quién canta ahora la canción del futuro, la encinta, la terriblemente bendecida!
¡Oh idilios, ideales, arrastrados por el viento
como reproducciones de óleos sueltas!
¡Nadie puede descansar sobre la musgosa tapicería!
¡Y qué puede hacer uno con un perro a su lado!
Ya nunca más volverá el pasado,
el jardín se ha perdido para siempre,
la siesta a la sombra del mediodía,
¡oh, también se ha perdido la vieja paz que nos esperaba bajo el saúco!
El amor virginal jamás será tuyo.
Tus ojos se retorcerán hacia dentro
en sus agujeros sanguinolentos,
tus intestinos se retorcerán
revolviéndose en la desesperación,
pero vanos serán tus intentos de huir
de las transformaciones de la realidad.
ARTUR LUNDKVIST
cargado hasta los topes, el tableteo de los martillos remachar,
el son de acero contra acero.
Tu oyes como el aire se levanta a latigazos
en olas negras que derriban los muros que hay en su camino.
Tu oyes el rumor de un piano semejante a gotas de lluvia
sobre un tejado de cristal y el son de flautas que no existen,
que nadie toca: es el viento en el laberinto de la ciudad,
sonidos en las frías trompas del oído,
en las azules sinuosidades de las caracolas.
Es el susurro del cañaveral del río y de palomas gigantescas
que vigilan desde la borda en el barco del crepúsculo,
un tono sordo de manos ahuecadas, rojas de frío,
un silencio gris como el granito
cuando los cerdos se hielan en las cuevas.
Cubiertos con máscaras luchan los hombres
como locos entre cataratas de fuego.
Las masas de fundición chapotean en los moldes,
un orgasmo entre mastodontes de acero
que derraman su esperma fosforescente en el hollín.
Los labios de los hombres dejan huellas de sangre en el pan.
Como pesos de plomo en los pies los arrastra el sueño
hacia abismos profundos con sueños de un rojo ígneo.
La mujer cierra suspirando la ventana de su espera.
¡Quién canta ahora la canción del futuro, la encinta, la terriblemente bendecida!
¡Oh idilios, ideales, arrastrados por el viento
como reproducciones de óleos sueltas!
¡Nadie puede descansar sobre la musgosa tapicería!
¡Y qué puede hacer uno con un perro a su lado!
Ya nunca más volverá el pasado,
el jardín se ha perdido para siempre,
la siesta a la sombra del mediodía,
¡oh, también se ha perdido la vieja paz que nos esperaba bajo el saúco!
El amor virginal jamás será tuyo.
Tus ojos se retorcerán hacia dentro
en sus agujeros sanguinolentos,
tus intestinos se retorcerán
revolviéndose en la desesperación,
pero vanos serán tus intentos de huir
de las transformaciones de la realidad.
ARTUR LUNDKVIST
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